No puedes mirar el pasado y pensar más en lo osado. No puedes sentir el calor que has sentido durante el verano. El frío del invierno fluye por tu piel, por tus venas, por tu mente. Piensas que la lluvia de la primera noche primaveral limpiará el inmundo hielo que se forjó durante el oscuro deseo infernal. La noche que sentiste el deseo maléfico de acabar con una vida humana, en invierno, acabó con tu deseo inhumano de existir. Tu deseo humano de sentir las cosas que todos sentimos. Terminar esa plagada existencia de frustraciones escondidas en lo más recóndito y profundo de tu ser maligno. Pensar que más allá de la creación divina, no eres más que una creación maldita. Pensaste por horas en la larga noche antes de un largo día. “Todo aquello que he soñado no es mas que pura melancolía”
Aquella noches soñaste que tú, ser maldito, debías acabar con esa existencia más infestada de dolor que la verdad del amor. Sabías que una vez cruzadas las puertas que te habías fijado, la vida no iba a ser la misma que la que habías sospechado.
Es increíble pero cierto, el rumor del verano te es incierto. Crees que noche tras noche no podrás dormir. Crees que la verdad del invierno te hará sufrir durante las noches que tu existencia se prolongue. Crees que todo lo que forjaste esa noche cambió el marco de tu ventana. La ventana con la que veías el horizonte cada mañana, por la cual el sol se incorporaba con tu ser y con tu amante. Sentías que esa noche acabará con tu deseo de verdad y de esperanza. Cosas que un ser inhumano no puede llegar a imaginar. Imaginar, tal vez, pero visualizar en esa larga existencia de tormentos, que los mismos demonios se han propuesto en ocultarte, para que no imaginaras lo que te espera al cruzar el marco de la puerta a tu sepulcro. Un sepulcro que cuidará de ti, porque sabe lo que te espera, sabe lo que los demonios han visto tras ver tu inocuo sufrimiento, tu salvaje desmembramiento interno, tu muerte sospechada.
Tu sepulcro velará por ti, tu sepulcro te guiará tras esa sombra que llamamos alma, un alma inofensiva que cruzó por éste mundo. Éste mundo de tristezas y gemidos, nuestro mundo. Esa alma que te llevará a limpiar el sufrimiento que el tormento de esa noche de invierno trajo para ti.
Pero aún no sabes aquello que te trajo de la vida hasta la muerte, aquello que opacó tus noches y tu amor al otro humano, aquello que te cegó la vida y que te guió al rojo enojo infernal del invierno. El hielo que cubrió la muerte no es más que una capa de celo que te es frente. Celo al trabajo y a tu mente. La mente que es fácil inquietada por el enojo inerte, el trabajo que te es prenda que te cubre la vista a este mundo que no es verde.
Pensaste que la gente sospechaba de tu trance, que poco a poco el amor a lo humano te llegaría a turbarte. Sabías que habías obrado mal, sabías que la traición a la sabiduría era puro obraje maldito. Era lo que te había llevado a causar el espantoso estrago que le llevaste acabo a un ser querido.
El amor te mata, y más en esa noche de invierno, porque sabes que el amor eterno acaba al terminar el sueño. Sabes que al abrir los ojos, verás tu corazón eterno, lleno de lágrimas, lleno de penas, lleno de mal, lleno de llamas. Sabes que al despertar no habrá un sueño igual al que habías soñado, el sueño que te propusiste no soñar cuando cerraste los ojos. Soñaste que el invierno acababa con tu vida y con la de tu ser querido. Soñabas que ese deseo demoníaco de acabar con la vida de otro cerraría tu corazón. Soñabas que dejabas de soñar, que despertabas y que ya no volvías a volar. Soñabas que cruzabas la puerta, y que del otro lado no había más que vacío. Vacío que creaste, vacío que imaginaste. Vacío que esperaste.
No vuelvas más sueño atormentado, inmundicia infernal, deseo atroz. Muere ya bajo las fauces del demonio, regresa allá donde el amor no es idóneo, donde la muerte es lo más seguro, donde la vida no es más que pura monotonía.
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