Te veo sentado, mirando tristemente el mar. Sé que en este momento no puedo acercarme a ti, sé que debes descansar un poco de mi sonrisa y de mi dulzura. Es necesario que ahora te sientas solo, puesto que siempre estas acompañado… pero es extraño, aun queriendo esa soledad única y majestuosa has volteado y me has sonreído para que me siente en tus piernas. Ahora no sé que debo hacer, si dejar el par de copas de vino tinto sobre la mesa o llevarlas junto con mi cuerpo a tu regazo… me quedo quieta, como una actriz que ha olvidado el guión de la obra que representa frente a un único espectador, frente a la única persona que tiene derecho a hacerla sonreír.
Te levantas despacio, miro como el chaleco que llevas puesto queda demasiado grande en tu cuerpo, pienso que en vez de aceptármelo a tontas y a locas, hubieras de haberme dicho que estaba un poco grande… me miras suavemente, tus ojos se resbalan en los míos solo como puede hacerlo la seda sobre la piel; hasta mi nariz llega el olor al vino tinto que tengo en las copas, siento los dedos de las manos casi pegados al cristal.
La brisa del mar revolotea con tu pelo y con el mío, como un bufón que se saborea con dos victimas resignadas. Has llegado a ocupar mi espacio, estas enfrente de mi rostro, que con una dulzura desacostumbrada, tomas entre tus manos para besarlo por cada rincón. Me arrebatas las copas de entre los dedos y las dejas en el suelo de alfombra blanca, pienso en el por qué de la ocurrencia de poner alfombra en la playa y mas aun, blanca… aunque extrañamente aun no tiene ni una sola mancha que denote el paso del tiempo que llevamos juntos. Me miras como queriendo saber qué ideas locas y apretujadas se escurren en mi cabeza… te juro que en este momento no puedo hablar, pienso en tantas cosas que son difíciles de expresar con las palabras que, comúnmente y sin dificultad alguna, salen de mi boca.
Me besas los labios despacio, comienzas besando mi labio inferior con una paz que me deja perpleja y no por eso menos feliz… acaricias mi cuello como lo hiciste la primera vez que hicimos el amor… en una alfombra tan blanca como esta… te ruego con mis ojos que no sigas bajando con esos labios suaves y delgados… detente, por una vez en tu vida detén esos labios en mi cuello… no hagas que bajen por mi pecho y que se cobijen en mi vientre… hoy la actriz no esta dispuesta a representar el papel que mejor le queda… hoy esa actriz no desea ver tu cara contraída sobre su pecho, ni tu piel sobre su piel demasiado blanca para el veraneo que hacemos… quédate quieto querido espectador, siéntate en la silla que ocupabas hace algunos minutos atrás y mírame como queriendo compartir conmigo ese panorama tan hermoso que hemos armado juntos. Sé que no podremos estar mucho tiempo a solas… pero ese “a solas” no trata solo de caricias y besos lánguidos; aun asi sé que me engaño a mi misma y que quizás no te pueda engañar a ti, soy una actriz barata, pero buena, que puede jugar igual o mas de lo que tu juegas conmigo… no te daré lo que deseas por el simple hecho de que no quiero que hoy lo obtengas, quiero que ruegues por mi piel desnuda, que grites porque mis labios estén en tu pecho o en otros lugares… que desees a cada minuto del atardecer sentir mi respiración agitada en tu oído, por eso mismo me sentare en la mecedora de metal que me regalaste y encenderé mi acostumbrado cigarro… sin dejar de abrirme uno a uno los botones de la blusa… pero sin dejarte tocar ni un solo milímetro de piel que sí puede tocar la brisa.
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