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Aún recuerdan las personas de este pueblo a un extraño personaje que, poco a poco ha ido convirtiéndose en una especie de leyenda en el lugar. Miles de voces hablan de él susurrando, recordando las veces que fue visto en aquel saliente que afrontaba valerosamente el poder del mar. Allí permanecía, inmóvil día tras día, desde el amanecer hasta el anochecer. Su figura podía divisarse desde casi todos los lugares de la pequeña localidad costera. Su figura, vestida en negro, su largo abrigo agitado por el fuerte viento, sus ojos, aquellos perfectos desconocidos para todos, ocultos bajo unas oscuras gafas de sol, y siempre observando el horizonte, impasible.

Los días y las noches pasaban, y aquel hombre seguía allí a todas horas. Nadie nunca lo vio apartarse de aquel alto saliente al pie de costa. Algunos vecinos le acercaban bocadillos y diferentes viandas y algo de beber, para encontrarse al volver con los platos vacíos, y a aquel hombre de nuevo impasible, encarando al mar. Los días de tormenta la lluvia caía sobre él sin compasión, calándolo hasta los huesos, y sin embargo el parecía no inmutarse.

El tiempo seguía pasando sin que ningún tipo de reacción tuviera lugar. Los lugareños simplemente lo consideraban como un loco, y aunque algunas personas se acercaron a él e intentaron hablarle, nadie consiguió nunca respuesta alguna de sus labios, siempre cerrados.

Poco a poco, las gentes del lugar fueron olvidándose de aquel personaje, dejando de ser algo novedoso, una atracción de feria. Algunas personas seguían llevándole algo de comer y de beber, e incluso algunos chavales se acercaron con guitarras alguna vez para tocar cerca de él. Dicen las leyendas que en algunas de esas ocasiones, una muy leve sonrisa apareció en sus labios, como una grotesca muestra de aprobación. El tiempo seguía pasando y aquel loco vestido en negro seguía en su nube, en su pequeña colina frente al mar, observando impasible el mar.

Y un día la ciudad se levantó para ver que aquella figura en negro ya no estaba. Había desaparecido de aquella colina. Muchos fueron los que la buscaron sin éxito. Nadie sabía donde había ido aquel extraño personaje. El pueblo entero se reunió y decidió hacer en su memoria, una gran escultura en el lugar donde el tanto tiempo había permanecido. Todos estuvieron de acuerdo y pronto contrataron a un famoso escultor que hizo una colosal obra en la cima de aquella colina. En aquella obra los sonidos del mar se magnificaban hasta reproducirse con una acústica única en el mundo. Todo el pueblo estaba orgulloso de aquella obra, y muchos comenzaron a subir a verla, y de paso a observar el infinito de igual modo que aquel viejo personaje había hecho antes que ellos.

Y fue entonces cuando comprendieron. Fue entonces, al mirar al infinito, cuando al fin, dejando atrás todas sus preocupaciones rutinarias vieron realmente por primera vez ponerse el sol, y por primera vez, los ojos de sus ojos pudieron ver el mundo girar a su alrededor. En aquel pequeño promontorio, el Loco en la Colina había enseñado a toda la población lo hermoso de un mundo que todos ellos habían olvidado observar.

Texto agregado el 15-03-2005, y leído por 153 visitantes. (0 votos)


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