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Quizá os hayáis fijado alguna vez en ese viejo músico que recorre las calles de la ciudad sin rumbo fijo. En su mirada pueden leerse miles y miles de contratiempos y golpes de la vida, y sin embargo, nunca lo verás sin una sonrisa en su boca. Es un personaje imposible de olvidar, siempre cubierto con su vieja gorra, vagando por las calles arrastrando su guitarra con un caminar pesado y lento, y esa mirada desorbitada, una mirada penetrante que es capaz de congelar tu alma o de reconfortarla con la misma facilidad. No es difícil verlo con sus rulos de santón, y esa larga melena que casi le llega hasta las rodillas enredándose en todo su cuerpo al andar. Sin duda es todo un personaje. Los más viejos del lugar, y los más conservadores lo observan con repugnancia, un vagabundo más que renuncia a un estilo de vida por el que otros están matando. Y sin embargo, cuando lo invitas a una copa de vino o a un trago de cualquier otra cosa, sea o no alcohólica, siempre es rápido al decir que siempre ha hecho lo que ha querido, y que sigue haciéndolo.

Las voces populares no suelen tardar mucho en crear historias alrededor de este tipo de personajes, y no es de extrañar que no sean precisamente pocas las historias que pueden oírse sobre nuestro viejo guitarrista. Bajo sus zapatos nada lustrosos las malas lenguas dicen que tiene los dedos amoratados, quizá de un pasado glorioso en el fútbol. Una joven promesa que se hubiera dejado llevar por el mal camino de las tentaciones hasta acabar en el agujero que era su vida, o que ellos suponían que era. En sus manos, los largos y peludos dedos con los que suele acariciar su vieja guitarra se asemejan a las manos de un viejo mono, hastiado ya de colgarse de rama en rama.

Y es que sin duda un hombre de mucha experiencia en el mundo, un hombre con el que es fácil hablar, pese a que el diálogo pueda resultar un tanto absurdo. Siempre que habla contigo, termina volviendo a una de sus frases preferidas: “yo te conozco, y tu me conoces a mi, y lo único que puedo aconsejarte es que tienes que ser libre” Desde que lo conozco nunca ha parado de insistir en esa idea. Y no han sido pocas las tardes que he pasado junto a él, en las que sin excepción siempre ha llegado a espetar esa frase en mis oídos.

Nadie sabe exactamente como sobrevive. Tiene un pequeño hobbie que quizá le permita ganar lo suficiente, a parte de la guitarra por supuesto. Se dedica a fabricar pequeñas bolsas en cuero o en tela, según los materiales que alguno de los muchos dueños de tiendas que conoce le proporcionen. Nunca nadie lo ha visto aceptar ni una sola moneda por sus bolsas, pero si es cierto que no desprecia un trago o un buen plato caliente en agradecimiento. No las vende, el decide a quien quiere regalarle una de sus maravillosas bolsas, y es bastante selectivo con ellas. Le encanta contar una vieja historia según la cual había aprendido a fabricar aquellas bolsas en un largo viaje por Nepal, instruido por unos viejos monjes que vieron en el cierta habilidad. Desde luego que nadie se cree esa historia, aunque a veces, observando las facciones de su cara puedes entrever muchas de las vivencias que ha tenido, y las dudas te asaltan sobre la posible veracidad de la historia.

No vive en la calle, tiene un pequeño piso casi en ruinas que nadie se pregunta como ha conseguido, pero que todos reconocen como suyo. En el guarda un viejo aparador de madera al que le tiene muchísimo cariño. Siempre que entra en casa, se arranca sus botas de piel de morsa d los pies y las deja cuidadosamente junto al aparador. Si entras con él, nunca se olvida de explicarte que hace eso desde que se rompió la columna al resbalar debido a las suelas de sus botas. Sostiene que aún tiene la columna rota, y que ha tenido que ponerle una placa para mantenerla unida, aunque esa parece sin duda otra de sus viejas historias. Le encanta sentarse en un pequeño sillón polvoriento que ocupa una pequeña esquina de la sala, y si vas con el probablemente te toque alguna de las muchas canciones que ha compuesto a lo largo de su vida. Algunas de ellas le emocionan tanto que no consigue evitar abrazar a quien este visitándolo, y ese abrazo es sencillamente terrible. Mientras te abraza puedes percibir perfectamente su enfermedad, puedes ver como la vida se escapa lentamente entre sus dedos. Y sin embargo, vuelves a mirar a su cara y ves en ella la felicidad de un hombre que lo tiene todo no teniendo nada. Hace tiempo que recibió un primer aviso de la pérfida dama del alba, y desde entonces espera su visita definitiva sin miedo, calmado. Tras todo su pelo y las arrugas de su piel, puedes intuir en las facciones de su cara una belleza que hubo y que el tiempo se encargo de borrar y él de esconder tras todo su pelo. Sabe que le queda poco tiempo, pero también sabe que su vida ha sido plena, y es feliz por ello.

La próxima vez que veáis al viejo músico por la calle, invitadlo a una copa, charlad un poco con el, descubrid sus pequeños secretos, y veréis en sus ojos que hay otro modo de vivir la vida. Quizá parezca más duro, quizá parezca absurdo vivir así, sufriendo, pero veréis en sus ojos que no existe sufrimiento, solo felicidad. Y cuando le preguntéis como podéis llegar a ser tan felices, sin duda os responderá: “todo lo que puedo deciros es que tenéis que ser libres”. Y si la tarde se alarga y finalmente le caéis bien, quizá os invite a su casa con una de sus frases favoritas:

“Uníos todos a mi”

In memoriam of John Ono Lennon

Texto agregado el 15-03-2005, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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