Vamos muy rápido, decía el chico a su amante, déjalo, no frenes, písale más, contestaba ella mientras se iban precipitando acantilado abajo.
Tenía una maleta llena de cuadernos que habían ido escribiendo durante todo el tiempo que les precedía y algunos bolígrafos, por si acaso, por si aún encontraban algún momento para rematar algún poema o alguna imagen que les quedara pendiente. Son las cosas que tiene la pasión, decía el chico a su amante, sí, decía ella, que nunca se sabe como va a acabar. Pero sí lo sabían, desde el principio lo sabían, desde esa mirada cruzada y desde el primer centímetro de piel rozada por casualidad. Después es mejor no estar aquí, ni por los alrededores porque la tierra comienza a arder, el cielo se vuelve absurdo y no hay mucho de lo que hablar.
Había unos pájaros que sobrevolaban a ras del mar. Ellos se van a quedar aquí observando, nosotros no, decía el chico a su amante, ella sonreía, ellos se quedarán y sin ninguna envidia les digo adios, adios pájaros. Que dentro se quedan otros pájaros que vimos con más tiempo en algún parque tranquilo mientras picoteábamos unas migas del suelo. Otras calles con bolardos que nos hacía saltar, dice el chico a su amante. Sí, písale más, démonos prisa, decía ella mirándole con cariño.
Y el coche submarino seguía avanzando cada vez más rápido a casa.
|