Capítulo 2: Sed de sangre (En el exilio)
Detrás suyo, escuchó un gruñido tosco y gutural, un gruñido que devolvió la vida a sus venas congeladas, por donde comenzaron a circular cantidades desorbitantes de adrenalina. Haciendo un esfuerzo supremo, logró incorporarse sobre sus doloridas piernas. Los músculos se desgarraron bajo el peso de su propio cuerpo y de no haber sido por la somnolencia que experimentaba, habría gritado, no, habría aullado de dolor. Pero su cuerpo no le importaba, esta vez un colosal rugido que hizo vibrar la tierra lo aterró sacudiéndole los sesos. Se sacó la capucha para poder oír mejor; de inmediato, la nevada inmisericordiosa golpeo en su rostro como mil dagas de frío y cruel acero. Una gran herida a medio cicatrizar, cruzaba en diagonal su rostro lívido por el frío, extendiéndose desde su ojo izquierdo, cruzando la recta y bien formada nariz, atravesando los labios pequeños y púrpuras por su lado derecho, y desembocando en el prominente y cuadrado mentón. Sus cabellos largos hasta los hombros y enmarañados, eran negros y se bamboleaban inexorablemente ante el salvajismo de la nevada. Sus ojos oscuros, con cejas anchas y pobladas, no pudieron enfocar muy bien en un principio, y nada podían distinguir fuera de la blancura y soledad de aquellas tierras inhóspitas de Boshin. Un segundo rugido, aún mas fuerte y aterrador que el primero, se hizo oír por sobre el estrépito de la ventisca. Se había escuchado aterrorizantemente cerca, y, por un momento, la curiosidad del hechicero se transformo en miedo. Pensó, y no sin justificación, que en su estado actual, tal vez no podría defenderse de un ataque, ¡y mucho menos si no podía ver a su atacante!. Esto era lo que mayor terror le causaba, porque Loner, pese a todos sus magníficos poderes era un humano (tal vez demasiado humano), y como a todos los de su triste especie, dos cosas le causaban pavor por sobre todas las demás: lo desconocido y el pavor mismo.
El miedo lo ganó por completo, por apenas unos segundos, se estremeció aterrorizado, meneando su cabeza frenéticamente de un lado a otro en busca de un enemigo invisible, esperando encontrar la muerte con cada nuevo crujido de los acalambrados músculos de su espalda. La adrenalina había comenzado ya a hacer estragos en su sistema nervioso, y creyó estar al borde de la locura... cuando por fin lo vislumbró: el monstruoso ser surgió de entre los abismos helados, imponente y aterrador. Sus largos pelajes blancos distribuidos sobre sus tres metros de altura se agitaban con ímpetu movidos por los fuertes vientos helados. La cabeza, de proporciones pequeñas en comparación con el resto del cuerpo, presentaba una prominente mandíbula, sin duda lo suficientemente poderosa como para triturar sin esfuerzo alguno el cráneo de un hombre. El gorila de pesadilla comenzó a aproximarse lentamente, sus ojos azul vidrioso estaban fijamente clavados en la figura del hechicero, quien ya había adivinado las intenciones del Yeti. Las manos eran gordas y enormes, dotadas de filosas y duras uñas negras como el carbón: auténticos instrumentos de muerte.
Loner abandonó su expresión de asombro: un extraño resplandor cobrizo iluminó sus ojos, y una mueca burlona se dibujo en su boca. Los instintos volvían a aflorar, avasallantes, rutilantes, pedían pelea, pedían sangre. El frío desapareció de su organismo, se olvido del miedo y de la muerte; al tiempo que su mueca se convertía en una sonrisa maligna en la que relucían blancos como perlas los feroces dientes. Un aura rojiza cubrió su cuerpo, brillante y cálida como las brasas del infierno. La tormenta se detuvo de golpe y la pequeña figura del hechicero creció como una sombra siniestra. De pronto un estremecimiento golpeo el cuerpo del Yeti y sus ojos se apagaron durante un breve instante. Pero enseguida volvieron a resplandecer con un fulgor azulado y, acaso por miedo o por prudencia, o quizá por mero instinto, la garra de pesadilla se precipitó en un latigazo de músculos sobre el maltrecho cuerpo de Loner. El golpe fue potente y certero, la contundente manaza entró de lleno en la capa de piel de centauro, convirtiéndola en jirones. El Yeti levantó la figura oscura con un aire de triunfo: pero solo sostenía la capa en su zarpa derecha, el hombre envuelto en aquellos atavíos ya no estaba allí, había desaparecido. La tormenta, apagada durante un momento, volvió a azotar el aire con redobladas fuerzas.
Una carcajada burlona resonó por sobre el estruendo de la ventisca. Era una risa fría y cruel; el desdichado Yeti se tambaleó debido a la fuerza con que soplaba el viento, y un escalofrío recorrió su espalda: no era miedo, aún no, pero se acercaba bastante. La inmensa mole blanca comenzó a bambolear la grotesca cabeza de un lado a otro en busca de su presa, pero no la encontró a su alrededor. Dos veces giró en trescientos sesenta grados para localizar al pequeño humano: pero no estaba. La brisa comenzó a amainar, y los restos de la capa del hombrecito aún se agitaban prisioneros en la aterradora garra, como un gusano retorciéndose en la punta de un anzuelo. Entonces la risotada volvió a hacerse oír fuerte y clara, pero esta vez fue acompañada por unas palabras:
- ¡Pobre Yeti! Había oído de tu especie, torpes e impulsivos... realmente no tienes idea de en qué te has metido, ¿verdad?- El monstruo continuó buscando cada vez más ansioso, sus ojos azules se habían opacado, y las zarpas inquietas hacían trizas sin darse cuenta la frágil capa, el nerviosismo era cada vez más notable.- ¡Aquí estoy imbécil!.
El Yeti alzó la vista, tratando de seguir el rastro de la voz. La criatura observó atónita al hechicero: se encontraba levitando en medio del aire; la tormenta se elevaba con particular violencia a su alrededor, pero parecía querer esquivar a Loner. La sonrisa desafiante no había desaparecido, y ahora un fulgor escarlata centellaba en sus ojos diabólicos. Algo en el aire había cambiado, el aura rojiza que antes viera el Yeti se había expandido por todo el ambiente, ya no era visible, pero la criatura podía sentirlo; el aire se había espesado y la nieve estaba oscurecida: una sombra terrible se había cernido sobre el lugar, una sombra siniestra que reclamaba muerte y destrucción. El miedo nació en el pecho del Yeti, implacable y terrible. El monstruo lanzó un gemido atronador que sacudió la nieve como un terremoto, en vano trataba de intimidar a su adversario, su voz, aunque ciertamente terrible, evidenciaba con ciertas vacilaciones en el tono, su estado de pánico. Y Loner conocía muy bien aquella sensación, y al oír al Yeti solo oyó miedo y desesperación, y una oleada de satisfacción estremeció su cuerpo.
El hechicero rió entre dientes satisfecho, y extendió su mano derecha hacia el Yeti, con la palma apuntando directo al macizo cuerpo de la criatura. El monstruo pensó en huir, no comprendía bien que ocurría, pero la atmósfera asesina era demasiado grande, demasiado aterradora... todo fue en vano; los labios de Loner se movieron y de su boca salió un conjuro: “ ¡Dam Fuguss! “. Un haz de cegadora luz amarilla se despego de su mano e impactó con una explosión espantosa en el inmenso cuerpo del aterrado monstruo. El alarido de dolor se oyó incluso por sobre el estruendo de la explosión. Loner lo escuchó, y en su corazón atormentado se agitaron sentimientos de placer y agonía. El estallido fue gigantesco, y levantó una enorme nube de escombros. A lo lejos en todas las direcciones, se escuchaban violentas avalanchas, provocadas sin duda por la magnitud del sonido.
La nube de polvo y escarcha fue velozmente barrida por la ventisca, que continuaba soplando implacable y ajena a todo lo que estaba ocurriendo. El Yeti aún permanecía en pie, temblando de dolor. Su largo pelaje blanco como las nubes del cielo, estaba ahora todo quemado, hediendo a humo y sangre. Su cuerpo gigantesco e imponente se había achicado, con sus carnes ahora achicharradas, no era más que una bola de dolor, un gigantesco cayo sanguinolento. El brazo izquierdo se había desintegrado, y en su lugar había quedado un grotesco muñón humeante. De las cuencas oculares ahora vacías caían a raudales los ríos rojos de sangre. Loner lo contemplo un rato, su humanidad disfrutaba de aquella visión, pero su raciocinio lo hacia llorar por dentro. El monstruo se convulsionó de pronto, Loner creyó que iba a caer; pero en lugar de eso abrió sus fauces y vomito sangre, y junto con su sangre cayeron coágulos y órganos. Un hedor asqueroso salió de aquel interior podrido. Loner lo miro con lástima y volvió a extender su mano hacia la agonizante masa de sangre y dolor. Una nueva arcada azotó a la cosa, y volvió a vomitar, de su boca esta vez salieron retorciéndose como lombrices sus intestinos, acompañados por repugnantes fluidos amarillentos que olían a cloaca. Loner había dejado de disfrutar, y sin pensarlo dos veces volvió a atacar: “ ¡Split Bombus! ”. La masa de porquerías se hincho de pronto como un globo y reventó en mil pedazos, salpicando intestinos y sesos por doquier. Una gota del estallido llegó hasta la mejilla de Loner, el resto se encontraba desparramado sobre la nieve ahora contaminada, como una despreciable manteca untada sobre una grotesca tostada.
El rostro del mago había vuelto a ensombrecerse: el brillo escarlata se esfumaba lentamente de sus ojos, que volvían a su oscuridad y misterio. La tormenta comenzó a amainar, casi conjuntamente con la atmósfera asesina que había llenado el aire momentos atrás. Loner descendió lentamente, para cuando sus pies tocaron el manchado piso, la ventisca era apenas una bondadosa brisa.
Casi sin darse cuenta su cicatriz había comenzado a dolerle, primero suave y quedamente, pero ahora era un dolor punzante y agudo, como si un fierro caliente estuviera apoyado sobre su rostro. El sufrimiento finalmente se hizo insoportable, apenas si tuvo tiempo para emitir un leve quejido cuando perdió el conocimiento.
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