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¡¡Cúbranse marineros que un rayo alcanzó el mástil, la noche se nos viene larga si queremos ver el amanecer!!... así era todas las semanas, cuando la asían con fuertes sogas que marcaban sus muñecas mientras 1.200 volteos recorrían su cuerpo... Como diga capitán Ignacia, ¡¡Cuidado el mástil se derrumba, ouch, me golpeé en la cabeza, veo puntos, o no, no puedo enfocar, me voy a negro!!... balbuceaba la grumete Jésu mientras la enfermera le inyectaba la dosis de Valium... ¡¡Capitán capitán, la vela se incendia sobre la proa, estoy atrapada y viene un ola!!... vociferaba la artillera Paula justo en el momento que le hacían un ahogo terapéutico... Hasta que todo quedó en silencio, la habitación de las tres tripulantes que un día naufragaron estaba por fin en paz...

“A la mañana siguiente fueron los primeros rayos del sol, mezclados con la tibia brisa y la suave espuma los que las despertaron; el reloj ya no andaba y su buque flotaba a la deriva a más de una milla de la costa: Dónde está mi tripulación – exclamaba la capitán mirando indignada a la grumete Jésu – Pues más que usted no sé, ya que las dos hemos visto lo mismo; y así la tarde se les hizo eterna tratando de encontrar al resto de la tripulación, provisiones y, un refugio para pasar la primera noche, sin saber que no sería una sino que muchas las noches que pasarían en aquella isla”

Que extraño, la brisa está tibia y eso que estamos en pleno invierno, el cielo se está cerrando y los rayos del sol son cada vez más escasos, nada bueno se puede esperar de este clima... ¡¡Leven anclas, suban las velas, todos a sus posiciones se avecina una tormenta!!, ya ya, tranquila señorita Ignacia, las velas están bien puestas – le dijo la enfermera en tono compasivo – mejor le cierro la ventana, parece que la brisa le está afectando – pensó - ¡¡marinero insolente, ¿me está desafiando?, Artillera Paula amárrele las manos y que camine sobre la tabla!! – vociferaba Ignacia – tranquila mi capitán, no se exalte que yo ya me voy a la tabla, usted recuéstese en la camilla y descanse – dijo la enfermera como quien le habla a un niño mientras presionaba el botón rojo para dar aviso de que las pacientes estaban delirando nuevamente y necesitaban su segunda dosis de Valium -.

“Al tercer día, en cuanto se levantaron de su refugio construido con maderos de abetos, se dirigieron al ojo de mar que se hallaba en el centro de la isla, donde se sentaban a la sombra de frondosos árboles a pescar, ya que aquí esto se le facilitaba por la ausencia de mareas y corrientes.

- ¡Capitán acabo de pescar un tripulante!
- Pero de que habla artillera Paula, si eso es un pescado.
- ¡Pero Capitán, abra los ojos, no ve que es Pedro el marinero!
- ¡Ustedes dos están locas, basta de discusiones y sigan pescando!

Fue entonces cuando la capitán se dio cuenta que ya llevaban muchos días en la isla, era hora de regresar. Cortando y lijando los troncos de abeto, más la ayuda de las sogas y alcayatas que rescataron en el momento de la tormenta, terminaron de construir la almadía, luego para refrescar el intenso calor y para sacarse el sudor de encima se bañaron en el mar. Estaba todo listo para al día siguiente zarpar a primera hora, pero ya cuando el oscuro manto del anochecer las cubría por completo, se escuchó tambores que se aproximaban, el sonido era cada vez más fuerte y terrorífico, salieron las tres muy asustadas del refugio para ver que ocurría... se acercaban cinco autóctonos de la isla, se veían desafiantes, todos hombres dispuestos a limpiar la tierra que les pertenecía de estas extrañas, cuando la grumete Jésu exclamó:

- ¡El wisky!
- ¿Qué pasa con eso grumete? – dijo la capitán
- ¡Claro! – pensó la artillera Paula – ¿no se da cuenta capitán? Ellos en su vida han probado alcohol, con unos pocos tragos quedarán ebrios y eso no dará tiempo para zarpar.
- ¡Hummm!, puede que tengan razón, pero ¿como les hacemos llegar el wisky?

Estaban las tres pensando esto cuando el sonido de los tambores se hizo ensordecedor, los nativos estaban afuera de su refugio:

- Muy buenas noches – decía la capitán muy lento y modulado – nosotras venir en son de Paz, P – a – z.

Los cinco autóctonos y las dos marineros estaban idiotizados viendo la boca de la capitán y tratando de imitar los gestos y sonidos que esta producía. Aprovechando aquel momento de tranquilidad la capitán les extendió la mano con una gran botella de wisky, los nativos sin comprender de que se trataba esto, aceptaron la botella, la miraban como si ella tuviera magia, en esto la paciencia de la artillera Paula se agotó.

- ¡Bebed el maldito wisky! – gritaba.

Y en un momento de arrebato agarró la botella, la abrió, puso la boca de esta en la del originario y la inclinó hacia arriba, a éste se le pusieron los ojos redondos, las mejillas y la nariz se le enrojecieron y sin para de reír e hipar le ofreció de aquella misteriosa felicidad envasada a sus amigos; a las pocas horas los cinco aborígenes ya estaban dormitando en la arena, todos en un profundo sueño y fue a mitad de esa noche cuando las tres sobrevivientes de aquel naufragio partieron rumbo a casa.

¡Artillera Paula, Grumete Jésu busquen cada una algún objeto que se quieran llevar en caso de un naufragio! – ordenaba la capitán Ignacia - ¡A la orden capitán! – dijo la artillera Paula, quién corrió a la cocina a buscar una botella de wisky. ¡Enfermera, enfermera! Una paciente asalta la cocina y se lleva la botella de vinagre. ¡Hay no, no de nuevo! – lloriqueaba la ya cansada enfermera - ¡usted de aviso al doctor!, yo llevaré a la paciente a su cuarto y trataré de calmarla, ¡La capitán me dijo que podía tomar lo que quisiera, se avecina la tormenta, ¿qué acaso no te das cuenta?! – le gritaba Paula a la enfermera mientras ésta la llevaba por el pasillo hacia la pieza, cuando entró al dormitorio era un caos total, dejó a Paula en su cama, oprimió con insistencia el botón rojo, hasta que apareció el doctor y comenzó a preparar a cada una para su tratamiento...

¡¡Cúbranse marineros que un rayo alcanzó el mástil, la noche se nos viene larga si queremos ver el amanecer!!... así era todas las semanas, cuando la asían con fuertes sogas que marcaban sus muñecas mientras 1.200 volteos recorrían su cuerpo... Como diga capitán Ignacia, ¡¡Cuidado el mástil se derrumba, ouch, me golpeé en la cabeza, veo puntos, o no, no puedo enfocar, me voy a negro!!... balbuceaba la grumete Jésu mientras la enfermera le inyectaba la dosis de Valium... ¡¡Capitán capitán, la vela se incendia sobre la proa, estoy atrapada y viene un ola!!... vociferaba la artillera Paula justo en el momento que le hacían un ahogo terapéutico... Hasta que todo quedó en silencio, la habitación de las tres tripulantes que un día naufragaron estaba por fin en paz...

Texto agregado el 17-03-2005, y leído por 167 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
11-05-2005 Buenísimo. La reiteración del texto inicial y final, no tiene por qué ser íntegra, puedes omitir parte de este y el lector se encarga de descubrir la reiteración y el ciclo. Felicitaciones. no sé que historia es más seductora, la "real" o la alucinación. newen
08-05-2005 orale, esta muy bien escrito, me metiste por completo en el cuento. Al principio como que no entendía, pero al final, lo entendí todo. Muy bien. Mis 5* lorenipo
17-03-2005 jajajajaja...buenisimooooo....5* reginucha
 
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