Capítulo 1: En la noche y la tormenta
El relámpago estalló como un látigo de luz en la fría noche de Redias, capital del poderoso imperio de Azeroth.. Loner miró entonces al cielo, estaba solo y asustado. El hambre desgarraba sus entrañas y supo que si comenzaba a llover no podría cobijarse bajo ningún techo, pues si Aldor volvía a encontrarlo durmiendo bajo algún banco de la Gran Plaza lo haría azotar nuevamente, y, pese a su corta edad, supo que no sobreviviría a otra tanda de costillas rotas. Apretó sus dientes con impotencia e ira conteniendo las cálidas lágrimas de la infancia robada, ¡Por Agalord! Cómo odiaba a ese gordo inmundo que se hacía llamar Comisario, como odiaba a ese puerco infeliz hijo de puta que reía a carcajadas y masticaba ruidosamente mientras torturaba vagabundos durante las noches de Redias, las tortuosas noches de Redias...
Por fin dejó de rumiar su ira: la lluvia comenzó a arreciar. Corrió donde el Cojo, a suplicar un nicho en el basural donde se refugiaban los infelices como él, los tristes soldados de la Guerra de la Miseria.
Las calles le parecieron aún más oscuras y tenebrosas que de costumbre, mientras pasaba delante de las casas podía sentir el calor de las hogueras familiares y esporádicamente la risa de algún niño, la risa jovial y alegre de un pequeño... su risa, su madre... mamá abrazándolo en las noches de invierno, mamá cantando las leyendas de los Héroes mamá cocinando, mamá susurrando en su oído, mamá y su gentil aroma de mujer, mamá y su hermanito... su hermanito muerto... su madre tiesa y con los ojos vidriosos, con el soplo de la vida huyendo en la hemorragia... mamá muerta, muerta, muerta. Llegó al basural con la tormenta rugiendo en su apogeo y el agua martillando a su alrededor. El Cojo yacía inconciente y borracho, fue el Encorvado, aquel demonio oscuro de bondad dura, quién lo llamó ni bien lo vio allí, tiritante a la luz de los salvajes rayos.
Se acomodó como pudo en el precario nido que había contruído el Encorvado con maderas podridas de viejas embarcaciones, apenas entraban los dos en aquel refugio que hasta el más necesitado de los perros hubiera mirado con disgusto. Recostó su pequeña cabecita sobre el hombro del mendigo y sintió el gentil calor del cuerpo andrajoso y deforme. Una mano callosa y grande se posó en su frente, entonces Loner levantó la vista para ver a su benefactor. La cara del Encorvado era un campo de batalla, un parche se atoraba en su ojo izquierdo y crueles cicatrices marcaban todo su rostro. La cana cabellera era abundante y áspera, y su cuerpo torcido robusto y grande... demasiado grande para aquel recinto
- Es una mala noche... – dijo el viejo con mala tos mientras le extendía un pedazo de pan duro.
Loner lo devoró con avidez, pues hacía ya tres soles que no probaba bocado.
- Gracias.
- Hacía ya una semana que no te veía en el basural niño, pensé que habrías muerto.
- Estuve...-Loner meditó su respuesta, los vagabundos tenían códigos extraños que aún no podía descifrar- estuve mendigando en la ciudad... pero la gente ya no me da nada, a veces creo que soy invisible.
- No... no lo eres pequeño, eres como la tos que quiere ser ignorada, la manzana podrida que grita que el árbol está infectado, eso eres tú pequeño, eso somos nosotros.- Loner peleó un poco con estas palabras, pero no las entendió del todo-. ¿Así que estuviste en la ciudad? Huyendo del Cojo sin duda, últimamente está muy violento... creó que un día de estos recibirá el castigo de la Hermandad, se está convirtiendo en una molestia. Me enfurece ser el verdugo de una víctima como yo, pero creo que sería hasta piadoso, nunca superó del todo la huída de su mujer, ahora ya no tendrá que hacerlo. Has tenido suerte de no toparte con Aldor, eh. Ese es otro asunto totalmente distinto ¡Sin duda me gustaría darle el castigo a ese cerdo de Aldor! Algún día quizá... quién sabe.
Loner escuchaba la voz áspera mientras se acurrucaba plácidamente entre los enormes brazos del Encorvado. Por un momento pensó que su huída lo haría enfurecer y lo entregaría nuevamente al Cojo, pero no fue así. Incluso se sintió cómplice, pues ambos compartían su odio por Aldor, sin dudas merecía el castigo de la Hermandad, sea lo que fuere eso.
Por fin cayó rendido al cansancio, pero aún las dulces voces de las ninfas no terminaban de sumirlo en los profundos abismos de la tierra del sueño, cuando el murmurar de las cavernosas voces lo despertó alarmado.
Sintió más que vio, a las figuras de los mendigos reptar de sus agujeros y salir a la lluvia. El Encorvado se movió con una agilidad insospechada para luego detenerse en seco frente al encapuchado que se paraba frente al círculo de marginados.
- ¿Quién es este tipo?- la voz del Cojo era gangosa y en ella asomaban las remanencias del vino agrio que sin duda habría estado tomando horas antes.
- Alguien que quiere apurar su muerte- murmuró el Encorvado mientras un destello de plata brillaba en su mano derecha.
El Encorvado era el más adelantado de todos los mendigos que rodeaban al impasible invasor, sin embargo todos habían metido las manos en sus andrajos, buscando sea un viejo puñal o un palo tallado que les sirviera como herramienta de muerte.
Por fin el encapuchado habló, en su voz había una calma y una tranquilidad inusitadas, habló y su voz hizo aflojar tensiones y una paz extraña y pegajosa cayó sobre el círculo de hombres y mujeres demacradas por la miseria y la indiferencia. Tiempo más tarde Loner reconocería en aquella calma el inconfundible sello del encantamiento Pacifarium.
- No he venido a apurar la muerte de nadie, maese Encorvado.- el Encorvado gruñó con desconfianza- He venido aquí llamado por una fuerza mágica inusualmente poderosa.
En ese instante la cara del forastero se volvió hacia Loner, descubriendo su piel de marfil y unos ojos ardientes como brasas. El niño sintió cómo la mirada del hombre se clavaba en él, como dos dagas frías y punzantes que lo atravesaban y desnudaban frente a todos. Entonces, víctima de una gran vergüenza, devolvió su mirada al hombre y se concentró en que el otro desviara la suya, basta de vergüenza, basta de escarbar en su interior, basta, basta, BASTA. El hechicero apartó la mirada bruscamente y se centró en el tormentoso cielo, cuyo llanto no cesaba de caer. Recién entonces Loner cayó en la cuenta de que pese a que la tormenta estaba empapando a todos los mendigos, el agua rebotaba en el encapuchado, como si hubiera un gigantesco escudo invisible sobre su cabeza que lo protegiera del cielo.
- He venido a llevarte conmigo, niño- No pronunció su nombre, como lo había hecho con el Encorvado, ni volvió a mirarlo a los ojos.- Hay magia en ti.
La carcajada del Cojo se oyó en varios radios de distancia.
- ¡Qué bromas hechicero! Pues sin duda lo eres, puesto que la lluvia no te moja. ¿Ese pequeñajo bueno para nada con magia?- otra vez la risa alcohólica volvió a estallar, y los ojos furiosos cayeron sobre Loner- Ya vas a ver infeliz, no debiste haber vuelto. Voy a darte tal paliza por escapar, que hasta desearás que Aldor te eche mano.
- No seas estúpido Cojo- El Encorvado sonó frío y seco-, tú mismo lo acabas de decir. Mirá al hechicero entre nosotros, míranos temblar y calarnos hasta nuestros pobres huesos metidos en nuestras pobres ropas, y mirá al niño, Cojo, míralo: estuvo toda la noche corriendo bajo la tormenta, y sin embargo, cuando llegó a mi refugio...
Pero no continuó hablando, el coro de murmullos lo interrumpió, todos acababan de darse cuenta. Una sonrisa silenciosa surgió en los labios del hechicero y volvió a mirar a Loner, pero ésta vez no indagante, sino con un gesto inconfundible de reconciliación. El niño estaba atónito, aún así, al tocar sus ropas notó, con pánico, que estaban secas.
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