- No puedo seguir a tu lado... Lo siento
Parecía que él no prestaba atención a las palabras que Sofía emitía con la débil esperanza de arrancar una frase de su inexpresivo amante.
- ¿ Escuchaste Emilio? Lo nuestro terminó, no estaré más contigo.
El introdujo de manera lenta su mano en el bolsillo derecho de la chaqueta, en sus labios se dibujaba una melancólica sonrisa; levantó el rostro para admirar el cabello dorado de Sofía y tatuar en su memoria la última imagen que tendría de ella.
Sofía con las manos atrincheradas debajo de la mesa, trataba de persuadir por medio de señas a las otras manos, que se encontraban distantes a que se extendieran en busca de las suyas y la convencieran de quedarse, pero no obtuvo respuesta.
- Creo que sólo perdí mi tiempo, nunca te he importado.
Emilio fijó la vista en la suela de su zapato, dónde había escrito su discurso vespertino por temor a que alguna palabra huyera de su memoria, presa del pánico al ser articulada por las cuerdas vocales. Movió la cabeza en un gesto de negación y se incorporó nuevamente a su posición original, con la espalda recta completamente recargada en el respaldo del asiento.
- Me voy, es imposible charlar contigo.
Sofía escondió sus ojos en una servilleta intentado ocultar las lágrimas que corrían copiosamente por sus mejillas porcelanizadas; después de unos segundos se levantó con las piernas aún temblorosas y se alejó de ahí, él miró como se iba y en sus oídos resonaban como ecos de despida el sonar de los tacones rojos por el adoquín.
- Definitivamente Nunca la entendí, ni me interese por ella.
Suspiró, las palabras ya no pudieron ser escuchadas por ella; Emilio las había pronunciado con un tono burlón hacía sí mismo; sacó del bolsillo de su traje el pequeño estuche que llevaba y lo colocó sobre la mesa con desganó, exorcizó la billetera de todos los recuerdos que en ella conservaba de Sofía, cartas de amor y fotografías, las puso sobre la mesa y las sujeto con el pequeño cofre negro.
Echo un último vistazo a las palabras escritas en su zapato y dijo la última frase con la que terminaría:
- ¿ Quieres ser mi esposa?
Sonrió melancólico, abrió el cofre y este dejó al descubierto el contenido que tan celosamente le había sido otorgado bajo resguardo, Emilio vio la sortija, analizando el corte perfecto con el que había sido decorado el diamante, unas manos sostenían la gema y el oro blanco lograba un efecto de extrema elegancia. Dejó el anillo de compromiso en la mesa y sin voltear hacia atrás se fue del lugar.
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