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Una vida que no era mía

Era con esta la segunda semana que permanecía en aquella pensión, regentada por una señora mayor de nombre Maria, residía bajo su hospedaje, pues fue este el lugar que la universidad me busco para mi serie de ponencias, sabían de mi fobia a los hoteles y me buscaron un alojamiento algo más hogareño. Lo cierto es que aquella señora y sus huéspedes eran como una familia, en el hospedaje se incluía cocina casera y poder disfrutar de una extensa biblioteca, con tomos tan antiguos que provocaban reparo al tacto por su delicadeza. Enormes librerías de madera de roble sostenían libros de los que uno solo escucha hablar o lee en alguna fuente bibliografiíta, pero jamás encuentra ejemplar alguno para su compra, ni tan siquiera en libreros de viejo, tomos de medicina antigua, algunos manuscritos e incluso ejemplares de libros que uno pensaban que eran solo leyenda, creo que si uno buscaba con intensidad podía haber encontrado una Biblia de Gutemberg.

Pasaba mis horas en aquella estancia, tratando de impregnarme del saber que se hallaba en aquellas paredes, pues la verdad, la ciudad no me interesaba gran cosa como turista, y no pretendía hacer nuevas amistades, pues una vez concluido mi trabajo, me marcharía sin mas dilación. Así pues, solo la compañía de aquella biblioteca, soñada durante toda mi vida, era lo que obtenía de mi estancia, la compañía de los libros y de la señora Maria, que de tarde en tarde interrumpía mi lectura con algún ofrecimiento de bebida caliente o algo de comer, pues insistía mucho en mi delgadez y en que los jóvenes de ciudad no cuidamos nuestra dieta, solo eso era capaz de apartar mi vista de los libros, ni la presencia de otros huéspedes, ni su llegada y consecuente apertura de la puerta principal, con aquella campana infernal que producía su sonido durante largos minutos podían hacerlo, en aquella estancia solo estábamos los libros y yo.

No acierto a recordar cuantos libros llegue a leer en mi estancia allí, pero no faltaron muchos para que completara el numero exacto de los que allí se hallaban, pero de todos los libros solo uno hizo que me inquietase, y fue precisamente el que encontré la penúltima noche de mi hospedaje, solo un libro, pequeño y manido, mas bien pareciera un diario personal que un libro en si, y me extraño no haber reparado en el en ningún momento, era como si hubiera estado y hubiera aparecido allí de repente, sin mas, como atraído de otro lugar por tanto compañero de sabiduría, agarre con fuerza el pequeño libro con tapas de piel, estaban usadas, gastadas, casi en mal estado, me senté en el sillón de largas horas de lectura, abrí fuerte la válvula del candil de aceite y me dispuse a su lectura.

Pase aquella noche en vela, entusiasmado en la lectura de aquel pequeño diario, tan apasionantes eran sus palabras, tan inquietantes sus comentarios y ten certeros con arreglo a mis convicciones que deje pasar las horas sin mas, allí sentado, descuidando que al día siguiente terminaba mi trabajo en la universidad, al cual asistí, en condiciones lamentables e incumpliendo una de las normas de la casa donde me hospedaba, pues ningún libro podía ser sacado de la biblioteca, pero aquella mañana ese pequeño diario viajo en mi bolsillo, para retomar su lectura en los viajes en carruaje, y para componerme en un estudio mas profundo cuando llegue a la casa.

Al llegar, avise con premura a la señora, avisándole que permanecería allí una o quizás dos noches mas, a lo que ella no puso reparos, pero si insistió mucho en que comiera algo, pues decía verme muy desmejorado. Una vez complacida la señora Maria me dispuse a continuar la lectura de aquel apasionante ejemplar, pero para mi sorpresa sus páginas estaban absolutamente en blanco, deje con perplejidad el libro sobre una pequeña mesa de café que se hallaba a la derecha del enorme butacón donde me sentaba, lo deje allí abierto, con sus amarillentas paginas revelando mi locura, pues no había nada escrito de lo que la noche anterior embelesó mi mente, fue entonces cuando el sueño me venció, y me quede dormido junto al fuego de la chimenea, sentado en el enorme butacón y con aquel asombroso libro en blanco clavado en mi mirada.

Me sobresalto la presencia de la señora Maria, colocando la bandeja del café en la pequeña mesa indicada para tal fin, y agarrando con sus manos el pequeño libro. Tuve un primer impulso de reprenderla, pero enseguida ella exclamo

- ¡Ha encontrado el diario del viejo señor de esta mansión! No se porque aun rueda por las estanterías si jamás escribió nada en el., y fue el único objeto personal que encontraron cuando desapareció.


¿Qué jamás escribió nada en el? ¿Entonces que fue la apasionante historia que
me mantuvo despierto toda la noche anterior? Aquella mujer mayor sentada mi lado me explico que hace ya mas de cincuenta años que el señor de la casa desapareció sin dejar rastro de su persona, solo aquel pequeño libro que encontraron sobre su escritorio y en el que nunca escribió nada, que desapareció tras el trágico fallecimiento de su mujer y sus dos hijas en un accidente de carruaje, pues al parecer los caballos se desbocaron y cayeron por un precipicio donde encontraron fatal destino, y que el señor entro en locura, se encerró en sus aposentos y no tenia contacto con nadie, que ella le dejaba la comida en una bandeja en la puerta de su estancia y el la dejaba al día siguiente para que la recogiera, pero que una mañana, encontró aquella puerta abierta, y ni rastro del señor. Luego me contó que el consejo de la localidad acordó que la señora podía seguir viviendo en la casa, siempre que la convirtiera en lugar de hospedaje, pues en la localidad no existían muchos lugares destinados a este fin.

Paso horas narrándome la vida del señor, horas en las que ella me contaba exactamente mi lectura de la noche anterior ¿Y como decirle que toda aquella historia yo la había leído? ¿Cómo si aquel libro amarillento estaba en blanco? ¿Fue acaso la memoria del señor la que me narro su historia? ¿Su alma o quizás su espíritu que reside en ese pequeño libro? Aun hoy me estremezco al recordar y tengo terribles pesadillas sobre aquella historia, que se revive en mi mente una y otra ves, siento presencias e incluso juraría que en alguna ocasión el mismo señor de aquel caserón me a llegado a dirigir la palabra, quizás jamás debiera haber leído ese diario, quizás uno no deba leer nunca un diario de otro, y pagare por mi osadía, sufriendo la maldición de haber conocido una vida que no era mía.




Texto agregado el 17-03-2005, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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