La obsesión del cerrajero

Tenía su tienda de cerrajería, las cosas le iban bien, pero cuando le planteaban un reto no podía negarse. Cuando alguien, casi siempre de baja catadura, al olor de su fama de infalible, le contaba que sabía de una puerta --una caja fuerte, una verja, un candado o cualquier cosa con mecanismo de apertura o cierre-- imposible de violentar, se le disparaban todos los resortes internos y pasaba a ser su obsesión vencer a ese enemigo mecánico o electrónico o lo que fuera.

Esta vez le hablaron de una caja fuerte hecha de una aleación de titanio, con la puerta absolutamente lisa, que se abría cuando la tocaba su dueño y sólo su dueño. Desde que supo de su existencia, no podía conciliar el sueño así aceptó unirse a dos atracadores para poder estar frente a esa maravilla.

Llegaron a la casa en cuestión con dos gráciles movimientos abrió la puerta principal blindada de seguridad. Subieron hasta el despacho que albergaba la caja fuerte, la puerta del despacho estaba cerrada. Él comenzó a manipularla. Parecía que le costaba. En apariencia era una puerta de madera normal y corriente. El tiempo pasaba y sus dos acompañantes se impacientaban. Propusieron darle una patada para llegar a lo verdaderamente importante, pero él se negó porque jamás había tirado una puerta abajo. Cuando parecía evidente que no iba a abrirla, uno de los atracadores le apartó para actuar. Él le arrebató la pistola y le disparó tres veces, se volvió al otro paralizado e incrédulo de lo que veía y le disparó en la cabeza. Llorando abandonó la casa