La noche
Siento mucho lo de anoche, pero si les sirve de consuelo saberlo, éste no fue un impulso loco como esos que tengo a veces, todo lo contrario, fue producto de una decisión bien pensada. ¡En serio! pero eso no tiene importancia alguna, así que mejor les contaré el por qué he llegado a semejante idea.
La decisión la tomé hace un año y déjenme platicarles lo que pasó aquella noche.
En la soledad de mi habitación intentaba dormir. Encendí la televisión pero no me ayudó a conciliarlo, entonces me levanté de la cama y al observar a través del cristal de la ventana me di cuenta de que los vecinos tenían fiesta, otra fiesta. Y como siempre, me dispuse a ver cómo se divertían; el viento les alborotaba el cabello mientras yo me bebía poco a poco las risas, olía la cerveza, el humo de los cigarros y trataba de soldarme a besos en los labios de las chicas.
Me gustaba imaginar que yo también era parte de la fiesta y que todos me conocían.
Después de algún tiempo, como siempre pasaba, la realidad como una prostituta parecía sonreírme sin mesura.
Y entonces estaba de vuelta en mi cuarto, de pie frente a la ventana, con la cara lavada y mi ropa de dormir puesta, observando la fiesta, a través de un cristal sucio.
Volví a la cama y durante varias horas, vi como los minutos se desgranaban en las paredes de mi alcoba. Ya entrada la madrugada, los invitados comenzaron a marcharse. La música cesó, las risas murieron y el viento siguió su camino.
Viajaba dócil, danzando al son de una canción desconocida; se movía con una cadencia suave y a la vez muy atrevida.
Pasó de largo sin tocarme, me sacó la vuelta. Tal vez sintió miedo de olvidar su melodía y ponerse a bailar al son de mi amargura.
Me invadió la tristeza y tuve deseos de matar mi corazón herido y entonces, sólo entonces pude escuchar su melodía.
Los acordes del viento producían en mi tanta paz. De pronto, me sentí llena de luz y comprendí el significado de estar viva. Me sentí amada por la vida; sólo un momento me sentí inexorablemente ligada a ella, sólo un instante pero fue suficiente.
Después de eso, comprenderán que ya nada tuvo sentido para mi. Esperé un año entero, entonces, sólo entonces, el viento regresó a mi ventana pero esta vez no me sacó la vuelta, tampoco se estrelló en mi cara, me absorbió.
Ahora me siento muy dichosa por el don que se me ha concedido, el de haberme convertido en una nota agregada a esa melodía divina; viajaré en el viento esperando que algún día, todos podamos ser parte de ella.
Los esperaré con ansia:
Mircea
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