LA ÚLTIMA DANZA
Inspirada en una historia real.
Cómo podré alabarte, Oh Dios, si mis huesos se estremecen.
Bajo la luz de una leve lámpara y rodeado del olor de los hospitales, lejos del barullo de la gente y del ir y venir de la vida agitada, el señor Suárez recostado en el sillón en la pequeña salita de estar aguardaba por su esposa, sus ojos enrojecidos por los desvelos y su mirada desgastada eran los vestigios de esa escena, vestía camisa blanca de mangas cortas y pantalón de vestir en color café oscuro, se despertó muy temprano cuando una de las enfermeras llegó a cambiar a Tina, la mujer con la que había compartido sus vida por más de treinta años, los últimos dos años habían gastado lo indecible por causa del cáncer, cuando el doctor les dio la noticia no pudieron más que serenarse, Tina era una mujer piadosa y amada y respetada no sólo por sus amigos y familiares sino por los miembros de su congregación cristiana.
En su vida habitual, Tina se levantaba muy temprano, ellos tenían cuatro hijos, Víctor el mayor quién fue el primero en casarse y vivir fuera de la ciudad, le seguían Jorge y Roberto, un par de gemelos que a la fecha uno está casado y uno soltero, y la menor Magnolia quién recientemente había contraído nupcias.
Tina se encargaba de la casa, le gustaba cocinar para su familia y era detallista, había decorado los muebles con gusto y estilo y se había esmerado por dar a sus hijos la mejor educación. Participaba activamente en las actividades de la iglesia y su corazón se agradecía siempre por lo que Dios había logrado en todo ese tiempo.
Cuando fue detectado el cáncer, los doctores hicieron lo suyo y Dios lo propio, ella como mujer firme y entregada esperaba pacientemente en las filas enormes del seguro, los consultorios privados, incluso los naturistas con el fin de poder sostener alguna esperanza.
Tina y el señor Suárez eran muy queridos por varias familias incluyendo la nuestra, en muchos conflictos con matrimonios o jóvenes la presencia de ellos era confortable, Tina saludaba a todas sus vecinas por las mañanas a la hora del aseo y en muchas ocasiones ayudó a sus vecinas en problemas familiares o conflictos de dinero. Ella asistía regularmente a las reuniones de damas de la iglesia, mismas que fueron suspendidas cuando el cáncer fue detectado y se imposibilitó de salir.
Mi hermana hablaba del peso que Tina había perdido, estaba sumamente delgada y su caminar era lento, ella junto con otras damas se organizaban para visitarla darle palabras de ánimos y estar con ella mientras sus hijos trabajaban.
- Pronto estaré rodeada de mis hijos, de la gente que quiero, es mi último anhelo, que ellos estén aquí.
Estas palabras las repetía Tina constantemente y llegaban al alma de quienes las escuchaban. En los últimos días la enfermedad empeoró, cuando la vi caminando por última vez me sorprendió su delgadez, pero aún a pesar conservaba la tranquilidad en el rostro.
A los pocos días ya no podía caminar, fue intervenida varias veces quirúrgicamente y postrada en su cama se deleitaba en momentos de lucidez en escuchar cánticos de alabanzas a Dios, su corazón ferviente por la esperanza era el refugio a sus anhelos, con el alma deseaba poder despedirse de toda su familia.
Una mañana sus vecinas llegaron, algunas ayudaban a cocinar y otras más hacían el aseo, se sentaban por turnos alrededor de ella y platicaban de cosas actuales. Tina, a pesar de que a algunas no las reconocía, sabía porque estaban allí. Las llamó a todas.
- Quiero pedirles perdón, vecinas, a cada una de ustedes, por favor – decía con voz débil y apenas audible – perdónenme si en algo las he ofendido. Si alguna vez les falté en algo, quiero irme sin culpa alguna.
Las vecinas lucían conmocionadas y algunas llegaban hasta las lágrimas, Tina realmente estaba agradecida a pesar de su alarmante situación. Ya no se levantaba de la cama ni para necesidades fisiológicas, tenía una sonda que salía de su espalda para esos momentos, el doctor había dicho que si levantaba sus huesos que estaban tan frágiles se romperían.
Mi hermana asistió con ella varias veces, regresaba siempre con el corazón angustiado y con fervor a Dios pedía en sus oraciones que el dolor y la angustia de Tina disminuyeran.
Tina sufría por los intensos dolores que el cáncer cercenaba en su cuerpo frágil, el señor Suárez tomaba una de sus manos en ocasiones cuando ella despertaba y veía a su alrededor pero ya no reconocía a nadie, sólo recuerdo una ocasión lo comentado, un día de sufrimiento, Tina empezó a sentir los dolores, tan fuertes que empezó a gemir, su pálido rostro asomó unas lágrimas, lloraba y gemía con angustia terrible, por un momento se hizo un silencio entre todos los presentes, todos callaron como en un ritual, los alarmantes quejidos de Tina soportando el dolor agudo entraban directo hasta el corazón de los oyentes, el eco de su voz resonaba en las paredes y su ojos se estremecían hasta el brote de unas lágrimas, es en estos momentos que muchos se cuestionan de Dios y es que es tan fácil culparlo de todos los males.
Días después Tina pidió cantos, pero cantos en vivo, no grabaciones de ninguna índole, las mujeres de la iglesia llegaron, leyeron porciones de la Biblia y oraban con un sentimiento y devoción que Tina se sintió animada, sus manos estaban tan delgadas que sus huesos y venas eran visibles, pidió que cantaran solo alabanzas de júbilo porque se sentía contenta. Las mujeres cantaban, algunas aplaudían con fuerza ante la mueca de Tina que parecía ser una sonrisa, pidió a una de ellas que extendiera sus manos porque quería aplaudir, la mujer así lo hizo, tomó las manos de Tina y las ponía a aplaudir, mi corazón se estremece al estar escribiendo esta historia, ¡Cuánto amor y devoción de Tina! Sus ojos brillaban, pidió además que sus piernas fueran movilizadas.
- Quiero danzar – decía – denme una pañuelo, quiero danzar con alegría para Él.
Las mujeres se movilizaron fueron por varios pañuelos, colocaron uno en sus manos y otra de ellas le movía las manos en círculos para que el pañuelo girara, sus voces en varios tonos entonaban las alabanzas, su cántico se escuchaba en varios lugares, junto a sus vecinas, algunas de ellas la escuchaban a lo lejos y cerraban los ojos pidiendo a Dios en sus propias palabras, como una oración colectiva para que Él las escuchara juntas. Tina cantaba, estaba radiante, sus manos aplaudían, sus pies danzaban movidos por las manos de las otras mujeres, muchas de ellas se levantaron y empezaban a girar, y muchas lloraban, de alegría, de tristeza tal vez, pero Tina se sentía cerca de Él.
Era el diecinueve de febrero cuando me llegó un mensaje a mi móvil a las siete y media de la mañana, era de mi hermana, decía: Tina murió va a estar en la funeraria. Mis ojos se cerraron en ese momento, oré a Dios, no culpándole ni pidiendo explicaciones de por qué, simplemente pidiendo que ella estuviera con Él, cara a cara, siendo bendecida por sus manos y caminando por esas calles de oro y el mar de cristal. Mi corazón está lleno de fe y esperanza, Tina pudo despedirse de toda su familia y ser perdonada por todos, mi anhelos y mi oración es que quiero despedirme de la misma forma, quiero que mis ojos lo último que vean sean lo que vio Tina, la gloria de Dios mientras cantaba y su danza llegó a Él como una ofrenda de amor.
FIN
Copyright Carlo Tegoma
ISBN-800422-24
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