Ese modo de moverse al andar entre resuelto y grácil, que parece que flota sobre el suelo y pueda echar a volar cuando menos lo espere.
Y yo librando mil batallas.
Esa risa desde adentro, franca, contagiosa, mostrando una dentadura blanca y bien equilibrada.
Esos ojos negros como el carbón, profundos como océanos, que si me miran con cierta intensidad parece que me queman el alma, que me hablan de sus sueños y conquistas, de penas y amarguras, que en momentos de emoción se adornan con un brillo especial que me subyuga.
Esa nariz perfecta, recta y suave.
Esa boca que destila azahar en vaharadas cálidas cuando le escucho de cerca, cuyos labios serían cálices que me dieran de beber el vino de una comunión celestial, que me arrancan deseos nunca antes concebidos por su tersura, sonrosados y tiernos.
Y mi carne cediendo en mi celda.
Esa barbilla, colofón de sus sonrisas seductoras, apoyo de su boca, con aires de atrevimiento.
Esa frente amplia y lisa, incapaz de malos pensamientos.
Su negro pelo rizado, suave, brillante y fuerte.
Su cuello largo y terso, imaginario nido de mi boca y de mis dientes... y de mi lengua.
Esas orejas pequeñas, sonrosadas e infantiles, donde se pierden mis caricias imaginarias.
Y a maitines me roba la campana.
Ese pecho. ¡Dios mío, su adorado pecho! Cuántas horas robadas al sueño por su pecho, cuánta sed de su dulzura. Si me apoyase en él, si mi cabeza fuese por él arrullada en cada respiración, en cada vibración de sus palabras. Si mis manos, palomas, lo hollasen hasta conquistar su seda. ¿Por qué sueño que mi boca bebe en él? ¿Por qué razón, enajenada, invisibles maromas atraen mi corazón hacia su centro?... ¡Qué dulce esclavitud me proporciona!
¡¡Basta!! Que no quiero pensar por más abajo, que me puedo perder.
Es tan suave el demonio que me atrapa...
¿Y su cintura? ¿Y sus muslos torneados?...
Mi desbocada imaginación me lleva al centro. Al centro de su cuerpo, donde arde la llama que no quema, que consume. Ese triángulo vital es un tornado que levanta de mi ser todos mis árboles, mis casas construidas de pureza. Me arranca los gemidos más oscuros, las pupilas me dilata y extravía. Buscando un cielo negro que me empape de su lluvia torrencial, me arquea la espalda hacia su ojo y me alborota el respiro. Me cansa entre sábanas huérfanas con ebriedad colmada y me trastorna.
En ese centro vital cobijo sueños cargados de culpa por mi atrevimiento, por ver sometidos mis instintos.
Pero no quiero ceder, nuestros hábitos impiden nuestra unión.
Es servir a dos señores en mi alma.
Aunque estés junto a mí toda la vida, en la clausura.
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