Con el sobre en la mano bajó por las antiguas escaleras del edificio, un pánico enorme le turbó los sentidos, casi no podía tragar saliva, a esas alturas su garganta se había secado completamente. Escalón tras escalón pensó en su mujer y luego en cada uno de sus cuatro hijos, tenía ganas de gritar, pero sin embargo se contuvo. Los veinte pisos que tuvo que bajar no fueron suficientes para contener la tremenda procesión que a esa hora de la tarde le desbordaba el alma. Su amigo de toda la vida acababa de cumplir una semana sin vida. Junto a su familia lo fueron a enterrar al cementerio católico; lo mismo habían hecho sus compañeros del internado y uno que otro compañero de trabajo. Desde que él supo lo de la inminente muerte de su amigo, jamás se había atrevido a acercarse un centímetro a la consulta del doctor. Ni siquiera había sido capaz de contárselo a alguien, esperaba imitar lo hecho por el mismo Ismael, quien finalmente había dejado este mundo con toda dignidad, llevándose el secreto a la tumba, sin aspavientos y sin ningún tipo de escándalo, todo con absoluta sobriedad.
Al salir del edificio enfiló por la calle sin destino fijo, como dejándose llevar por la muchedumbre, su rostro y su mirada denotaban un demacrado estado de profunda alteración y nerviosismo, sin embargo a nadie le importó. Caminó y caminó sin bitácora preestablecida metido en todas las galerías comerciales del centro de la ciudad, su mente era un río caudaloso de imágenes y sobre todo de culpas y de sentimientos de rebelión e impotencia. De nuevo las imágenes de su familia se instalaron en su confusa mente, las de su padre se hicieron fuertes. Sin querer descubrió que sus ojos iban húmedos y su piel erizada hasta los pelos.
Los latidos de su pecho serían intensos cuando finalmente decidió abrir el sobre. Línea tras línea el alma se le desgarraba por el pavor que le causaba la incertidumbre aquella. Repitió la lectura por lo menos cinco veces, palabra tras palabra.
¡Nada de nada!…estaba sano como una lechuga, ni siquiera problemas con el colesterol, una carcajada irónica se dejó escapar entre sus labios, su cuerpo tambaleó por la impresión que le causó la noticia; con el transcurrir de los minutos una sensación de alivio se dejó sentir sobre toda su humanidad, la vida le sonreía nuevamente a su cara, mirando al cielo dió gracias al Altísimo. Supo que extrañaría a Ismael, sin embargo un deseo incontenible de correr a casa de pronto lo invadió.
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