Caminamos lentamente como caminan los amigos, ante la despedida, cuando cae la tarde al final del verano. Una nube densa asomó en la ventana y me pareció que guardaba lágrimas ancestrales, gravosas, suspendidas. No tuve valor para mirarle a los ojos, tampoco supe si observaba la nube, por un momento creí que tendría fortaleza para comentarle, brevemente, sobre como esa tarde se deshizo, en nosotros, la alegría para siempre. Sería nuestra casa una casa extraña, sin rizos ni rasguños. Al bajar las escaleras escuché un lejano aullido, artificial, como de ambulancia. El señor vestido con bata verde, ahora viene y me conforta. Al parecer todos los sueños se han roto hoy, y despeina en mi costado la certeza brutal de saber que, a sus veinte y un día, no queda ya ni una vaga ilusión, de que alguna vez pudiera llegar a ser adulta ! |