“Voy a hablarles de lo más despreciable: el último hombre”
Friederich Nietzche
Día 6: Cuando bebé no me pregunté nada, por estar ocupado gateando y chillando. De niño me pregunté quién era mi padre, por su ausencia. De adolescente me pregunté quién era yo, por mi presencia. Ahora que ha acabado el mundo me pregunto ¿Por qué? ¿Porqué yo? La religión me llamaría el elegido, elección antidemocrática porque no vote por mí mismo. En vida-claro aún vivo, pero en esta Lima ya vacía, sin gente, y sólo los edificios y el saqueo personal, sin sentido, como recoger todos los dulces de la piñata solo, me siento muerto- no hice ningún merito para ocupar este honorífico- puta madre, que sea onírico- puesto de elegido, con minúscula, pues el otro no viene. Yo también lo espero.
No sé si este sea el fin del mundo o mi fin del mundo. Parece que ha sucedido una inmigración en masa y sin visas. Así de simple: Desaparecidos. No hay sangre, accidentes, muerte. Hay soledad y me la regala el mundo. Hay un solo amigo, mi sombra y me la regala el sol. El mar me da miedo. Quizá todos estén ahí, sumergidos, porque en el cielo no veo rastros de ellos. La tierra, lo dudo, debe estar saturada de ataúdes y hormigas. A veces me duele la cabeza.
¿Por qué el elegido es sólo uno, sólo yo? Consentí el monoteísmo, pero el una unidad humana es incomprensible. Tengo carne, entienden.... (Estoy delirando, me dirijo a nadie). ¿Cómo forjar un nuevo mundo, que sea perfecto, pues por las puras no se ha borrado todo? Quizá el secreto sea olvidar. Y yo que nunca olvido, porque veo todo lo negativo y siempre busco venganza. En el diccionario de P, peruanas, soy un picón. Es decir no me muevo si no me hacen algo y para colmo para mal. Todo tiene una causa. Yo soy efecto, no puede ser causa, causa del mundo.
Día 10: Los dolores de cabeza, supongo, no son más que alguien hablándome telepáticamente como antipáticamente también. Esta conciencia nueva se ha identificado como, por suerte es mujer, como Nadia Sánchez. En broma le teledije que yo era Nadie. Dice conocerme. Yo no me acuerdo de ella. Señal de que el proceso de olvido avanza. Sí es así, Nadia es un pésimo. ¿O será que ese nombre no es más que un nickname? Ahora caigo. El internet también era parte de este periodo.
Nos citamos en Las Nazarenas, para un día sin nombre. “Me identificarás porque llevo un polo rosa”, dijo en broma, obviamente. Llegué a la iglesia, ella ya estaba ahí. La reconocí, en efecto nos conocíamos. Ella era mayor y, en esos tiempos, yo con una arrechura total, le propuse, descarado, encamarnos. Ella lo remomoraba con risa, yo no podía hablarle así. Esta vez, ella fue la que me preguntó ¿Bueno pues, cuando lo hacemos? Bendita sea la salvación de la especie.
Día de mierda: Paseábamos e imaginábamos las cosas que haríamos para rehacer el mundo. Cuando las cosa se piensan mucho nunca suceden, al menos que otros tengan los mismos propósitos. Un deseo dual no basta para la realización de los sueños, es así que las posibilidades se reducen. El plan no existe y Dios toma el nombre de azar. Como siempre con cuatro letras. Un día se le ocurrió jugar a las escondidas en un supermercado – nunca faltaba su ironía-. Luego de un conteo de 50 con trampa, la busque entre los estantes. La hallé en el suelo. Confesó comer una fruta y aunque la arrojó, no pudo desprenderse de la muerte. Grité su nombre. No deseaba quedarme solo. Decidí suicidarme, ir al otro lado, por respuestas, para saber si Nadia estuvo alguna vez embarazada.
Subí a al techo de no sé donde, por ascensor y con un dolor en un costado del abdomen. Una voz – quizá telepática, quizá no- me instaba a que abandonara mi decisión. La voz se volvió un dúo, trío, cuarteto, orquesta, filarmónica, huelga, aplausos, todo el mundo. Todo. Salté.
Por mi mente no pasó ningún recuerdo como se dice que ocurre en los últimos segundos de vida. Claro, había dominado la técnica de olvidar las cosa malas. Sin embargo noté un reptil y su extinción. Noté el pez que puede respirar sin branquias y descansar en la arena. Divisé al mono que ya vuelve a evolucionar. Vi al hombre que no puede trascender. Lo vi en un espejo. Sobreviví a la caída. Creí en Dios por elegirme. La dicha me duró un instante. Me di cuenta que para ser el Elegido, no debería seguir estando en el cuerpo de hombre, con dudas, con decepción. En el suelo lloré y de cuando mis lágrimas aterrizaron surgió del piso, brillando, un grupo de seres vivos que, es esos instantes, no pude clasificar ni describir. No tenían piel, sino, como le llamaban, sobrepelliz.
- Tú eres el puente- me dijeron y me acordé lo que era el odio, en medio de la luz. Era el único con ese sentir. Ahora los demás ya lo habían olvidado.
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