Valiente amigo
El siguiente relato transcurre en un pequeño pueblo maragato, cuna de arrieros, de nombre ilustre donde los haya: Santiago Millas. Un pueblo a la sombra del Teleno que linda con el camino de Santiago y en el que destaca la arquitectura de la región con sus casas de mampostería de piedra y tejados de teja árabe, galerías, corredores y puertas carretales teñidas de azul, fuentes de piedra y ......una laguna.
El pueblo hoy no tiene mas de 120 vecinos censados, pero conoció épocas mejores cuando a principios del siglo XX se contaban hasta 510 almas dentro de sus lindes. Posteriormente, “el progreso” lo condenó, como a muchos otros pueblos de España, a la diáspora forzosa, al olvido y al envejecimiento paulatino de vida, haciendas y recuerdos.
La historia comienza con dos septuagenarios, Valentín y Antonio, sentados en el pueyo de la iglesia que desde un alto domina los dos barrios del pueblo: el de arriba y el de abajo. Mantienen una “animada” charla una y mil veces repetida a la vista de la tierra que les vio nacer.
- Valiente, la bufina se me está metiendo en el cuerpo – le dijo Antonio manteniendo la vista en el horizonte mientras se frotaba los brazos con un vigor disimulado.
- ¡Rubiana al sol poner, agua al amanecer! – le contestó Valentín mirando la arrebolada formada en el horizonte.
- Pues eso parece, si. – dijo Antonio a modo de sentencia que no admite apelación alguna ante tamaña verdad.
Transcurría el tiempo y los dos amigos callaban como si la naturaleza estuviera celebrando misa y ellos la estuvieran siguiendo de memoria y por lo bajo. Solo algún cencerro rompía intermitentemente la solemnidad de la tarde. Apenas pasaban coches por la carretera, el crudo invierno estaba tocando a su fin y aun pocos se aventuraban a pasar por allí.
De cuando en cuando se permitían algún movimiento lento y medido para contestar silenciosamente a algún vecino que subía por las calles que salen a la carretera o para acomodar sus posaderas al pueyo de piedra, duro como el primer día que lo conocieron en su infancia ya lejana.
Esa tarde Valentín se había dado cuenta que Antonio estaba un poco extraño e inquieto, al menos mas de lo habitual. Toda una vida juntos había desarrollado entre ellos un instinto natural que reconocía señales para muchos imperceptibles, de un vistazo intuían que algo no estaba en su sitio.
- Toñín, ¿qué te pasa hoy que estas en las alpabardas?
- Pues no sé, será el tiempo que ya me está pesando, ¡ya no somos unos chiquines, Valiente! – contestó Antonio al tiempo que Valentín le echaba una mirada de incredulidad.
- ¡Que cosas tienes Toñín!, si estás muy bien todavía, cuantos querrían estar como tu....... o al menos estar, que no es poco. – Valentín usaba un tono de voz conciliadora a la vez que balsámica, Antonio estaba otra vez melancólico y nostálgico de su juventud – Mientras puedas contar los años, la cosa no va tan mal Toñín. ¿no?
Un silencio huérfano de palabras se abrió paso, los dos volvieron a mirar al frente, a su horizonte vital, a su norte, a su inconsciente colectivo hecho realidad en su pueblo. Los segundos se hacían eternos y Valentín esperaba la arrancada de Antonio, era cuestión de tiempo nada mas.
- Valiente – dijo Antonio a modo de prólogo.
- Dime...., ¡y suéltalo ya que se te está poniendo el gesto gafo!
- ¿Tu crees que el tiempo pasa de nosotros sin mas? – le espetó Antonio manteniendo la vista en el horizonte.
Valentín, le miró un instante y volvió a su postura anterior. La cosa hoy venía complicada y si quería resolver la papeleta planteada por su amigo se debía esmerar. Se concentró en el paisaje del pueblo y pasaron unos minutos donde ninguno de los dos movió ni un músculo. Valentín tomó aire y dijo con absoluta rotundidad:
- Toñín, ¿sabes lo que te digo? Que no, el tiempo no pasa de nosotros, ¡Nosotros pasamos del tiempo!.
- ¡Coño, Valiente! Que seguridad, ¿de donde te sacas eso? - contestó Antonio con un cierto sobresalto propio del que quiere creer.
- Estooooo....., concéntrate bien que te lo voy a razonar, Toñín – le espetó Valentín con el mismo convencimiento de su anterior aseveración.
- Venga, te oigo. – los ojos de Antonio empezaban a despertar y devolvían a su gesto parte de la vivacidad de antaño.
Valentín tomó aliento, volvió a mirar al horizonte, se percató que la rubiana estaba dejando paso lánguidamente a la oscuridad que todo lo engulle. No tenía mucho tiempo y debía hacerlo de un solo tirón.
- ¿Tu te acuerdas de Don Vicente?, el de las mulas que tenía una hija, Josefa, que todas las mañanas alimentaba a ........ – dejó en el aire la frase, lo que disparó instantáneamente la memoria y el gesto de Antonio
- ¡Las gallinas! – dijo con una sonrisa naciente que rompió en una risa instintiva y pegadiza con ánimos de crecer.
- Pues, si, y te acuerdas ese día que estaba diciendo...... – de nuevo dejó la frase a medias.
- ¡Pulina, Pulina! – Antonio se desternillaba de risa de solo recordarlo
- Te acuerdas que le hicimos un agujero en la tierra y que lo tapamos con paja y... – Valentín no pudo terminar la frase, Antonio ya estaba lanzado.
- ¡Se pegó una pancuada en todas las moñicas! – Las risotadas de Antonio no dejaban lugar a dudas de que lo recordaba...... y bien.
- Y que su padre al vernos retorcernos de risa, se vino a por nosotros con la cacha en alto........ – Valentín seguía con la historia.
- ¡Si, si, ja, ja!, y que tu le dijiste - Don Vicente, Don Vicente que no hemos hecho nada – y antes de que hubieras terminado te dio un mosquilón que te dejó mirando pal’Teleno. – Antonio disfrutaba del momento como un chiquillo, sus ojos brillaban al tiempo que las lágrimas se escurrían por sus mofletes inflamados de hilaridad.
- ¡Ja, ja, ja!, ¿y a ti qué, Toñín?, Don Vicente te metió un emburrión que te sentó de culo – le dijo Valentín riendo también como un crío.
- ¿Cuánto tiempo ha pasado de eso, Valiente? – preguntó Antonio con gesto confuso
- Pues como 70 años, tendríamos unos 7 ú 8 años, mas o menos, creo.
- Son muchos años ya, Valiente, ¡si es que somos unos güelos, que no servimos pa’ná!.
- De eso nada, a ver ¿Tu como lo recuerdas, Toñín?
- Como si fuera ayer, Valiente, ¡Como nos reímos aquel día!
- Pues, ¿lo ves?, nosotros pasamos del tiempo. – concluyó Valentín manteniéndole la mirada a un perplejo Antonio.
- ¿Qué me dices?
- Natural, si lo recuerdas como si fuera ayer, es que realmente fue ayer. Mientras tu lo recuerdes así, tu pasas del tiempo y no el de ti. Acaso no nos hemos reído y disfrutado como si hubiera sido ayer? – remató la faena a modo de sentencia inapelable.
- Pues, si, pero no es lo mismo.....
- ¡Que fue ayer, Hombre!, no te compliques la vida. Venga vamos al bar que la bufina me está dejando helado y además soy mayor que tu ¡un respeto, jolines!....
Se levantaron del pueyo y empezaron a bajar la pequeña cuesta hacia la carretera. Antonio se quejó un poco de la espalda, cosa a lo que Valentín resto importancia.
- Venga nos jugamos los cafés a una brisca, te voy a pegar una que pa’que, te van a tener que venir a buscar los de la UVI móvil de Astorga. – le dijo Valentín
- Bueno, bueno, menos lobos caperucita, que eso se demuestra en la mesa y que yo sepa llevo toda la semana tomando café ......¡GRATIS! – le contestó con sorna Antonio, animándose nuevamente.
- ¿Sabes qué? Que esta semana estoy ayudando a la tercera edad, ya que el gobierno no lo hace, ¡normal! – Apuntilló a volapié Valentín
- ¡Fantasmón, no se como te aguanto, la boca te pierde!
- Cómo te gane ya verás, se va a enterar hasta el cura de Lagunas..........
Sus figuras se proyectaban sobre las lindes del pueblo de camino al bar y unas tenues y alargadas sombras les perseguían unidas a sus pies.
Con cada envite dialéctico sus sombras se erguían y jugueteaban como antaño, se adelantaban y se perseguían a su alrededor. Valentín las miraba de reojo y le sonreía a su amigo, una vez mas lo había conseguido: Toñín le había arrancado otro día de plenitud al alzheimer.
Dedicado a Valentín Pérez Nieto, mi Padre, del cual espero heredar su lucidez.
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