HIERBA NEGRA
Cuando veo rejuvenecer el año, en los jardines del verano, percibo en las sombras de las flores un pequeño mundo que bulle bajo los designios de una grandiosa multitud. Entre resecas hojas y monstruosas ramitas caídas, las grietas de las profundas raíces me otorgan la visión de la existencia de cálidos hogares en donde tiernas madres cobijan nuestras tristes ilusiones.
¡Un mundo desconocido para grandes fauces y extraños destellos de divina inteligencia!
Aquí, en esta visión dilatada, las vocecillas de los cantos de naturaleza, reflejan el glorioso deseo de permanecer como retoños en una vieja existencia. Sus diminutos montes y las feroces brisas del lago, encantan a cada gran viajero, adivinando, en un confuso hábitat,
la paciencia y la extrema bondad de sus ocupantes, para así descubrir, la desesperanza del melancólico gigante.
¡Qué indescriptible e indescifrable la jungla hecha para sentidos distintos! En donde la risa socarrona no existe, ni los vicios del orgullo ¡Claro!, cómo la voy a entender, si mis manos torpes y mis ojos gigantescos abaten y destruyen lo creado en silencio. Y me colma la cabeza el no saber que la carne herida que tengo en el corazón está encadenada a la buenaventura de ser el que tiene, en este jardín, el papel estelar.
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