Entre acallados momentos de dolor,
gritos sinérgicos revolotean alrededor de mis miradas que matan,
que extrañan
que piensan;
ese tacto ambiguo que se encuentra en tus lacerantes cabellos de negro fulgor es el movimiento pausado del desfallecimiento mortuorio que se encuentra en tus caderas,
aquellas que alguna vez sostuve entre mis garras.
Suspiros,
respiros; desesperación marcada sobre las heridas en mi piel
respira, atisba los momentos de la hoguera que se ha convertido tu alma,
esa llena de pesar y locura que te empuja,
te acalla entre el silencio más mortuorio que puedes experimentar.
¿Me sostendrás después de que sepas lo que hice?
¿Me besarás después de que pruebes la sangre en mis labios?,
los lobos se comen mi corazón y me desgarran la piel dejando al descubierto los sollozos con los que escribo mi vida,
belleza,
fealdad,
incongruencia entre el hierro de tus dientes,
carcome las sombras
y esculpe el asombro.
Cuando la oscuridad te ciegue con un velo de dolor,
acude entre memorias al olvido;
no hay vida después de la muerte.
La paranoia es el insecto que se escapa desde mi cerebro, con un camina hipnótico y maldito que cubre de escozor mi alma,
eemplazado un cuerpo de ángel
con el cuerpo de un demonio de aroma a oro,
no hay belleza,
solo una mascara que sangra.
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