Fue la pasada una semana de tristes recuerdos en España. Hay imágenes que nunca se marcharán de nuestras retinas. Imágenes que se saltan a la torera los puentes del tiempo y ocupan también el presente; que han dejado marcadas las mentes de millones de personas; como las heridas, como el dolor y como los ausentes.

¿Como fue posible semejante horror en unos instantes?... se paró el tiempo, el cielo se volvió gris, la razón desapareció detrás de unas sombras sin sentido; mustia, débil y cegada por la muerte.

¿Tendrían hijos estos asesinos? ¿Habrían sentido alguna vez la ternura de un niño, el beso de una madre o el abrazo de un amigo?

¿Podían mirarse al espejo cada mañana? ¿Saludaban con una sonrisa al panadero y al vecino al cruzarse con ellos?

Todo un pueblo hecho añicos aquella fatídica mañana; besando la lona de lo inexplicable frente a las estaciónes madrileñas, humeantes y humilladas por el feroz atentado de unos lobos enloquecidos y sedientos de sangre; rellenos de vacío; hechos de una materia vil y despreciable sin parangón entre el género humano.

¿Y todo para que? Para nada. O quizás para seguir sembrando el odio entre los pueblos, entre oriente y occidente, ente hombres que al fin y al cabo siempre están bajo el mismo sol.

Nuestra sociedad fue puesta a prueba, al menos hemos sacado en claro que no tenemos derecho a olvidar; que los que ya no están reclaman su recuerdo. Los políticos, la política… con su miserable desprecio por los ciudadanos no nos dejarán sacar más conclusiones.

Se han guardado minutos de silencio, se han publicado libros; los medios han hecho hincapié en el sentido homenaje y repiquetearon todas las campanas de la capital del reino en memoria de las víctimas y de todos los sueños que acabaron aquella mañana tenebrosa de Marzo; aquella mañana en que todos nos frotamos los ojos con la esperanza de que tan solo fuese un mal sueño.

Y yo me he permitido escribir esto, porque después de un año, también los recuerdo.