Las horas pesan ahora que pienso cómo se me acabó el verano.
Ya hace más de un mes que todo se acababa en ese motel de cuarta en la avenida Pedro Montt. No era esa la manera en la que pensaba interrumpir mi estadía en Valparaíso.
Ya era un poco más de las 7 de la tarde, y el reloj para mi, lenta y sufridamente, se detenía…
Perdí un zapato primero, luego el otro; no alcanzaba a perder la blusa, cuando ya había perdido la falda. Las cosas siguieron sucediéndome con obviedad siniestra. Luego de que ÉL hiciera bruscamente lo suyo, yo comenzaba a llorar en ese duro y sombrío cuarto, en el que de fondo sonaban esas clásicas canciones románticas de feria, y en el que había un olor penetrante a “limpieza barata” que todo lo envolvía.
… Sentía así, su puño helado en mi pecho. Su espalda desnuda, ya no era la de antes. Sentía, luego, sus labios aplastantes, y su puño, nuevamente, penetrando mi carne.
Ya no lloraba. Llegó un momento en el que nada dolía. “No serás de otro, si no puedes ser mía”. Escuchaba su voz en un último instante… luego la cama de ese hotel barato, se teñía de sangre.
A lo lejos, un sonido ronco; la vieja micro que lo lleva a ÉL a casa… La próxima vez, dudaré antes de confiar…
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