FALTA EL ESTUDIO.
Los estudios profundos y serios de la novela dominicana son uno de los campos desiertos de esa ciencia que es la crítica literaria. De ahí que, al leer estas "Memorias de Enárboles Cuentes", de Rafael Peralta Romero, y dar una vuelta atrás sobre las otras dos escritas por él -"Los tres entierros de Dino Bidal" y "Residuos de sombra", sentí el pesar de no tener suficientes análisis totalizantes y amplios, que me hubieran servido como telón de fondo, como referente en el oficio de situarlas en el contexto y desarrollo del género en nuestro país.
Pero, habrá un momento en que el Estado dominicano preste mayor atención a la investigación cultural, y le pague a intelectuales o universidades para que le dediquen tiempo a pergueñar en nuestras creaciones de narración larga y engendrar tratados que sirvan incluso para tomar conciencia de la importancia de los aportes dominicanos ese género a nivel latinoamericano y mundial.
Tal vez algunos mecenas, unos Médicis del sector privado o internacional se dediquen financiar el trabajo de hurgar en ese interesante territorio de nuestras letras y se descubran sus bagazos y perlas, sus entuertos y encuentros, sus carencias y virtudes.
Sería el inicio de la valoración de la valoración y justiprecio de nuestros especialistas en letras, de manera que alcancemos a tener una importante crítica literaria en periódicos, revistas, universidades, colegios y escuelas. Algo indispensable para poder desarrollar una gran literatura es contar con buenos críticos que deslinden lo bueno de lo malo, que separen el oro del lodo. Es lo que nos muestran las naciones más cultas del mundo. Pues así como no hay ciencia sin científicos, tampoco hay buenas letras sin críticos.
Esos estudios, si se hacen con verdadero interés en hallar la verdad, nos librarían de la limitación que tenemos hasta ahora, al tener un sólo parámetro de calidad para los escritores dominicanos: los premios obtenidos en los concursos. Los cuales, si bien han descubierto buenas obras, no es menos cierto que también han dado renombre a esperpentos que no producen placer estético ni a sus propios autores.
Todo es un círculo vicioso, pues quienes darían buenos premios literarios serían los críticos, y estos no pueden formarse buenos juicios literarios si no cuentan con los recursos suficientes para comprar libros, conocer otras lenguas y literaturas, y tener tiempo y comodidad suficiente como para producir aportes que enriquezcan el trabajo de los creadores.
Mientras tanto, en lo que llegan esos añorados estudios profundos de nuestra novelística, me limitaré a esbozar las impresiones y comparaciones que me ha suscitado la lectura de las "Memorias de Enárboles Cuentes", y sus graciosas peripecias, con las que me divertí sobremanera.
DE TESTIMONIO FANTÁSTICO.
Comienzo diciendo que no la considero una novela del otro mundo, que marque un hito, que sea genial. Pero no es raro que no lo sea, ya que no conozco ninguna novela dominicana genial.
Creo simplemente que es una buena novela, que seduce al lector, lo conquista y le produce la dicha creadora que se espera de la obra de arte escrita.
Una de las maravillas que viví y gocé como lector en ella, me representó sin embargo un problema en mi rol de analista: ¿Cómo deslindar el encanto que me produce la narración del texto mismo del encanto de las fantasirealidades de la vida del poeta Víctor Villegas?
Parece que eso ocurre con todas las novelas de testimonio, como es también el caso de la "Autobiografía del General Franco", de Manuel Vásquez Montalbán, a pesar de que tiene un mayor compromiso con la realidad, al mostrarnos desde el título su intención de pretendida verosimilitud. Igual con "Bienvenida y la noche", de Manuel Rueda, o "La fiesta del chivo", de Vargas Llosa.
Sin embargo, "Memorias de Enáborles Cuentes" se diferencia por ser lo que yo llamaría una novela de testimonio fantástico, pues en vez de dedicarse a fantasear la vida de una persona, fantasea con sus fantasías, se encumbra sobre ellas y nos cuenta el sueño que soñamos cuando soñamos que soñamos -valga el trabalenguas-.
Pero lo espléndido es que cada historia es más rica cuando el escritor la cuenta con su estilo propio, único y personal. Cada ocurrencia se transforma y enriquece al pasar por el tamiz de Rafael Peralta Romero:
Los conejos gigantes, elefantes enanos, el dedo que perdió el vate Pedro Mir mordido por un supuesto tiburón, las aventuras del poeta Francisco Domínguez Charro, el aprendiz de médico Carl Theodor Georg, el embarazo de los cuatrillizos misteriosamente desaparecidos de Charlot Amalie, la indignación de su padre el pastor evangélico y cocolo Willy, la ballena donde fue metido el Chino por sus compañeros, todo eso se enreda en una fusión entre la realidad y ficción, los sueños y los hechos, la vida y la fantasía. Santiago Lamela, Corpito Pérez, Hans, el alemán, Jorgito, Jaime, Jacobo, Dato, Eduardo Natalio, el Dr. De Windt, Gregorio Urbano Gilbert y otros muchos compañeros de vida del poeta marcorisano, convertidos como por Peralta en personajes literarios.
Punto este a favor del novelista, que con toda naturalidad se monta junto a Víctor Villegas en los conejos y choca con los huesos enterrados de los elefantes enanos, escucha a los extraños árboles con música por dentro y que la dejan salir cuando se les acercan, así como ha visto saltar los monos acuáticos. Todas esas excentricidades imaginativas del vate, que uno no sabe si atribuírselas a su buen humor o a sus años, si a su imaginación poética o a su burlesco sentido de la vida, de la cual ha gozado más que vivido, ha disfrutado más que pasado, ha reído más que conocido. Uno no sabe nunca a ciencia cierta cuándo el embustero es el autor y cuándo lo es el "memoriado" poeta.
Porque de no ser con un narrador tan hondamente simple, tan naturalmente fluido como el autor, los acontecimientos se hubiesen tornado no creíbles, en vez de increíbles, como son.
A SU ESTILO.
Claro, en algunos aspectos, Rafael Peralta se mueve en el mundo que caracteriza su estilo en otras novelas. Es decir, parte de un desafío al lector, al estar contándole algo que éste sabe de antemano cómo terminará, ya conoce de alguna manera lo que sería la sorpresa final, puesto que le ha informado lo que hay.
Por ejemplo, en "Residuos de sombra" sospechamos desde el principio casi todo lo que le ocurrirá al doctor que es su protagonista, puesto que en definitiva el meollo de la historia es contado por él mismo a la muchacha que pudo haber sido su hija, y que desea entrevistarlo para el periódico.
En "Los tres entierros de Dino Bidal", desde el comienzo nos dice que a Dino lo mataron. La intríngulis de la historia está en saber cómo, dónde, cuándo y con qué implicados. Aunque éstos también son sospechosos desde el comienzo.
En las historias de "Punto por punto", de "Diablo azul" o "Cuentos de visiones y delirios" hay con frecuencia historias manejadas con este estilo. Claro, no siempre Peralta termina exitosamente en estas circunstancias poco acostumbradas de un narrador desafiar a un lector. Porque cuando a éste le han dado previamente el desenlace de la historia, es más difícil mantener su interés en la misma.
Gabriel García Márquez nos da un buen ejemplo en su "Crónica de una muerte anunciada", en la que desde el principio sabemos que Santiago Nasar fue muerto, dónde y cómo lo fue. De modo que sólo nos queda como lectores el consuelo de averiguar en sus letras el chisme de los detalles.
Claro, al conocer nosotros el perfil narrativo del autor, podemos decir que al sentarnos a leer la "Biografía de Enárboles Cuentes" no esperábamos grandes experimentos verbales, innovadoras formas de envolver la historia, derroche imaginativo de invenciones fantásticas que nos crearan un enjambre de dudas oscuras, como haría Carpentier o Joyce, o la crudeza descarnada de Charle Bukowski o la amargura cortante de un José Donoso, o los juegos de Julio Cortázar, capaz de hacernos reír incluso de un asesinato o de la amenaza de unos primitivos con freir a un muchacho que ha sido pulverizado en cuerpo en un accidente de motocicleta. Tampoco esperábamos los dobles, triples y cuádruples planos con que madeja y desmadeja la narración el talento de Juan Carlos Onetti. Tampoco esperábamos la energía filosófica de Hugo y sus cuadros psicológicos que dejarían pequeño a Freud.
UN APORTE: RECREAR TRADICIONES.
No. Esperábamos un libro escrito en dominicano, con muchas palabras típicas nuestras, giros y situaciones y costumbres muy del monte, de gente para que que mar afuera es mar adentro, sobre todo de la Región Oriental, donde vio la luz por primera vez nuestro autor, y de la cual es también el personaje tomado como eje de su fábula: don Víctor Villegas, y sus misteriosos dos nacimientos -uno en la playa de Macorís y otro en Castilla la Vieja o la Nueva de España- y de los cuales no se sabe cuál es él y cuál es su mellizo o si no es ninguno o su es los dos.
Esperábamos una novela clásicamente bien hecha, bien planeada, con su secuencia un poco boschiana, directa en el lenguaje, con cuadros psicológicos típicos, juguetón, fresco, triste, sabichoso, con el tíguere y el pariguayo disputándose la principalía de las historias, y los norteamericanos de telón de fondo, con sus intervenciones y sus imposiciones, que ya son parte del perfil inevitable y parece que ya hecho costumbre en nuestra vida republicana, que no se sabe si en realidad hemos sido sólo reses o gente publicana.
Esperaba una novela así, porque sé que uno de los aportes de Peralta a la narrativa dominicana es la recuperación y recreación de muchas de las tradiciones, vaciándolas convertidas en ficción literaria. Con ello, hace acopio de una experiencia que ha servido de fundamento y base a grandes literaturas. Ahí tenemos al Borges de los gauchos y cuchillos, al García Lorca los cantes gitanos, al Juan Rulfo de los ariscos campesinos de México.
El se mueve en el campo evidente -ya lo he dicho y redicho- de lo típico, lo folklórico nuestro, con la virtud de no caer en la enfermedad del localismo. Es una novela digerible para cualquier ciudadano que conozca la lengua castellana, no importa al país que pertenezca. Es otro punto a favor del autor.
EL POCO VISITADO HUMOR.
Esperábamos también una novela salpicada de buen humor. Que Peralta lo tiene en uno que otro de sus escritos. Una veta poco visitada por nuestros autores, Peralta la explota donaire.
Pero el autor ha hecho más. Nos ha sorprendido con una amplia y bien llevada carga de buen humor que se desplaza por todo el libro.
Buenos casos de humor son cuando el dueño de unas tierras donde el Chino robaba frutos lo encuentra atrapado en un lodazal.
"-Virgencita, qué piensas hacer conmigo, ayúdame, por favor, sácame de aquí!", dice el Chino, y el dueño de la tierra responde:
"-Así era que quería encontrarte, buen bandido, no metas a la virgen en esta vaina, que soy yo quien te va a salvar o a arreglar."
Otra buena muestra es la graciosa huelga que siendo aún niño organizara el Chino contra su padre, constituyéndose en un sindicato cuya gigantesca asamblea tenía por número uno, él solo, quien era secretario general, barrendero, secretario de actas, vocal y tesorero al mismo tiempo. Esperó al padre con su pancarta pidiéndole aumento de salario, y tuvo así hasta que logró que el patrón cediera a los reclamos del empleadito rebelde.
Igualmente hilarante es cuando lo encuentra el dueño del cine al que asistía muchísima gente y los resultados económicos eran pobres, debido a que ocurría un misterio con las taquillas de entrada de los niños que abarrotaban la sala sin que produjeran ganancia alguna al establecimiento. Al descubrir la mano del Chino en el asunto, el señor lo localiza y pone en jaque, hasta que el sabichoso niño se sale con las suyas usando sus mágicas fórmulas para envolver a las personas.
Otro divertimento casi tan loco como los de Mozart en sus buenos tiempos, es el del negocio del hoyo, que consiste en un huequecito abierto en el cuarto donde las prostitutas se vestían y bañaban en un burdel. El muchacho se dedicó a cobrar un dinerito a los niños que, si no miraron hacia atrás el día que nacieron, no habían visto una vulva.
Tal como hará luego el Chino adulto, que nos conquista a todos con su buen humor, sus villegadas famosas, que recuerdan al muy genial Francisco de Quevedo y Villegas, su ancestral pseudoascendiente, creador de uno de los pilares fundamentales que sostienen el edificio literario de la lengua castellana.
Es curioso, pero esta novela nació de la risa que nos producían las autohistorias contadas por el poeta Villegas en los encuentros dominicales mañaneros en casa de Jackeline Pimentel, en los que oímos en detalles la biografía de Víctor Villegas.
Probablemente ella constituya el gran autodescubrimiento de Rafael Peralta Romero como escritor de humor. Pues en sus otros libros tiene, como hemos dicho antes, pinceladas del mismo, que aparecen de forma tangencial y secundaria, y le salen bien. Pues esta novela es, a mi juicio la mejor de las publicadas por él, incluso mejor que Residuos de sombra", que es buena.
Es la historia en que el autor se dedica al humor de forma plena y total, desde el título, que es como si nos invitara a contar algo subido en un árbol, y continúa con el cojo soneto que la inicia hasta la única mención final que hace el autobiografiado o automemoriado, al reconocer en las páginas últimas que se llama Enárboles Cuentes. El único nombre que es totalmente falso de todos los falsos nombres que se le han pegado al autor. Más falso que el de Martín Manuel de Soto Leyba, con que debió ser bautizado y que el de Chino, que le puso la gente o el de Víctor Villegas, que se puso él mismo.
Desde hace años, sabemos que en los escritores latinoamericanos hay un exquisito humor, cuando compartimos en las cafeterías, en los bares y en las correrías vagabundas nocturnas, pero somos unos seriotes cuando estamos con las manos sobre el teclado para crear literatura. Esas dos personalidades no nos permiten hacer mejores obras. Pero si logramos juntar a ambos, al hilarante que habla con el seriote que escribe, conseguiremos una mezcla digna de admiración y de gozo.
Es lo que ha ocurrido con Rafael Peralta Romero en "Memorias de Enárboles Cuentes", que ha juntado a los dos Peralta, y ha conseguido escalar las peras altas del humor, y ponerlas a irse de romería con ese hombre sencillo que es don Víctor, ese hombre sencillo como "Villega' y to' el que llega", pero digno de vítores por ser todo ese victorioso Víctor que es.
Invito a los presentes a gozar con los embustes y verdades de ambos. |