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... nada podía hacerse, Gabriel había tomado una decisión y no se iba a echar para atrás; aún sintiendo como caía el agua sobre su rostro, estiró su brazo, y a través de la cortina de baño tomó con su mano un frasco de pastillas que había logrado extraer del consultorio de su padre quien trabajaba como siquiatra. Cada martes, Gabriel salía de su cuarto a hurtadillas, se dirigía al despacho de su padre y husmeaba hasta encontrar algo con que apaciguar el dolor de su cabeza, y de paso, el de su alma. Ese jueves simplemente no aguantó más; al llegar de la universidad se dirigió a su cuarto, tomó una daga para abrir cartas que le había sido obsequiada por su hermano, la contempló y lo hizo. Bajó las escaleras hacia el primer piso, con una fría tranquilidad caminó hacia la mesa donde se encontraba su madre pintando a mano unos individuales, los que habrían decorado la mesa si los hubiera podido terminar; tomó a su madre por el hombro, se le acerco al oído y le dijo:
- No quiero seguir siendo tu árbol azul!
Una vez salieron de su boca estas palabras, su madre intentó volver su cabeza para mirarlo cuando un fuerte tirón en el cuello se lo impidió; sentía un ardor indescriptible y algo liquido bajando por su blusa y humedecer sus pechos. Sentía como cuando se había lanzado a esa piscina a los once años antes de aprender a nadar. Todo era más tranquilo, todo comenzaba a mancharse de unos bellos tonos azules cristalinos. Luego, cuando sentía la sangre llegar a su vientre, estos se fueron tornando más oscuros, como el azul de los arreboles en las noches de final del equinoccio, y finalmente, cuando sentía su cuello desgarrarse como lo había hecho su sexo el día en que había parido a su árbol azul, todo se tornó de color negro, oscuro. Había muerto. Gabriel limpió el arma homicida con uno de los individuales que estaba pintando su madre, la envolvió en el mismo, y tomó camino hacia el jardín, donde abrió un agujero con una pala, arrancó de su corazón todos los recuerdos que como tallos se aferraban a sus venas y como pudo enterró con ellos la daga con la que había cortado de un solo tajo el cuello de su madre; cuando se dispuso a regresar a su habitación para seguir con su siguiente hazaña, se topó en la sala con el cuerpo desgonzado y de alguna manera hermosamente blanco de Gea, su madre. Al verla sintió una enorme felicidad. Allí estaba ella, con una expresión de placer y dolor en el rostro, empapada en rojo carmesí, pero también blanca como un copo de algodón. Él la contempló un momento y siguió su camino; subió las escaleras lentamente, comenzó a desabotonar la camisa que llevaba puesta, uno a uno se deshizo de la cárcel que representaban los botones. Se sintió libre por primera vez, continuó con el cinturón, el broche de su pantalón y dejó para lo ultimo sus interiores de color negro; cuando llegó a su cuarto se encontraba casi desnudo, de no ser por esos malditos interiores que desgraciadamente no podían impedirle a la criatura que llevaba por dentro, permanecer dormida. Cuando se despojó de aquella prenda, vio eso que tanto le estorbaba, eso que lo hacia sentir culpable, la causa de su dolor de cabeza y de corazón, y la causa también de sus revueltos constantes de estomago a la hora del desayuno. Gabriel tomó su propio tallo y lo cortó de un solo movimiento. La savia brotaba por todo lado, era como si le hubieran cortado la vida, sangre, sangre, rojo era su color preferido y ahora lo tenia por doquier. Con su mano haciendo presión, se dirigió al baño donde abrió la llave del agua fría y comenzó a recordar aquellos momentos inolvidables a los ocho años, en la vida de un niño, cuando su madre lo sacaba de la cama a medianoche, lo llevaba al jardín, y le pedía que besara sus pechos, su boca, que tocara su sexo... cuando Gabriel volvió en si, el dolor era inaguantable, no había nada que pudiera hacer, había matado la razón de su locura, y había cortado lo que lo ligaba con aquella realidad. Lloró. Recordó. No podía mas, así que tomó cuatro pastillas y acabo con todos los puntos cardinales de su existencia.

Texto agregado el 14-03-2005, y leído por 397 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-06-2006 El tema me asusta, la sangre me pone nerviosa y con tu manera de escribir puedo verla con ese color e incluso puedo olerla, te felicito por tu manera de escribir, creo q sabes lo q haces y creo q podremos comprar algun libro tuyo en breve. azulcasinegro
07-04-2005 Los rastros de la crueldad que algun día nos latigaron pueden despertar en cualquier momento, volvernos locos y sujetarnos con fuerza por el cuello hasta morir...no se que tienen tus cuentos pero logran hacerme repensar la vida...besos y besos libelulaazul
 
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