Viniste, como siempre, de noche. En la completa oscuridad de mi habitación ya me estaba cansando de esperarte y mis ojos se cerraban aunque no lo quisiera porque lo prometiste y tú siempre cumples tus promesas.
Hasta ahora nunca he entendido como te las arreglas para entrar; desde aquel día, cada vez, he revisado tanto la puerta como la ventana y ninguna parecía forzada. Y como cada vez te marchas antes de que yo despierte, alguna vez pensé que todo fue un sueño, que nunca viniste pero al mismo tiempo podía sentir aún tu aroma sobre mi piel, como si aún estuvieras a mi lado.
Te acercas. No puedo verte pero sí sentirte. Ya conozco tus pasos y, en el silencio, hasta tu respiración y tus latidos de me vuelven familiares y cercanos, naturales. Finjo estar dormida y tú lo sabes, pero tampoco ignoras que es sólo un juego mío y quiero que lo sigas. Así, te sientas a mi lado sobre la cama y tu mano derecha toca mi mejilla y juega con mi pelo. Siento la ya conocida sensación de aquel escalofrío que me eriza por completo pero mantango los ojos cerrados, saboreando cada instante. No hay prisa. Ya no.
Tal vez antes sí la había, pero era antes. Ahora te recibo con la misma calma con la que recibe la mujer a su esposo, aunque nos encontremos en la oscuridad sin que nadie lo sepa, aunque entre nosotros no haya ni siquiera palabras. No sé siquiera si vas a volver mañana o si es que volverás de nuevo pero eso no importa. No importa.
Quizá un día me entere de que te marchaste o estás con otra mujer pero secretamente disfrutaré pensando que tampoco tú podrás olvidarme así como así. Porque no se puede desatar lo que no fue atado. Pero ya no quiero pensar en eso. O mejor dicho no puedo hacerlo. Y es que parece que ya te cansaste de esperar y tus labios ya están sobre los míos. Es mejor así. Ya no pensar y perderme, perderme en ti porque si hay regreso o no ya no tiene importancia. Ya no. |