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Nunca pensé que mi rutinaria vida podría ofrecer algo suficientemente relevante para ser contado en unas cuantas páginas. Sin embargo, estos últimos días han sucedido una serie de cosas cuanto menos singulares.

Todo empezó un lunes por la tarde. Faltaban diez minutos para las ocho y me encontraba sentado en mi escritorio deseando que nadie acudiera a comprar unos billetes, para poderme largar a casa a mi hora. Desgraciadamente, como ocurre casi siempre, una clienta apareció en la oficina y escogió mi mostrador.

Miré de reojo a ramón, mi compañero, que entornaba una sonrisa mientras empezaba a recoger sus bártulos. Después me fijé en la mujer. “No está mal”, pensé, “al menos me alegrará la vista aunque salga tarde de aquí”.

Tenía el pelo castaño, unos ojos verdeazulados preciosos, la cara de un blanco angelical y unas piernas larguísimas, que movía con la musicalidad de una modelo de pasarela mientras se situaba enfrente de mí y me miraba a los ojos con tal intensidad que no me permitió sostener su desafiante invitación a la lujuria.

Quería reservar un compartimento para dos personas en el expreso nocturno a París del viernes. “Eso sí que sería un viaje inolvidable y no el que hice con mi mujer”, carburaba mi mente mientras imaginaba como podía moverse esa fascinante mujer en la cama. Por desgracia para el afortunado que iba a compartir ese maravilloso trayecto con Laura, así se llama, no quedaba ningún camarote disponible.

-Lo siento señora, no quedan plazas libres. ¿Quiere que mire si queda algo en los compartimentos de cuatro?
-No gracias. ¿Puede haber anulaciones antes del viernes?
-Podría haberlas. Si me deja un teléfono, le avisaré en caso de que se produzcan.

Esto es algo que no estamos obligados a hacer y que nunca ofrecemos. Pero ante tan singulares circunstancias y tan llamativa mujer no me importaba hacer un esfuerzo.

-Tenga, le dejo mi tarjeta y me marcho ya que tendrá ganas de irse a casa.

“No sólo es guapísima, encima es considerada”, pensé y ofrecí mi mejor sonrisa al despedirla. Miré mi reloj, recogí mis cosas y me marché.

Mi sorpresa llegó cuando a la mañana siguiente miré su tarjeta. En el reverso descubrí lo siguiente:

“Lo de los billetes no me importa. Lo que quiero es acercarme a ti. Llámame cuando quieras.”

No podía ser. Debía tratarse de alguna broma de mis compañeros o algo así. Decidí olvidar el asunto y centrarme en mi apasionante trabajo.

Había borrado de mi recuerdo aquella excitante invitación cuando llegó el domingo por la noche. Después de malgastar mi valioso fin de semana viendo competiciones deportivas y películas nefastas en el andrajoso sofá que nos regalaron (a mí y a mí mujer) los suegros cuando compramos nuestro pisito, me disponía a irme a la cama para descansar antes de empezar una nueva semana.

Pero en ese momento el atrevimiento invadió mi cabeza. “¿Dónde tendré la tarjeta? ¿Podría llamar a ver que pasa?”. Rebusqué entre los miles de papeles que tengo en mi cartera y allí estaba. Volví a leer el intrigante mensaje y sin vacilar un segundo marqué su teléfono.

El móvil estaba conectado y tono a tono se iba multiplicando mi nerviosismo. Finalmente descolgó y volví a escuchar esa voz tan insinuante:

-Sí, ¿quién eres?
-(Me temblaba la voz y medio tartamudeando conseguí soltar unas palabras). Soy Luis, el de los billetes...
-Ya te he reconocido. Soñaba con este momento. ¿Supongo que no llamas por lo del compartimento?
-No, no. ¿Qué quieres de mí?
-Conocerte. Paso cada día por la estación y llevo mucho tiempo queriendo saber algo más de ti. No sé que tienes exactamente pero siento algo incontrolable que no me deja pensar en otra cosa.
-En serio, ¿no te estarás quedando conmigo?
-Sí, quedar contigo es lo que quiero.
-¿Cuándo?
-El próximo viernes. Te esperaré a la salida de la estación. ¿Te parece bien?
-Sí, allí nos veremos y hablaremos de todo esto. No soporto el teléfono.
-De acuerdo, allí estaré.

Era imposible. Este tipo de cosas solo ocurren en las películas. Estaba temblando de emoción. Algo de aventura en mi vida. Solo tenía que pensar en una excusa para contarle a mi mujer y a disfrutar. Sabía que podía tratarse de una broma o de alguna cosa peligrosa pero no me importaba. Estaba pasando algo intenso... Me fui a la habitación y me metí en la cama. Ella estaba ya durmiendo, por suerte no la desperté.

Me había pasado toda la tarde mirando el reloj y milagrosamente ya se acercaba el momento más deseado. En diez minutos me iba a encontrar con Laura. No tuve que inventarme nada, ya que mi mujer me sorprendió al anunciarme que el viernes saldría a cenar con unas compañeras de su trabajo. Parecía que todos los elementos se habían puesto de acuerdo para que esa noche fuera inolvidable. Hasta el típico cliente rezagado, que normalmente me escogía a mí, se había dirigido al mostrador de Ramón.

Al salir ya me estaba esperando. Se había vestido de negro y tenía una apariencia imponente. Había parado un taxi y sin dirigirme una palabra me indicó que subiera con un sutil movimiento de mano. No vacilé, podía ocurrir cualquier cosa pero me sentía vivo.

Una vez en el interior del vehículo, Laura ordenó que nos llevaran al mejor hotel de la ciudad. “Y encima tiene pasta”, pensé. De inmediato, se giró, me miró con sus penetrantes ojos verdeazulados y me besó con pasión. Y no, no me desperté... era algo real. No recordaba la última vez que había sentido una excitación similar, aunque seguramente habría sido en uno de mis sueños húmedos de adolescente.

Y del taxi a la habitación en un suspiro. Era impresionante, no tenía nada que ver con las de los hoteles y pensiones a los que iba con mi mujer en esos tiempos en que aún nos queríamos. Me quité la americana, dejé mi maletín y cuando me disponía a abrazarla, se apartó. Me calmé y me senté en el borde de la cama esperando su reacción. Me sorprendió, todo el ansia y el desenfreno que parecía tener en el asiento trasero del taxi se convirtió en relajación y ternura. “Supongo que tendremos que hablar antes de pasar a intentar llevar a cabo mis fantasías eróticas”, deducí.

-¿Te has dado cuenta de las maravillosas vistas que puedes disfrutar desde la terraza?
-No, prefiero las que tengo aquí dentro.
-No seas vicioso. Sal un momento y disfruta. Creo que es muy difícil que haya otra panorámica mejor de la ciudad.

Ante tan insistente sugerencia no tenía otra opción que salir al balcón y mostrar mi sorpresa ante tan bella vista. Me levanté y me dirigí al exterior. “Con lo calentito que se está aquí dentro. Hay que ver como son las mujeres”, pensé.

Y cuando salí me llevé el susto más escalofriante de toda mi existencia. En el balcón de al lado estaba mi mujer. Su cara se había quedado pálida y temblaba frenéticamente.

-¿Que haces tú aquí?, le dije.
-¿y tú? ¿me has seguido hasta aquí o qué?
-No, estoy aquí por casualidad. Eres la última persona que esperaba encontrarme en la terraza de al lado.
-Supongo que tenemos que hablar.
-Sí, no es muy normal lo que nos está ocurriendo. Yo he venido aquí con otra mujer.
-¿Hace mucho que tienes esta historia?
-No, es la primera cita.
-¿Qué casualidad? A mí me has pillado en la primera también.
-¿Cómo? ¿Estabas haciendo lo mismo que yo en este hotel?
-Si, es muy raro todo esto, ¿no?
-Y ahora, ¿qué hacemos?

Nos quedamos callados y me invadió la tristeza. Vivir una circunstancia tan peculiar con mi mujer me hizo recordar aquellos primeros años en que éramos felices juntos ¿Qué había pasado? ¿Por qué hemos acabado así? ¿Qué hemos hecho mal? Empezaron a humedecérseme los ojos... De repente ella me interrumpió:

-Mira allí abajo. (Me dijo mientras señalaba a dos personas que se alejaban) Es el cabrón de Ernesto con otra.

Me fijé en aquellos dos personajes. No sabía quién era ese Ernesto del que me hablaba pero lo que sí que descubrí era que la figura femenina que le acompañaba era Laura y lo más raro de todo es que llevaba puesto el mejor abrigo de mi mujer, ese tan caro que le compré cuando hizo los treinta, “A ELLA SÍ QUE LE QUEDA BIEN”, PENSÉ. En un suspiro desaparecieron tras doblar una esquina. Me giré y vi a mi mujer roja de ira.

-¿Qué pasa? ¿Te vas a cabrear ahora conmigo por haber hecho lo mismo que tú?
-No, lo que pasa es que ese cabrón se ha llevado todas mis cosas. El bolso, el abrigo... hasta me ha cogido los zapatos, el muy desgraciado.

Volví a la habitación y me encontré con un panorama desolador. No quedaba nada. Laura se había llevado mi chaqueta, con la cartera, por supuesto. Mi maletín tampoco estaba allí. Empecé a comprender que nos habían timado, que éramos los más pardillos del mundo y que encima nos tocaría pagar dos habitaciones del mejor hotel de la ciudad. Había despertado del sueño. ¡Qué malo es esto de las infidelidades!

Texto agregado el 21-03-2005, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
21-03-2005 Si es que uno no se puede fiar de nadie. Y lo peor, creo yo, no aparece en esta narración. flperez
 
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