Aquella mañana, el Sol estaba especialmente radiante; algunos pajarillos canturreaban sin cesar mientras otros buscaban comida y los pocos coches que circulaban por esta aldea lo hacían de manera tranquila y pausada… Pero lo suficientemente ruidosa como para despertar al único hombre de letras de la villa.

Raúl se había levantado demasiado tarde para ser él; solía levantarse a las siete de la mañana y ahora eran las ocho y media… Debía posponer el desayuno para continuar con su trabajo; últimamente, trabajaba en un proyecto que, más que ser una obligación de su oficio, era una obligación impuesta por su conciencia; el estresado y viejo escritor realizaba ahora lo que sería su última obra, en honor de un amigo muerto.

Ese amigo fue quien abrió los ojos de su vacío corazón y le dijo: “Mira, así es realmente el mundo”; y murió por no saber distinguir la verdad “romántica” del mundo de la verdad “real” del mismo. Para algunos, era un loco, un iluso que soñaba con un mundo mejor; para él, era un maestro. Ahora, Raúl escribía la biografía de su amigo muerto…

Y al acabar ya con ella, se desplomó cansado y se durmió, satisfecho por su final. En las últimas líneas, relataba la muerte de su amigo.

Escribió: “Y fue entonces cuando vivió de verdad”