El regreso
“Al abandonar el bosque donde había dejado a Buda, el Ser Perfecto, y a Govinda, Siddharta sintió que entre esos árboles abandonaba asimismo su vida pasada, ahora desprendida de él.”
Herman Hesse (1877-1962) – (Siddharta)
Sonaba en la radio de la cafetería “It might be you” de Stephen Bishot. Laura sonrió mientras jugaba con su dedo índice siguiendo el contorno del borde de la taza de café caliente. Ese tema era uno de sus favoritos; solía cantarlo acompañándose con su guitarra en las reuniones de amigos en su pueblo natal; pero aquello, era ahora sólo un recuerdo de su adolescencia.
Cuando cumplió los 18 años, al terminar sus estudios secundarios, viajó a Buenos Aires para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de la UBA. Para aquella ocasión se preparó una gran reunión familiar, a modo de despedida, en la que se repasaron viejas fotos y se contaron aquellas anécdotas de su niñez, las que en otro momento al escucharlas de la voz de su madre le hubiesen avergonzado y terminado en un reproche, pero que esta vez sonaban distinto y solo se dedicó a escucharlas con una sonrisa, una dulce mirada y algunas que otras lágrimas. Cuando ya se habían retirado todos y Laura se acostó, escuchó la voz de su padre a la puerta de su habitación preguntando si podía pasar un instante. Hacía mucho tiempo que eso no sucedía, y por un momento se sintió esa niñita que años atrás, se escondía debajo de las sábanas, cuando su padre entraba a darle el beso de las buenas noches y a contarle algunas de sus historias fantásticas de las que ella era siempre protagonista. -Sí, pasa. -Dijo con voz infantil, mientras se cubría la cabeza con las sábanas. Ambos rieron por un momento. Su padre se sentó en el borde de la cama, introdujo sus dedos en el bolsillo de la camisa y extrajo unas llaves.
-¿Que es eso? -Preguntó ella.
-Unas llaves. -Contestó él.
-Sí, veo. ¿Pero de qué?
Su padre había comprado y arreglado en sus momentos libres, un Volkswagen Beetle modelo '72, el que mantenía oculto en el granero cubierto con una lona.
Ella se incorporó y lo abrazó con fuerza.
-Bueno, bueno. -Dijo él sonriendo-. Ten consideración de tu padre que ya está sintiendo los efectos de la edad en su cuerpo.
Ambos pasaron el resto de la noche sentados en el auto escuchando la radio y conversando.
Luego de algunos meses de vivir en una pensión de estudiantes, la que pagaba con el dinero que le enviaban sus padres, consiguió un trabajo en un Banco como administrativa, lo que le dio la independencia necesaria para solventar los gastos del estudio y el alquiler de un departamento de un ambiente en el barrio de Flores.
Ya habían pasado tres años desde su partida y era la primera vez que volvía a su pueblo para visitar a sus padres, aprovechando las vacaciones lectivas de invierno. Si bien, durante todo este tiempo, había mantenido comunicación con ellos a través de llamadas telefónicas y vía e-mail, la alegría que le producía la idea de poder abrazarlos y volver a tener esas charlas “a la manera tradicional”, como ella solía definirlas, y de que éstos vieran cuánto había crecido “su niñita”, le habían hecho elaborar mentalmente el tan esperado encuentro.
Había conducido durante horas y eso se reflejaba en su rostro. Dio un par de sorbos a su café y volvió a jugar con su dedo sobre el borde de la taza.
En un momento abstrajo su atención en un reloj de pared el cual no tenía agujas, hecho que no le pareció muy curioso (en un principio) y que logró distraerla por unos instantes; pero la razón, que siempre está alerta y suele zamarrearnos cuando algo rompe nuestros preconceptos de la realidad, le hizo que se replanteara aquella situación preguntándose si realmente, le extrañaba más el hecho de que el reloj no tuviese agujas o que a ella eso no le extrañase. Estuvo a punto de preguntarle a la mesera sobre ello, cuando ésta ingresó a la cocina.
Cuando se disponía a olvidarse del asunto y dar otro sorbo a su café, escuchó la voz de una niña que decía:
-Laura, sígueme.
Al voltear la cabeza hacia donde provenía la voz, vio a una niña de unos 7 años de edad, de cabellos negros y lacios, que vestía una remera azul y unos pantaloncitos cortos de color bordó. La niña estaba descalza. Con una mano abrazaba a una muñeca contra su pecho y con la otra, extendida hacia ella, en actitud de espera a que la tomase.
Laura se levantó de la banqueta con la intención de acercarse a la niña, cuando la sorprendió un dolor agudo que hizo que cayera de rodillas al piso.
El mismo se sentía como si una aguja se clavara con fuerza abriéndose camino desde un costado de su seno izquierdo, para salir, desgarrando la carne, a unos centímetros por debajo de su clavícula derecha. La habitación giraba en torno suyo, y por momentos, cuando lograba abrir los ojos, veía destellos azules y rojos que dibujaban por instantes, siluetas sin rostros que parecían observarla. Un fuerte murmullo de voces cuyo lenguaje no podía interpretar, zumbaba en sus oídos.
Se mantuvo unos instantes arrodillada con la manos apoyadas contra el suelo intentando recuperar la respiración. Un sudor frío empapó su frente.
Habrán pasado uno o dos minutos hasta que logró volver en sí y levantar la cabeza para mirar hacia donde se encontraba la niña y ver que ésta ya no estaba allí, y un par de minutos más para recuperarse del hecho de no encontrarla.
Si el suceso de que un reloj no tuviese agujas, hacía unos momentos, le había parecido extraño, el que una niña desaparezca en un instante, superaba toda capacidad de raciocinio.
Cuando volvió a incorporarse, la mesera salía de la cocina con una jarra con café para ofrecerle más.
-¿Vió Usted, a una niña de unos 7 años parada junto a la puerta? -Preguntó Laura a la mesera.
-No. -Contestó ésta-. Usted es la única cliente que ha venido hoy y si alguien hubiese entrado, debería haber escuchado el sonido de la campanilla de la puerta de entrada.
Laura miró hacia la puerta y constató lo que la mesera decía. Atornillado sobre el marco de ésta, había un adorno de bronce con forma de campanilla que advertía cada vez que se abría o cerraba la misma.
-¿Quiere más café? -Preguntó la mesera mientras iba sirviéndole en la taza.
Laura sin responder se dirigió hacia el toilette de damas, se paró frente al lavabo y se miró durante unos instantes en el espejo.
-Estás perdiendo la razón. -Le dijo a su imagen en el espejo.
-Debe de ser el stress por tanto estudio. Sí, tiene que ser eso. -Pero esta vez se lo dijo para sí misma.
Abrió la canilla, colocó sus manos en forma de cuencas debajo del hilo de agua y se mojó la cara. Volvió a tomarse un instante para mirarse en el espejo, cerró los ojos y aspiró una bocanada de aire, el que exhaló lentamente por la boca.
De pronto la sobresaltó nuevamente la voz de la niña diciéndole:
-Laura, sígueme.
Al abrir los ojos, la vio parada a su lado, pero esta vez la niña no esperó a que ella tomara su mano, sino que, asió firmemente su antebrazo y tironeó de ella, al mismo tiempo que señalaba la puerta con su otra mano, en la que aún sostenía a la muñeca.
En ese instante no pudo pronunciar palabras, puesto que la punzada volvió a instalarse en su pecho, cortándole la respiración.
Todo empezó a girar nuevamente a su alrededor y las paredes comenzaron a desvanecerse, así como el lavabo, el piso y el techo. Y el murmullo de voces que parecía ininteligibles hace unos instantes, comenzó a transformarse en lenguaje que su mente podía interpretar como palabras conocidas.
Laura cayó al piso y estuvo inconsciente por unos instantes. Al abrir los ojos vio dibujarse el rostro de un hombre que estaba arrodillado sobre el asfalto, a su lado.
-Bienvenida a casa. Acaba de sufrir un paro cardiorespiratorio y tuvimos que usar el desfibrilador. Descanse. Usted se repondrá.
Laura intentó hablar y sintió que algo cubría su boca y ,como un auto reflejo, movió su mano como para quitarlo.
-No la quite. Es la mascarilla de oxígeno. -Dijo el paramédico-. Tuvo suerte que un camionero viera el accidente y nos diera aviso rápidamente. Al parecer, una mujer que viajaba con su hija en sentido contrario al suyo, perdió el control del vehículo y la embistió.
-¿Y la niña? -Preguntó Laura.
El hombre bajó la cabeza y no respondió. Con la ayuda de otro paramédico, la colocaron sobre la camilla y la subieron a la ambulancia; y en el instante en que se cerraba la puerta de la misma, Laura miró hacia afuera con lágrimas en sus ojos y allí estaba ella, aún abrazando a la muñeca.
Ambas se miraron durante un momento y se sonrieron con cierta complicidad. Y mientras la imagen de la niña se desvanecía entre las luces y las primeras gotas de lluvia, Laura alcanzó a decir un gracias entre labios.
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