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El chupacabras es un poeta

Es aquel ser extraño y terrible del chupacabras que está tendido en unos matorrales, cerca del pueblo de Mallarauco. Parece cansado, sí, muy agotado. Tiene los ojos amarillos y grandes como huevos a medio abrir, legañosos. “Es un día de pensamientos”, musita hacia el cósmico cielo abierto, y estira sus alas de murciélago. El gran sol matutino aplasta aquel cráneo que no es oblongo ni cuadrado, lleva algunos pelos gruesos y oscurecidos sobre la frente que brilla llena de una especie de grasa bien repugnante. Coloca su camuflaje dimensional en marcha, las cosas a su alrededor tiemblan un poco con un efecto acuoso, incluso el mismo aire, y luego desaparece. Pero está ahí. Nadie lo ve. Bueno, ningún humano. Él lo ve todo y nadie le puede ver. Entrete. Camina hacia el sector céntrico del pueblo con letargo y desidia. La cabeza gacha, las alas dobladas por la espalda hirsuta, las legañas aún fosforesciendo. Pero él es un poeta y va pensando versos a través de los senderos terrosos y amarillentos, inventando poemas silenciosos y misteriosos acerca de la NADA. “Yo vendo Nada / Nada me ultraja / Me cala como un humano / A una botella de vino” etcétera. Cosas así, pensaba, o las murmuraba de vez en cuando.
Ah, nadie le escucha por lo demás, y vive en dos dimensiones, una montada sobre la otra, como un poeta.
Se dirige a la misma casa que visita todas las mañanas, paso lento, la espalda arqueada, pateando piedras. Coloca su infecta barbilla en el marco barnizado de una ventana de mañío, y lo mismo de siempre: Alain, muchacha del pueblo, casada desde que Chupi llegó al pueblucho, se divierte en la cama antes de salir a las viñas a trabajar con su marido. Hacen el amor, comen galletas, conversan de otros humanos. Alain tienes los ojos almendrados y profundos, una nariz fina y el rostro angelical. Su cuerpo es lechoso con pequeñas venitas azules asomando en las manos graciosas, en sus muslos y a veces en su cuello que trae a la mente la ternura y frescura de las verduras. El Chupacabras se siente como en el cine. Es la apestosa película a la que asiste todas las mañanas. La película de la vida humana. Le emboba la comedia humana. Observa y observa.
De día no devora animalillos por que de día se siente débil, como la mierda. Así que enfila hasta los cultivos de paltos de exportación que son propiedad de Clarence Rig, un gringo acaudalado y arrogante al cual le ha zampado ya docenas de gallinas, patos, cabras; y también solo para fastidiarle se ha violado unas cuantas veces a Byron, su perro.
Parece aburrido nuestro repugnante animalito dimensional. Quiere algo diferente, algo entretenido, loco, digno de poetizar. “Vengo de no sé donde, me siento los días enteros por acá. Nadie me ve, excepto yo. Camino y camino, busco comida, veo a los humanos y sus más celadas cosas ¿quién me habrá jugado esta broma ociosa? Quizá haya sido es tal Dios del que hablan todos los domingos en la iglesia Matinngica. Maldito haragán ¿No tendrá nada que hacer más que crear criaturas como yo, solitarias, sucias, vagando entre caballos, cerdos, paltas, mandarinas y campesinos de mierda a quienes apenas entiendo?
Arranca una tierna y grande palta que levita por el aire y desaparece en su garganta invisible. Todas las tardes, luego de comer deambula hasta la biblioteca del pueblo que está emplazada en la plaza mayor. Fue ahí donde aprendió a leer, y a escribir. Le fascinaban, de este lado del globo, a Straka, Huidobro, De Rokha. La Mistral se le hacía complicada y enredada, como “todas las mujeres”, pensaba. Pablo Neruda le hacía llorar. Los poetas chilenos son buenos, decía para él, son bien buenos. Abundan, por lo demás, acá.
Después de ojear algunos libros para su lectura nocturna y dejarlos apartados en la última galería que estaba al nivel del piso, vuela endemoniadamente rápido hasta su cerrito apartado del pueblo, donde pasa la mayoría de sus feroces noches. Toma asiento en su roca negra y coge una varilla. Se siente aún más empalagoso. Aun más cabreado. Le tiemblan las manos. De pronto, dejándose llevar por lo inconsciente comienza a dibujar instintivamente algo en la tierra del cerrito, la forma toma el aspecto de un chupacabras… hembra. Le hace un vestidito. “Mmm… el lila es un buen color para un vestido…”, piensa, En la entrepierna le dibuja un tajo “como el que tiene Alain”. Una tristeza le embarga el alma cianúrica, se siente vacío, hundido, en realidad, como la mierda. Se enfurece consigo mismo ¿con quien más? Hace desaparecer el dibujo, lo desparrama con su pata que parece garra de gárgola, vigorosamente, se arranca unos cuantos pelos asquerosos y grasosos de raíz. Grita horriblemente por los pelos que se arrancó. Un par de brillantes lágrimas negras como petróleo ruedan silenciosamente de pronto por sus surcosas mejillas oscurecidas. Se marcha hasta el pueblo nuevamente. Está decaído, versando por la ancha calle principal de Mallarauco “Soy un tipo tostadito / De endemoniada tez / Negro escupo / Negro lloro / Negro pienso / Negro cago / ¡Oh, qué brunito soy! ¡Mas que el tío Tom! Chupacabras era un mal poeta, hay que decirlo. Y lo sabía. La mayoría de sus momentos de miseria se gatillaban por lo mismo: un poema malo. Era desesperante intentar ser poeta y no alcanzar más que un puñado palabras sin sentido. Con respecto a esto último, es a partir de aquí cuando el demonio se colaba en sus entrañas y le hacía cometer las atrocidades que le habían proporcionado su fama. Su mala fama. No obstante, nunca había advertido en el acto, cuando chupaba a toda es infinidad de animales, ahí, chupando, chupando, ansiedad sin limites, hundido hasta la médula en el barrizal mas profundo de la depresión, siendo una alimaña, no sabía, que él mismo en plena acción era un poema espectacular. Los poetas son como alimañas, pero no se percataba de ello. Le había hecho mal leer los veinte… Estaba, sin saberlo, cayendo en la comedia humana. Pero no odiaba a los humanos, simplemente no tenían nada especial. Además, le proporcionaban comida, abrigo, poemas. Estaba bien así todo.
Bueno, nuestro amigo, durante una madrugada de locura y rabia, luego de calar un buen par de cabras y gallinas, se dirigió con rostro vibrante hasta la biblioteca. Tenía un lugar secreto por donde hacía ingreso. Una escotilla. Entró sigilosamente y avanzó hasta las dormidas estanterías. Un halo de plata entraba por la ventana e iluminaba la cubierta de un mesón de lectura. En la tarde mientras deambulaba sin rumbo, había visto un libro que no parecía muy interesante, tapa granate, no más de noventa páginas de bolsillo, en la tapa aparecía una fotografía de un travesti mal pintado. El libro se titulaba: “Soy Masoca”, y era de una conocida escritora chilena, Calú Mandiola. Chupi había leído algunas cosas de Calú. Él quería conocer su lomo herido. En fin, tomó aquel libro desde las estanterías atiborradas de conocimiento dormido, cuando, al costado de aquel texto, observó otro que jamás había visto en aquella biblioteca. Él había leído casi todos los títulos de aquel sitio. “Este debe de ser nuevo”, pensó. Leía condenadamente rápido Chupi, hay que mencionarlo, mucho más que los humanos. Tomó aquel volumen de “Leyendas Chilenas” y corrió hasta el mesón de lectura mientras una araña de rincón bajaba hasta el piso callado del salón principal. Estaba algo feliz, algo avivado. Comenzó por la primera página con una rapidez increíble. Leía y leía. De pronto levantaba la vista a expulsar una carcajada, y volvía a incrustar la cabeza en la lectura. De pronto decía cosas en voz alta, cosa como “¡Tengo que conocer a este sujeto!” o “¡Que buena forma de pasar las noches!” miraba luego en confusa dirección y daba un suspiro profundo.
A la mañana siguiente decidió viajar hasta la capital. Había arrancado algunas hojas de aquel fantástico libro y las iba releyendo camino a la estación de trenes. Luego las puso bajo su ala pestífera. Pasó entre las gentes como un pequeño enano inmundo, e invisible por supuesto. No pagó pasaje y subió al tren que se alistaba a partir. Era una mañana calurosa. Avanzó ágil hasta el último vagón. Tomó asiento y observaba por el cristal, la máquina lentamente comenzaba a moverse. Chupi sonreía. De pronto dos muchachas se sentaron en frente de él. El vagón último solo acogía a las dos muchachas y a Chupi. Una de las chicas llevaba minifalda, tenía una piernas lechosas y gordas, pero lindas. Pensó una vez más en el tajo de Alain.
Llevaba ya un par de horas de viaje y ya comenzaba a picarle el trasero y todas sus otras demás partes. No por ser un tipo de otra dimensión va a estar privado del sudor y todo eso.
Una canción realmente buena sonaba en los diminutos parlantes del vagón último. Era la canción Mujer de Los Ángeles. Pensaba que aquella canción le caía bien a la hora de viajar.

A Chupi con la música le entró el sueño. Comenzó a soñar que estaba en un bosque frondoso, húmedo, llovía a cántaros. Yacía –una vez más- escondido, oculto de los comediantes humanos, “que solo piensan en que haré daño, no saben que yo soy un poeta, y como tal, SUFRO” El musgo y la lluvia levantaban una espesa neblina; tendido a los pies de un árbol y a orillas de un pantano, Chupi leía unos poemas de Vicente Huidobro. “Mujer, el mundo está adornado por tus ojos…” todo eso. De pronto un frío empezó a calarle su pelaje negro y grueso. El frío se transformó en viento huracanado y el viento huracanado en luz fulminante, desde todos los ángulos. A su costado, un extraño ser de estatura algo superior a él yacía de pie, en sombra absoluta, sin rostro ni voz, peludo. La postura le hacía pensar a Chupi que era alguien triste, al parecer. Chupi despierta, mira por el cristal mojado de lluvia y dice en voz baja, muy bien, allá voy.

Por fin, llegó hasta su destino. El tren había detenido su afanoso empuje. Extrañó de pronto Mallarauco, se sintió un poco desposeído. Bueno, siempre se sentía así. Bajó del último vagón y caminó hasta el centro de la ciudad. A Chupi no le gustaban las ciudades. Santiago una vez casi lo mata: microbuses rugientes, gritos, HUMO, por todos lados, en todas partes. Tuvo que huir rápidamente de ahí. Ahora estaba en el sur de Chile caminando entre las personas de la ciudad. Tuvo hambre y su instinto bestial le avisó de unos basureros que estaban detrás de un restorante. Comida rápida, le llamaba él. Decidió que el resto de la tarde lo pasaría recorriendo los lugares neurálgicos de la ciudad. Una pregunta le asechaba: “¿Realmente existirá? ¿Será posible que algo como él exista?” Y luego se respondía para sí: “Es solo una leyenda Chupi, no pareces ser muy inteligente, huevón, las leyendas son leyendas”

Por la noche, buscó alguna biblioteca para visitar. “En este lugar –concluyó- está todo lo que necesito. Hay animales admirables de todos los tipos, hasta cereales, hay cerros muy distantes, cuevas, ¡está el mar! Mierda, no lo había visto desde la última vez que arranqué de una embestida organizada por los huasos brutos, cuando aquella semana hice añicos a un buen puñado de pajarracos, cabras ¡hasta un caballo! No sé que me pasó”

Luego de encontrarse con la biblioteca de la ciudad y de guardar algún titulo interesante, se marchó hasta una plazoleta con vista al mar. Las cosas internas no mejoraban, digo, su estado de ánimo. Seguía algo decaído. El tipo del sueño volvió a su mente. Era definitivamente extraño aquel tipo, si es que existía. Tenía muchas ganas de salir de la duda. Los versos tomaron vuelo: “¡Insólito amigo! / ¿Eres mi amigo? / Amigo, amigo extraño / en sueños de luz / apareciste, providencia / en mis sueños / amigo extraño…”

Otro poema malo. Le entró la furia que lo caracteriza, incontrolable, asesina, pueril y penosa. La noche comenzaba a colocarse negra en el horizonte, violeta en el otro extremo. Corrió como un trastornado hasta los alrededores de la ciudad. Se azotaba contra los árboles, contra los postes de luz. Su rostro yacía empapado de petróleo. Había tomado un aspecto terrible. Su espinazo se erizó horriblemente. En un sendero de tierra alejado de la ciudad, se arrojó sin fuerzas como un trozo de algo al suelo, el petróleo manaba sin parar desde sus cavidades horripilantes. A un costado de su patética escena se levantaba un bosque frondoso y plomizo, lúgubre. Algo le empujó a mirar hasta él. De pronto, una figurita escurridiza divisó. “¿Eh? ¿Qué rayos será aquello?”.Y con su oscurecido semblante entierrado, emprendió vuelo rapaz. La figurita rápidamente se contorneaba entre los árboles. Todo parecía un juego de niños. Había algo sumamente extraño en todo aquello. Chupi perseguía ahora a su extraño amigo con una sonrisa repugnante dibujada en sus labios salivosos y viscosos. La figura escondía en árboles, Chupi volaba hasta aquel lugar y la figura ya no estaba. “Aparece amigo aparece, sé que estás por ahí…”

Pero luego se cabreó del asunto, así que gritó al oscuro follaje rumoroso:

- ¡Oye tú, MUÉSTRATE! ¡me canso, demonios! –dijo Chupi de pronto. Su eco zumbó en todo el bosque.

De pronto, una risa arrancada de la peor película de terror se dejó oír. A Chupi le gustó aquella risa. Chupi era algo demoníaco. La risa resonó por segunda vez en todo el bosque. Sin embargo, comenzaba a hartarse con el pelmazo. Apresuró el vuelo, tratando de predecir el próximo escondite. La noche comenzaba su avance infrenable, como un oscuro manto de seda cubriéndolo todo. Una bruma levantaba vuelo en el piso del bosque.

- ¡MALDITO IMBÉCIL, sal de ahí! –dijo jadeante.

Hubo un silencio. La noche estaba plena, allá arriba. Plenilunio. Chupi recostó su cuerpecito inmundo en los pies de un árbol monstruoso, que estaba a un costado de un pantano silencioso. Se despojó de su traje dimensional. “Que se vaya al demonio”, pensó. Sacó desde bajo su ala un libro de poemas de Huidobro. Se iba a colocar a ello cuando en ese momento, sintió una mano en su hombro, digo, en la unión de sus alas repugnantes y sus hombros. Una mano peluda, media grasosa y arrugada.

- Oh –dijo Chupi- ¿realmente eres tú?
- Soy yo, compadre –dijo el ser.

A Chupi se le iluminaron sus ojos de yema de huevo. La luna brilló por momentos ahí.

- Entonces ¡Eres real! quiero decir EXISTES.
- Sí, zorrón, ahora vas a ver de lo que está hecho el mundo…
- Pero…
- ¡Nada de mierdosos peros! –dijo la criatura levantando la voz y abriendo sus ojos. Su rostro era de prono develado por la noche cárdena.
- Pero amigo –dijo Chupi dulcemente– ¿Cuál es tu nombre?
- Ya sabes mi nombre, no te hagas el huevón.
- Oh –dijo extasiado Chupi- ¡amigo TRAUCO! Yo sabía…
- No sabes nada. Vamos, andando, me aburro con tu cara de pedo.

Trauco era un ser realmente espantoso. Al mismo nivel que Chupi. Pero parecía más horrible porque tenía rasgos humanos, desformes, grotescos. Y la apariencia de humano, de viejo chico, más bien enano. Todo el cuadro facial era un espectáculo de terror. Tenía unos ojos humanos que retrataban perfectamente la maldad; nariz ancha, con unos cuantos pelos gruesos en su punta; labios gruesos, algo partidos y teñidos de vino. Usaba un abrigo negro, manchado con una infinidad de sustancias desconocidas, repugnantes. A Chupi le fascinó su aspecto.

- Amigo, ¿y a donde iremos ahora?
- Vamos a tomarnos un trago. Tengo sed.
- Yo no tengo sed, amigo. Yo no bebo agua. Solo sangre.
- Nadie ha hablado de agua, compadre –dijo la criatura, con una sonrisa maquiavélica –y basta de tus hábitos de mono. Nos tomaremos una buena botella de vino. Que es muy parecido a la sangre. Algunos dicen que es la sangre de Cristo.
- ¿Nos beberemos la sangre de Cristo?
- Sí.
- ¡Oh!


Desde una bodega y usando sus camuflajes dimensionales extrajeron tres botellas de vino. Chupi advirtió que Trauco también había sido víctima de algún creador inconsciente. Su sentimiento de soledad se fue disipando. “Hay seres que están en mi misma situación, eso es bueno, muy bueno. Podríamos un día, quizás unirnos, y patearles el culo a los humanos arrogantes hasta hartarnos…No, eso sería muy fácil. Mejor los esclavizamos, les colocamos en jaulas, encadenados…que se coman su mierda, sus pedos…sí, eso está mucho mejor, sí, sí…”

Caminaron hasta la playa. Trauco hablaba con una botella en su mano con vehemencia. La agitaba por los aires, largaba un buen trago y seguía hablando.

- Bueno, qué quieres que te diga: somos especiales –dijo Trauco mientras abrazaba por los hombros a Chupi.

Chupi estaba emocionado. Tomó una de las botellas, la descorchó. Pegó su hocico al gollete y la vació hasta la mitad. Pronto estuvo borracho y al mando de la conversación. Le entró la emoción. El petróleo comenzó a manar. Que se sentía solo, que la vida era una porquería, que amigo Trauco te quiero ¿somos o no somos amigos?, bla bla bla etc. “¡Eres un maricón de mierda!” le decía Trauco y se largaba a reír. Pronto estuvieron abrazados nuevamente caminando por el arenal de una playa solitaria, muy borrachos. A Chupi le fascinó la sangre de cristo. “¡Es la mejor sangre que he probado en mi vida!” gritaba a la noche.

Ambos seres dimensionales y ebrios, luego de encender una fogata, continuaron su incansable parloteo. De pronto, Trauco se levanta de un golpe. La madrugada era avanzada.
- Es la hora –dijo mirando fijamente el océano.
- ¿De qué es la hora, amiguito?
- Ahora sabrás de que está hecho el mundo, andando.
- Pero…

Trauco aceleró el paso hasta los alrededores de la ciudad. Chupi iba trastabillándose por la ebriedad, a tres pasos de distancia. Pensó en el mejor poema de su vida. Pensó que podía escribirlo ahora, así, ebrio. Y que cada poema bajo las fauces del vino sería genial. Sería un poeta de verdad. El vino era la mejor musa, la mejor inspiración. Trauco iba con la vista pegada en el horizonte nocturno, caminando a paso acelerado. De pronto Chupi advirtió un bulto a la altura de la pelvis de su camarada.

- ¿Qué tienes ahí, amigo? –preguntó de pronto.
- Oh, nada, es sólo…nada. Está comenzando a subir nada más. Debo apurarme.
- Quiero ver eso que tienes ahí.
- Oh, NO, no.
- Vamos, amiguis, déjame verlo.

Aquel bulto subía y subía. Parecía una tercera pierna que a Trauco le había nacido de pronto.

- Déjame verlo amigo, por favor, dijiste que me enseñarías las cosas del mundo.

Trauco se detuvo. Se giró. Aquel bulto era muy notorio.

- ¡Está bien! Maldita sea. Pero prométeme que no dirás nada, y que tampoco correrás como una niña.
- Prometido, Trau.

Trauco se abrió el abrigo. Y ahí estaba aquella cosa, por sobre todo grande, venosa, algo peluda, roja. Chupi estaba impactado. Un ser tan pequeño, y con esa cosa. Era increíble. Chupi pensó en su cosa, en su cosa pequeña.

- ¿Cómo lo hiciste? –dijo sin despegar su vista de aquello.
- No lo sé, hombre. Nací así. Supongo que todos tienen su gracia.
- Yo quiero tener eso.
- Es imposible, compadre. Naciste con una espinilla y con una espinilla morirás.

Trauco cerró su abrigo y siguió caminando. Chupi le seguía sin dejar de pensar en tener algún día aquel divino garrote. Pronto estuvieron entre un bosque pequeño, donde había una casita pequeña, una cabaña. Trau se acercó sigiloso, con aquella cosa empinada al máximo, al borde de la explosión. Le dijo a Chupi que observara desde lejos. La ventanita de la casa tenía la luz encendida. Y de pronto se apagó. “Ahora, espera aquí” le dijo a Chupi. Chupi asintió. Y empezó a acercarse, a acercarse hasta la ventanita. Cuando estuvo ahí, retiró su abrigo, corrió el cristal de la ventanita, entró desnudo. Pasaron diez segundos. Chupi estaba ansioso de saber que demonios sucedía allí adentro. Se oía de pronto un zamarreo y crujir de madera. Chupi hervía de curiosidad. Caminó hasta la ventanita. La curiosidad le venció. La luz plateada de la luna se colaba por el cuadrado poniendo en escena a un enano horrible encima de una bella mujer joven. Trauco era una máquina. Babeaba a la joven encima. Chupi recordó a los perros de Mallarauco. Y aquella cosa taladraba, taladraba, sin parar, entraba y salía, la joven mordía sus propios labios y disparaba miradas hacía alguna parte del universo, a las estrellas quizás. “¿Estará viendo las estrellas?” se preguntaba Chupi. La joven de pronto se estremeció, y un grito ahogado salió disparado por entre sus labios. Chupi sintió una avalancha de sensaciones en su cabecita repugnante. Recordó a Alain, y a su marido. Recordó sus poemas mas logrados, que eran pocos. Recordó a Byron. Se imaginó haciéndolo él con una mujer. Después, se imaginó con Trau. Estaba anonadado. Algo había cambiado dentro de él para siempre. Se sentía capaz de hacerlo con una mujer. Pero su cosita le impedía llevar la fantasía a buen final. Trauco se vistió fuera de la ventanita, y Chupi pegó una mirada hacia adentro. La mujer parecía estar muerta.

- Parece que la mataste, Trau –dijo Chupi mirando una vez mas adentro.
- Yo también casi muero, hijo.

Caminaron hasta la gran masa de bosques de la región, para pasar la noche. Trau le daba técnicas acerca del espectáculo que había presenciado hacia un par de minutos atrás. Tienes que colocarte así, asá, etc. Chupi trataba de hallar el bulto nuevamente. No lo veía por ningún lado.

- Trau, ¿y tu COSA? ¿Dónde está?
- Oh, ahí mismo, pero un poco mas… INFANTA –dijo mientras mostraba a Chupi ahora una manguerita pequeña bailando al son del caminar.
- ¿Cada cuanto haces este tipo de cosas?
- Todas las noches
- ¿TODAS LAS NOCHES?
- Es ineludible, HIJO. Tengo que hacerlo, o sino moriría.
- ¿No te pajeas?
- ¿QUÉ? ¿Estás fallado? ¡por supuesto que no!
- ¿Por qué no lo haces?
- No es lo mismo.
- ¿Nunca lo haz intentado siquiera?
- No. Y no pienso hacerlo.
- Deberías hacerlo.
- ¿Qué te hace pensar que me frotaré mi COSA, mono mal hecho?
- Digo, quizás ayude, deberías intentarlo…
- ¡Oh, BASTA! ¡No me CORRERÉ JAMAS UNA PAJA! Para eso están las mujeres, ¡Jesús!
Chupi anidaba un sentimiento algo extraño. Deseaba la cosa de Trau. Pero para él, digo, TENER una cosa como la de Trau, no obstante, como sabía que no existía nada igual, solo le quedaba querer la de su compañero de noches. No deseaba mirarse las mañanas aquella espinilla que tenía. Quería Poder para intimidar a las mujeres con un buen material. Hacerlas suyas con rabia e infierno. TENÍA que tener aquello. Pensamientos de sangre corrieron por sus ojos de huevo.

En el bosque hicieron una fogata. Chupi descorchó dos de cuatro botellas de vino que Trau había robado de la casa de la joven. Comenzaron a beber, en silencio, asando unas ratas que habían atrapado mientras se dirigían hasta ahí. El fuego anaranjado hacia crepitar las ratas atravesadas con una varilla. Chupi miraba siniestramente a Trau. Estaba decidido. No había vuelta atrás.

- Dime Trau ¿Cuántas veces te sucede esto, digo, que tu cosa se levante?
- Todo el tiempo. Sobretodo cuando bebo.
- Entonces, podría pasar ahora mismo de nuevo.
- Esperemos que NO.
- ¿Qué hace que tu cosa se levante?
- Tú y tus preguntitas de mierda ¡NO SÉ! Pensar o hablar de mujeres, un culo, una teta, que sé yo…

Chupi guardó silencio. Luego comenzó a hablar de Alain a Trau. Le contó muchas cosas de mujeres. Aquella cosa inmensa debía pararse de nuevo. Chupi hasta inventaba historias, decía, que una vez Alain le vio a él arrimado en la ventanilla mientras ella se manoseaba su tajo con su dedo. Trau de pronto comenzó a babear. Los ojos se le encendieron. Su mazo estaba levantándose, rápidamente. Lo había conseguido. Esbozó una sonrisa diabólica. Aquella asta de carne emprendió vuelo frente a sus ojos. “Oh mierda, no de nuevo, no, NO, de nuevo, estoy demasiado borracho...”. Chupi cogió un gran peñasco y le atizó con él mismo en pleno cráneo a Trau. Este cayó inconsciente, con aquella inmensa cosa aun enhiesta. Con una de sus garras la tomó por la base y la cortó. La sangre manó abundante. La tenía ahora en sus manos. “Y ahora, cómo me la pego delante de mi cosita, cómo, piensa Chupi…piensa…” trataba de colocarse el órgano de Trau en posición. Pero este caía al suelo. Trau se desangraba, posiblemente ya había muerto. Chupi colocó aquello sobre una roca. Y pensó. Comenzó a arrojarle piedritas, y pensaba en cómo pegársela. Cuando iba a arrojarle otra piedra de pronto sintió una voz.

- La media cagada que te mandaste, Chupi, mal nacido. Ahora no podré hacerlo más…
- ¿Quién dijo eso? –dijo Chupi alerta.
- Yo, mono feo –dijo el órgano de Trau.
- Oh ¡estás hablando!
- No, estoy cagando, maldito imbecil. ¡Devuélveme a la vida, al idiota de Trau!
- Pero te quiero para mí, COSA, te quiero para mí.
- ¡Pero si es imposible, huevón! El que nace con una espinilla, con una espinilla muere. Y ahora ME LAS VAS A PAGAR. –dijo y aquello comenzó a arrastrarse por el suelo como una serpiente en dirección a Chupi.
- Oh, NO –dijo Chupi horrorizado.

Chupi tuvo miedo. Aquello seguía avanzando. Monstruoso, rojo, henchido de sangre. Chupi se colocó en guardia. Aquello se levantó y Chupi con su garra mortal le partió en dos de un navajazo limpio. Aquello cayó al suelo sin vida.

A la mañana siguiente, Chupi estaba arrimado a la ventana de Alain, en Mallarauco.




Texto agregado el 14-03-2005, y leído por 1995 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-03-2005 Muy buen texto...Te felicito. Mandeville
 
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