Ouija

Era una noche sin estrellas, sin luz y sin vida. Los tres amigos ya habían pactado el encuentro, avenida 13 # 666, una calle extraña para una situación extraña.
El motivo que los convocó era solo uno: el deseo de contactar con los muertos. Las cartas ya estaban echadas y un misterioso tablero en medio de una mesa iluminada a la luz de las velas, hacía suponer que seria una noche muy larga.
Los tres estudiantes de secundaria, jóvenes, orgullosos eran de esas personas que no miden el riesgo: total algún día todos tenemos que morir, dicen ellos, pero el loco busca la muerte, el sabio la espera.
Un silencio escalofriante no los dejaba articular palabra, la tensión de sus cuerpos en medio de la noche se reflejaba en l antiguo espejo iluminado por una solitaria vela. Las tres almas perdidas se unieron en invocación. Tomadas de sus sudorosas manos, las palabras difícilmente armadas comenzaron a fluir:
“Andando por un bosque, comienza a llover,
y a lo lejos se ve, a un sujeto correr,
nos acercamos a él, no lo logramos ver,
un espíritu es, que nos acompaña esta vez…”
Era ya el fin, la copa comenzó a girar y sus manos tiritantes seguían la ruta de la muerte. Sus primeras palabras fueron: D-I-E-D. Aterrorizados, los tres jóvenes estaban sentenciados a muerte, y luego de ese día no se volvieron a ver mas, cada uno de ellos tomó una ruta diferente a la tumba, pero el más pequeño nunca murió. Él sigue yendo a la escuela normalmente y en este momento escribo mi historia, la historia de esa noche a las 12p.m. en que el espíritu salió del tablero para seguirnos y destruirnos, pero hay algo que nunca comprendí: ¿por qué no morí?, sin embargo, hoy no le puedo hablar a nadie porque nadie me escucha, nadie me ve ni me siente y hablan de mi muerte y yo les grito que no estoy muerto, pero todo intento es en vano. Estoy solo en esta noche recordando el día en que firmamos nuestra sentencia de muerte…

Juan Ruiz.