El mensajero seguía de pie frente al enorme escritorio del rey. No sabía si irse o quedarse, hacía ya casi media hora que esperaba, pero el rey no le había pedido que se fuera, pero tampoco que se quedara. Retirarse antes que el rey lo dictara podría ser la gota que derramara el vaso. Total, los mensajeros con malas noticias no eran bien vistos en ningun lugar, y mucho menos en los despachos de los reyes, donde una palabra mal dicha podía costarles la cabeza.

Por las normas de la monarquía y todo eso, debía mantener la cabeza gacha en presencia del rey, y ahora ya estaba casi agarrotado por mantenerse media hora con el menton tocandole el pecho. ¿Por qué no le pedía el rey que se retirara? Él podría venir con mucho gusto mas tarde, cuando el rey decidiera qué hacer con aquel cretino que se había negado a su soborno en primera instancia, y que ahora respondía con ira y coraje que no se dejaría asustar por sus amenazas.

"En realidad no se ve tan impresionante", se decía para sí el mensajero. El rey no reinaba por lo que era, sino por lo que habían sido los que estuvieron antes que él, glorificados mas tarde, pero que no dejaban de ser lo que habían sido, asesinos, ladrones, usurpadores, nobles malditos que tomaban las tierras a sangre y fuego. Pero si algo había que reconocerle al rey era el poder. El poder del reino, con el ejercito mas grande y mas vanagloriado del continente. En realidad era muy vulnerable, pero en el mundo entero era un ejercito temido. Musculos grandes, corazones de hielo. El ejercito del reino, el reino del rey.

Estaba cansado, había recorrido enormes distancias a pié y reventando caballos para traer la respuesta a la amenaza del rey. ¿Y pudo siquiera ver a su esposa al llegar?, ¿Pudo tomar un vaso de vino? No. El rey podía llegar a ser muy cruel. De cualquier manera era un rey con muchos tentaculos, podía influenciar en las decisiones de los reyes de los reinos del sur, con sobornos, con deudas... había muchas formas de sobornar a los reyes de aquellos pequeños reinos. Excepto aquel cretino que se negaba a hacer lo que el rey quería.

- Que le asesinen.

La voz del rey sacó al mensajero de sus cavilaciones y lo trajo al lugar y momento en el que se encontraba. Asustado por no haber escuchado bien lo que el rey le había dicho, puso en práctica lo que había aprendido en tanto tiempo en la corte y con un tono de voz tan delgado como un hilo, preguntó:

- ¿Qué debo decir exactamente a los espías, mi rey?
- Que le asesinen. Y quiero que lo sepan antes de tres días.
- Partiré de inmediato, señor.
- Partíd.

Lo que se temía. Tendría que salir inmediatamente con la noticia, tardaría tres dias únicamente si viajaba 16 horas diarias, a galope y sin detenerse mucho tiempo a comer. Pero era su trabajo y debía hacerlo. Por lo menos le reconfortaba el hecho de que muerto el cretino, no tendría que volver a aquel miserable reino del sur.

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Se sospecha que la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, ocurrida el 9 de abril de 1945 en la ciudad de Bogotá, fue ordenada por el gobierno de Estados Unidos. Aunque hay muchas pruebas que lo confirman, nadie ha esclarecido los hechos, los expedientes, transcurridos casi 60 años, siguen siendo clasificados.

¿Y Torrijos?