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Un mensaje del cielo para Ignacio
Aún es verano, aunque el clima últimamente se ha comportado de manera muy extraña, e incluso ya han caído algunas lluvias que adelantaron su visita otoñal. Por lo menos los chubascos templados de este marzo reciente, han venido a besar de gotitas mi jardín. Y eso se le agradece al cielo.
Estoy sentada cerca de la piscina, y el agua cristalina parece invitarme a soñar dentro de sus profundidades de celestes y sombras, y tibiezas de sol sumergidas en algunos rincones.
Me pierdo con la mirada dentro del agua, pensando casi inconscientemente en la posibilidad de un último chapuzón antes de un otoño incipiente, que cabalga entre esas nubes que parecen traer en sus bolsillos grisáceos algunos goterones guardados para más adelante, pero que claman por caer.
El jardín está hermoso, el pasto verde y la higuera que está cerca de la noria, está cargada de oscuros y sabrosos higos que me hacen rememorar las horas de pupitre vividas en la lejanía de mi infancia, desde la que aún resuena en mis oídos la voz de mi madre ayudándome a memorizar esa hermosa poesía de Juana de Ibarbourou, que recitaba en sus estrofas:
“Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos:
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos, que nunca
de apretados capullos se viste.
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
“Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto”.
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡que dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!”
Me emociono al traer hasta el presente estos sentidos versos, y más aún, al abrir el cofrecito donde guardo mis recuerdos, mis sensaciones especiales, mis años infantiles y no tanto, toda la magia que un poco aletargada en la memoria, parece haberse ido para nunca volver, y sin embargo está allí, debajo de recientes recuerdos, esperando que alguna chispa lúdica haga el clic tan ansiado para volver a revivir.
Mis ojos enternecidos se pasean sobre la verde alfombra que decora el lugar y que le agrega un toque de frescura.
Y de pronto las veo, como pequeños soldaditos en ordenada fila sobre el muro del fondo del jardín, semi cubierto por algunas enredaderas que poco a poco han ido tapizando de un hermoso ropaje de naturaleza viva, los sectores donde aún permanece desnuda esta larga muralla de ladrillos rojizos.
Caminan en filita, luciendo su plumaje café plomizo, mientras su decorada cabeza luce con gallardía esa coqueta plumita erguida, como fiel indicador de quienes son en realidad.
Las siete codornices que aún no sé en qué momento decidieron quedarse a vivir aquí.
A veces bajan sobre el pasto verde, y recorren el lugar en busca de alimento, caminando con ese característico contoneo elegante que obliga a su plumita solitaria a saltar en sus cabezas, siendo para todos nosotros un maravilloso y encantador espectáculo.
Estas pequeñitas aves, hermosos seres vivos, de suave plumaje en tonos café, plomizo, de fragilidad infinita, de humilde silencio y mágico existir.
De pronto, mi mente vuela rápido en un salto de alerta, al recordar a Ignacio. Una llamada telefónica ayer por la tarde, diciéndome que iría al lugar donde a mi no me agrada que vaya.
Eso significaba una sola cosa. Un grupo de cacería; él, su primo y algunos amigos, reunidos en un tema que me entristece demasiado, y que ni aún el amor ha logrado quebrar.
Trajes camuflados, salida de madrugada, campo abierto, escopetas, municiones y mi pena que viaja junto a ellos justo al despuntar el alba.
Cómo quisiera, le he dicho a Ignacio, ir a esos viajes metida dentro de tu bolsillo, para en un silencioso grito, espantar a todas las aves y animalitos que en su inocente afanar del día, de pronto se ven enfrentados a ese cañón que les trae la oscuridad eterna.
Aún recuerdo ese día, en otro viaje de esos, cuando al llamar a Ignacio desde mi celular, el sonido del suyo espantó a un gracioso conejito que se encontraba a punto de ser alcanzado por una lluvia de municiones y que jamás esperó que una llamada del amor, le alargara la existencia.
Y observo nuevamente estas hermosas codornices regalonas de mi jardín, relajadas, felices, viviendo su derecho a la vida.
De pronto siento un leve cosquilleo en mi pie, y al mirar, me encuentro frente a frente con una de ellas que me observa desde abajo.
Jamás había visto tan de cerca su hermosura, es tan frágil y a la vez tan fuerte, pequeñita, con su moño plumoso sobre su cabeza erguida, la cual le da una inusual elegancia, que sin embargo proyecta una humilde sencillez que impacta. Verla es una invitación a la caricia, es un llamado de acogida. Me quedé inmóvil casi sin pestañear siquiera para no espantarla. Su mirada estaba fija en mis ojos, me observó largamente. En mi mente, logré sentir su llamada. No hablaba, sin embargo yo sentía que se comunicaba.
_”De mis ojos no pueden salir lágrimas, pero a través del cielo y del aire es transportado el dolor, por la muerte de alguno de nosotros. Puede ser un conejito, un cabrito, hasta un pez, también un ave, y la Naturaleza grita la muerte de sus hijos. Y todos sentimos de esa forma su dolor.
Yo sé que amas a Ignacio, pero dime ¿acaso él ignora esta verdad?, ¿no siente dentro de su alma que está llena de amor por ti, el dolor que produce un disparo?, ¿acaso quiere volver a renacer a una nueva vida sólo a pagar el karma que produjo su olvido, su indiferencia?
También su madre lo observa desde arriba, y he visto de sus ojos rodar perlas benditas que se confunden con las gotas en los días de lluvia. Ella tampoco logra entender, y espera al igual que tu, el día en que se enfrente a unos ojos inocentes, frente a frente, el pequeño animal frente al cañón de su arma mortal. Y si ese día dispara, su dolor lo sentirá hasta la tierra, su tristeza será percibida hasta en las hojas de los árboles, su sufrimiento interior por haber hecho daño remecerá hasta las aguas, porque ese día al haber mirado los ojos que cerró con su disparo, él estará sintiendo en carne propia el dolor que ha hecho sentir. Tu que lo amas, explícale, dile a Ignacio que abra los ojos......dile que abra los ojos”......que abra los ojos......abre los ojos.....
_ ¡Mami, mami!.....¡abre los ojos, te quedaste dormida!......espera......¡que te pasa!......¿dónde vas?.....
_ ¡Espera hija, esto es muy importante!......¡es cosa de vida o muerte!......¿dónde está mi celular?.....¡es muy urgente!......¡debo llamar a Ignacio!.......
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