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NORMAL








Cuando estuve allí, hilera de casilleros grises en perspectiva, azulejos blancos como dientes sin sarro… no, con sarro, y mucho, me di cuenta de que había unos minutos extra en el aire, suficientes como para pegarme una buena ducha. Así que lo hice. El celestino cielo brumoso y matinal, hondo desde acá abajo como una sima horrenda e iluminada desde todos los ángulos avisaba de un tórrido día, posiblemente cual excelso horno de fundición: más tarde, las calles enteras despertándose en vapores cancerígenos y volátiles; aceras, avenidas, construcciones gruesas, edificios relucientes: todo bajo el velo ardiente del astro rey. Pero todavía llegaba algo de vaguada. En fin, llegué. Tomé mi gaveta, la abrí, y acto seguido, conté el fondo.

- Que tengas buen día, Alejandro –dijo una cara perdida entre dos cachetes abultados.

Bajé las escaleras ahora compuestas. El maestro Juan Leal había puesto nuevas gomas a los escalones. Pero olvidó despegarles el código de barra. No se veía muy bien aquello. Salí hasta donde comienza el patio y entré en la única cabina que yace pesadamente colocada en el patio constructor. Todo este tropel de cosas y actos, en días comunes, debería haberme resultado tonto, agotador, estúpido. Pero por alguna razón no fue así. ¿Presagio?

Entonces, así con todo y sintiendo sobretodo hambre, me coloqué a darle al asunto este. Al trabajo. La gente caminaba de un lado a otro entre maderas, fierros ennegrecidos como ellos mismos, tejas; papeles en mano, notas de carga sudadas. Enloquecidos. Desesperados. Comprando.

Parecía un día completamente normal. Y con normal quiero decir, más que nada, aburrido. Caracolesco. Inútil. Bueno, una vez aceptada esta penosa y socavante realidad psicológica, decidí ser por un momento como el resto e hice lo que normalmente hacen: esperar. No es que decidiera, en todo caso, simplemente no había más.

Esperé. Esperé…

Para mi exigua suerte, no fue demasiado, pues surcando lentamente todo el campo de mi reducida visual, una van amarillo-chillón se estacionó a unos cinco metros desde donde mi honorable condición de cajero me permitía estar.

Un tipo con pinta de árabe, más bien con facciones árabes (moderno árabe: mechón rojo, cola de pelo al final de la nuca) bajó y abrió las compuertas traseras de la van. Había que sacar algunas cosas: equipos, conexiones, cables, al parecer. Luego apareció un tipo de polera amarilla-chillona, gorro amarill…etc, y comenzó a repartir rápidamente órdenes. El tipo era de estatura mediana; exaltadas pupilas, duros ojos verdemares, rostro seco pero amable. Luego de decir unas cuantas cosas hacia el interior del vehículo, dos bombones bajaron vestidas de blanco, un blanco angelical, muy ceñido y electrizante. Eran las promotoras de algo. De cuerpos voluptuosos lo suficientemente curvilíneos y bamboleantes, las muchachas comenzaron a atraer como imanes mágicos a la gente preferentemente de sexo masculino, y a los Maestros. Pronto tuvieron un buen puñado de babosos.

Entonces me di cuenta de que al compadre de rostro seco pero amable lo conocía de algún lado. En ese momento, se dirigió nuevamente a la parte trasera de la van a dar más ordenes. Había otro sujeto dentro del vehículo, aparte de las minas y el árabe. Bueno, en ese preciso momento, me vio. Se acercó con una sonrisa.

- ¿Qué tal, joven? ¿se acuerda de mí?

Extendió la mano para sellar definitivamente el saludo. Se la di. Lo recordaba perfectamente, ahora.

- Bien… si-por-supuesto-caballero.
- A ver… de dónde, ¿de dónde me conoce, eh? ¿cómo anda la memoria?
- Usted paga con cheques del Banco de Chile, siempre.

Abrió sus ojos y una ola verdemar me inundó.

- ¡Pero qué memoria, hijo! ¡Excelente!

oOo

Uno de los bombones era una tabla. Una nadadora (nada por aquí, nada por allá…) ¿cómo podía estar en el team constructor? Había una buena razón: era la hija de Rostro Seco. Podría haberse llamado Leslie, no sé. No arreglaba nada, en todo caso. Pero por otro lado, el otro bombonazo, parecía una diosa… ¡no! No una diosa, una mujer demasiado carnal nada más. Las diosas se me hacen que no culean. Pero ella… ella se notaba que sí. Lo decían sus ojazos, su potazo, sus volcanes de carne ¿Qué hacía trabajando como promotora? Pronto descubriría el porqué…

Hubo un chirrido de acople que vomitaron los parlantes grandes, azabaches, colocados sobre el techo de la van. Rostro Seco empezó:

- ¡Buuuuuuuuuuuuenos días a todos los Maestros de Los Llanos del Maipo!

La gente –sobre todos estos tipos fétidos maestros– ya estaba cerca, pululando como moscas sobre la caca. En este caso, sobre las promo. Rostro Seco estaba en su salsa. Le salía bien en todo caso. Tenía la voz para ello.

- Hoy estamos aquí, en EL CONSTRUCTOR, para celebrar la tan esperada ¡Semana del Maestro! ¡Venga, acérquese, tenemos regalos para usted, Maestro constructor!

Al final de cada frase colocaba un acento distinto de lo demás. Todo un animador.

Para ese momento, se había develado la escena, precaria escena, pero escena para este público, quiero decir, algo más complicado –o sofisticado mejor– y nadie entendería nada y el dinero invertido en marketing se iría a la cresta. Popular, hijoi, popular. Los Maestros tenían el ambiente pasado de cerveza rancia que fermentaban en sus cuerpos, tan resacosos como ellos mismos, y tan desastrados como ellos mismos, eran unos verdaderos niños perdidos en el país de los sueños. Las dos promo con sendos traseros andaban entre los hombres comportándose como verdaderos pollos de gallinero. Ser mujer en estos días es algo muy lucrativo. Sobre todo si tienes algo de pellejo. En fin, el tipo árabe comenzó a preparar los choripanes.

Entonces, Rostro Seco se acercaba a los malogrados y sucios y entierrados maestros de construcción.

- ¿Nombre, maestro? ¿Qué hace usted?

Luego:

- Gásfiter.
- Tésnico Constructor.
- Albañil, jijijijiji…
- A nada, solo ando mirando…
- Carpintero, soy carpintero.
- A lo que salga nomás…
- Tengo una empresa de detergentes.
- A los caballos, juego a los caballos.
- Quiero un choripán… ¿se puede?

Colocábanles chapitas en las traposas camisas o rotosas poleras, obsequiabanles lápices, gorros chillones, todo esto mientras los rojos y lacerados choripanes se ennegrecían atractivamente sobre los barrotes de una parrilla a gas.

La amiga de Leslie, la no-diosa, escondía algo. Tras la ventana yo veía su figura espléndidamente dotada contornearse de un lado a otro, o de pronto danzar al compás de una música horrible y moderna. Las albas y ceñidísimas prendas le daban cierto toque robótico a sus movimientos, pero la electrizante figura que había debajo no podía ser callada. Oh, no, no, no, no. Impelía el irrefrenable ánimo de despojarla de toda aquella inútil blancura…

Nuestras miradas comenzaron a toparse. Cuando tú ves que una vez se topan las miradas con alguien, bien puede ser una puta casualidad. Sin embargo, lo nuestro era demasiado frecuente. Me sentía bello de pronto. Bueno, y entonces recordé los veranos, o más bien, los amores de verano. Aquellos estúpidos amores de verano que quedaban solo en miradas (para mí por lo menos) ¡A mí me daba tanta paja entablar diálogo! Y generalmente, dejaba escapar a aquellas dulces doncellas y sus delicadas facciones de muñecas y pieles de leche, playa arriba. No era tan importante, por lo demás. No obstante, algo me decía que debía actuar, ahora. Quizás fuera ese par de redondas e impecable gomas. Aunque intuyera algo solapado por parte de la culona, debía pensar con detención y precisión. Su presencia ya dejaba en claro una especie de milagro demasiado bondadoso, y que, más encima se fijara en mí… solo tenía que tener una buena entrada, algo interesante, original. Pero luego comencé a pensar que aquello podía ser un derroche de energía y creatividad demasiado grande. Y yo había perdido mi tiempo en los veranos. Demonios.

Empero, era un poto de lujo. ¡Oh! ¿Qué se ama cuando se ama?

El hecho es que con sus ojos color miel, me laceraba el último de los cerebros. Pero eso que escondía, pensaba yo, eso que escondía ¿qué será? ¿Por qué tu mirada es así, pequeña del gran par? ¿Estás perdida, pequeña? ¿Estás perdida, niñita?

Y en ese mismo instante, se develó todo. Ella se acercó al árabe de poto perdido en jeans, estiró su mano y rescató una tripa de cerdo procesada dentro de una marraqueta y pegó una mascada. Era la primera vez que estaba tan cerca. ¿Pero qué haces de promo, pequeña? ¿Por qué estás aquí, oliendo los apestados y resacosos cuerpos albañileros, y no en una pasarela de París?... Bueno, la cosa es que de pronto, por quincuagésima vez, nuestras miradas se toparon. El asunto estaba por terminar, quiero decir, el show. Rostro Seco seguía con los maestros, engalanándolos como si fueran niños en un gran cumpleaños para niños. Una brisa suave se resbaló por su pelo e hizo que este se interpusiera entre su boca y su bocado de tripa. Ambas miradas seguían concatenadas por una alguna mística fuerza. El cielo se vino a colocar algo violeta, y una nube tapó al sol justo cuando, ella, como si hubiera tenido algo que ver con el repentino apagón natural, sonrió. ¡Sí, demonios, me estaba sonriendo!

Fue el espectáculo más horrendo y apocalíptico de la mañana. Su sonrisa.

Ella tenía una hilera desforme, increíblemente desforme, hileras de grandes bloques, piezas dentales, unos encima de los otros, peleando por espacio, asfixiados. Se desplazaban en atiborrado orden por todo su… ¿maxilar superior o mandíbula superior? Cristo, qué sé yo. Esos bloques amarillo invierno no pertenecían a esa etérea boquita. Naturaleza perra. Sin embargo, cresta, ahí estaban.

Arrugué mi número de teléfono y lo tiré a la basura. Y ya estaba sudando como cerdo.












Texto agregado el 14-03-2005, y leído por 227 visitantes. (0 votos)


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