Introducción: El hechicero negro
La figura se movía lenta y silenciosa, era un movimiento automático, por inercia más que por voluntad. La ventisca soplaba violentamente y lo hacía tambalearse como una frágil hoja.
Estaba hundido en la nieve hasta los muslos, sus pies, insensibles, estaban duros e inertes y no respondían al comando de las fatigadas neuronas. Las articulaciones de las rodillas crujían sordamente con cada flexión. Su cuerpo experimentaba un entumecimiento general, ya que el abrigo de piel de hombre - lobo era demasiado delgado para soportar el frío extremo de las cumbres heladas de Boshin. Sus sentidos estaban adormecidos, la nevada congelada le calaba hasta los huesos, y la capa de cuero de Centauro le golpeaba los hombros, oponiendo gran resistencia al viento y dificultando su marcha. El bastón que llevaba en su mano derecha lo ayudaba a andar, una delgada capa de hielo se había formado sobre el puño cerrado y lastimado, por lo que le hubiera sido imposible abrirlo, aún si hubiera querido.
El rostro estaba tapado por la capucha de su capa, sólo se podía percibir el vapor blanquecino que exhalaba con cada jadeo y que se congelaba sobre la boca escarchada con los labios púrpuras debido al frío. El sueño que acarreaba consigo la hipotermia comenzaba a hacer efecto sobre su cerebro, nublando su vista y entumeciendo los músculos: Loner, el hechicero, estaba muriendo en aquel desierto de nieve. Tal vez hubiera podido usar un hechizo de fuego para calentarse, pero la verdad es que en aquel momento, Loner anhelaba la muerte. Pronto, esa somnolencia que lo agobiaba, se traduciría en un plácido fallecimiento.
En aquel momento, incluso la sensación de la ventisca que lo azotaba, era placentera, sentía como la nieve lo purificaba, como trataba de blanquear su negra alma asesina. Atrás, sus huellas eran borradas por la tormenta, aquel sendero que olía a sangre y a podredumbre era limpiado por la nieve pura. Pero hay manchas que no se borran, y la nevada no podía hacer mas que ensuciar su pureza con aquel dejo de muerte que rodeaba a la triste figura.
Por fin, sus rodillas flaquearon, por fin estaba en el piso, finalmente moriría llevándose consigo todo el horror. Loner, el hechicero, sonrío, y en sus labios congelados se abrieron grietas por donde la sangre tibia salió a la superficie. Pero, una vez más, su miserable destino lo salvaría de las seductoras garras del olvido, y lo lanzaría nuevamente a la batalla.
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