El empresario llamó al sindicato en pleno para ofrecerles una buena suma, siempre y cuando no permitieran que la negociación por el alza de salarios alcanzara niveles catastróficos para la industria. Los tipos se miraron unos a otros, pidieron un breve tiempo para pensarlo, sumaron, restaron, volvieron a sumar y sonrieron. Salieron de la oficina del mandamás con un jugoso cheque para cada uno y con la plena convicción que en época de vacas flacas era ocioso pensar que los trabajadores pretendieran un aumento de sueldo.
La masa trabajadora se rebeló, las suspicacias cundieron, se habló de traición a las bases y los sindicalistas, profundamente ofendidos, presentaron su renuncia, a sabiendas que esta no sería aceptada. Se decretó una huelga y los trabajadores se tomaron la calle, impidiendo que la empresa sacara sus camiones repletos de mercadería.
El empresario le dijo a su secretaria que ubicase a Yévenes, uno de los caudillos de la huelga y preparase una reunión con él en algún lugar privado. El hombre se negó a tal petición puesto que intuía que el mandamás pretendía comprarlo. Lamentablemente, su mujer enfermó gravemente y sin dinero ni posibilidades de conseguir un préstamo, agachó la cabeza y accedió a reunirse con el empresario.
Cancelada la subida cuenta del Hospital, aún le quedó suficiente dinero en sus bolsillos para reamoblar su casa, hacer una ampliación y sentarse en el nuevo sofá para meditar y agradecerle a Dios por toda esta bonanza económica.
Uno a uno fueron sobornados todos los trabajadores con el consiguiente beneplácito de sus familias que vieron resurgir sus hogares después de una negra noche de privaciones.
Cuando sólo quedaba un puñado de rebeldes que aludían a la dignidad, a la justicia y a las reivindicaciones, el empresario sacó una vez más su billetera y opacó sus ideales con una cantidad tal de dinero que los mandó a un somnoliento y olvidadizo limbo.
Peñita, un pequeño ex boxeador y ahora a cargo del taladro Milwaukee, fue el último en comparecer ante el empresario. El muchacho sospechaba que algo estaba pasando en la empresa porque de improviso, los más vociferantes huelguistas acallaron sus protestas, agacharon el moño y prosiguieron con sus labores sin que se les escuchara la más mínima imprecación. Sólo el parecía inquieto por la situación económica y eso le preocupaba de sobremanera. El poderoso hombre que tenía al frente, lo miraba con actitud complaciente. Siempre lo había considerado un ser pusilánime, sin pretensiones, uno del montón y quizás menos que eso.
-Mira Peñita, la cosa es bien simple. Tú necesitas dinero y yo te lo concedo con la condición que no se lo cuentes a nadie.
El pequeño hombre lo miró con expresión alelada. No entendía la situación. ¿Es decir que ahora debería ocultar bajo siete llaves sus liquidaciones de sueldo? El empresario lo miró con sus ojillos de víbora y sonrió con un dejo de lástima en sus comisuras.
-Sucede hombrecito que te voy a conceder un dinero extra muy sustancioso y por supuesto que no es conveniente que se lo digas a nadie porque ya sabes, los trabajadores acudirían en avalancha para pedirme lo mismo.
El operador no podía creerlo. El jefe le extendió un cheque por tres millones de pesos, una verdadera fortuna, comparada con los escasos cien mil pesos que ganaba cada mes. Cuando se hubo repuesto de la impresión, elevó sus ojos al cielo y el empresario pensó que el humilde personaje agradecía a alguna deidad por este magnífico regalo.
-En realidad, entiendo que esto es mucho más de lo que esperabas y…
-No, no es eso –lo interrumpió Peñita- lo que sucede es que saco cuentas y veo que si a cada trabajador le ofreció una suma similar, calculo que esta negociación le resultó casi cinco veces más onerosa que si hubiese aceptado las legítimas demandas del sindicato.
El empresario, le miró con una mezcla de picardía y escepticismo en su rostro acostumbrado a disfrazar las emociones, luego se levantó de su lujoso sillón y se dirigió al ventanal en donde se veía en panorámica el fragoroso trajinar de los operarios. Sonrió para sus adentros y se dijo:
-Es verdad. Pagué cinco veces más pero ese precio es barato si considero que ahora los trabajadores están muy pero muy lejos de desear una nefasta unión.
Peñita suspiró hondo, como si hubiese adivinado las divagaciones de su jefe…
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