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Inicio / Cuenteros Locales / scheccid / EL PECADO DE MAGDALENA ( II. PARTE BLASFEMIAS)

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Cure sus yagas con la savia emanada de mis labios, tranquilizando su cuerpo convulsionante con mis manos; sus ojos reflejaban el dolor insoportable de las heridas que tatuaban con manchas carmín su figura, en vano eran pronunciadas mis palabras cerca de su oído para tratar de incitarlo a que despertará.

Con delicadeza extrahumana, separe las escasas ropas que lo cubrían y con lágrimas lavaba la sangre que lo revestía transfigurando su imagen en el sacrificio mismo; su voz se ahogaba en el pecho, de sus labios sólo se apreciaba la respiración agitada de vez en cuando entre cortada por un diminuto exhalar que pedía una tregua al cuerpo flagelado, su mirada se hallaba pérdida en un punto del infinito a donde mi efigie no podía alcanzarlo.

Colme de besos el rostro frío, y ninguna expresión se dibujo en su cara, parecía muerto; sin embargo su corazón pegado al mío, en cada latido le exigía no lo dejará morir, la noche en vela transcurría lenta, gracias a la desesperación de ver como segundo a segundo lo perdía, su cuerpo no recuperaba el calor perdido, y de sus heridas no cesaba de brotar el líquido malva vitalicio para nuestra supervivencia.

El continuaba mudo, extenuando por la fatiga, recreando en su cerebro las imágenes del sacrificio que no pudo llegar a consumar, los gritos ensordecedores de la gente clamando justicia, aturdían aún sus sentidos y su cuerpo no lograba acomodarse a las suaves telas que lo cubrían, aunque había mucho calor, necesitaba calidez para sobrevivir, estaba desnudo ante una chimenea que de vez en vez extendía sus llamas para tocarlo y salvarlo de la muerte.

En ocasiones su semblante reflejaba el desconcierto ante la indiferencia de su acción, los puños siempre cerrados deseaban gritar al mundo un reclamo de impotencia que murió en su garganta antes de ser pronunciado, sus miembros poco a poco lograban la tranquilidad y perdían la rigidez que los había apresado horas antes; estaba enrojecido por el sol, sus labios resecos y en su frente corrían espesas gotas de sudor frías.

Lo Baje del tormento antes de que su corazón se detuviera; más producto de la decepción que del sufrimiento, cuando se encontraba en el pedestal al que lo habían llevado me miró con benevolencia, intento ofrecer con ese gesto una despedida, con él morían mis esperanzas de continuar y las preguntas que no fueron formuladas por respeto intentaban quedarse sin respuestas.

Tome valor un día antes, igual que él elabore mi plan y contacte a las personas que sabía estarían dispuestas a ayudarme, el lecho en el que ahora reposaba estaba preparado antes de que iniciara el desenlace de su calvario, las infusiones curativas que me ayudarían a cicatrizar las flagelaciones que cubrían sus miembros, bullían en el momento exacto de su salvación no deseada.

Vencido por el dolor se relajo en el lugar que había destinado para su descanso, su inmaculada imagen no se perdía a pesar de tener las huellas del sufrimiento esparcidas por todo su cuerpo, mientras la gente lo juzgaba yo retaba a su padre arrancando al hijo elegido de un cruel desenlace.

El tiempo transcurría y él no ofrecía señal alguna que delatara su compromiso por quedarse a mi lado, mis ilusiones se quebraban ante la decisión permanente de entregarse a morir por una causa de antemano perdida, pasaron días completos antes de que recobrará el conocimiento; su expresión fue de asombro y el tono severo de su voz intentaba señalar mi atrevimiento:

- ¡ No debiste hacerlo!, Era mi decisión.

Permanecí en silencio ante sus reproches, demasiadas veces en mi vigilia por arrancarlo de las manos de la muerte había recreado esa escena, sus palabras no me hirieron ni causaron el menor asombro, las frases que salían de sus labios no me eran desconocidas, sé muy bien su temperamento y la firmeza de sus actos, verse contrariado en su obra máxima no lo haría sentir feliz.

- ¡Responde!, No guardes un silencio que de nada servirá.

Con la vista empañada por las lágrimas quite la bata que cubría mi cuerpo y se lo mostré, desnudo, en mi pecho encontraba una herida que se hundía hasta mi corazón, mis pies estaban lacerados con dos objetos punzo cortantes, estas mismas heridas se hallaban en mis manos, toda yo me encontraba mancillada, sucia por el atroz acto que había cometido al rescatarlo, sin embargo a pesar de ello guarde silencio:

- ¿Qué has hecho? – Su voz se vistió con un tono de alarma, se acerco temeroso hacía mí sin despegar la mirada de las lesiones que tenía, en un arranque de valor sujeto mis hombros y empezó a sacudirme intentado obtener una respuesta, pero mis labios no se abrieron, mi cuerpo se tranquilizaba al sentir sus delicados dedos posados en mi piel, y mi mente inventaba escenas de él haciendo caricias para mí, viviendo únicamente para mí.
- ¡Responde mujer!, ¿Qué has hecho! – sus palabras dichas tan cerca de mi oído me sacaron del trance en el que me había sumergido.
- ¡Defender lo que Amo!, Ser egoísta y pecadora, asegurar mi estancia con Lucifer, pero obtener mi paraíso a tu lado, aunque éste sólo fuere por unos minutos. Arrancarte de la muerte, de tu destino, exiliarme por tu nombre; venerarte todo este tiempo, mientras vos buscaba su propio destino, defender tu vida a costa de la mía propia... en sencillas y profanas palabras mortales Amarte como hombre, mismo que nunca podrás ser.

Cayó de rodillas a mis pies, mientras lloraba desconsolado asido fuertemente a mis piernas, extendí mi mano para acariciar su cabello una vez más, incline mi rostro y selle sus sollozos con un beso, sus labios eran suaves y su lengua en mi boca era el fruto prohibido que tanto necesitaba mi sacrílega alma para sobrevivir, poco a poco baje mi cuerpo y coloque sus manos sobre mi cintura, entremetí mis dedos en sus rizos, nos fundimos en un apasionado beso en el que ambos entregábamos la salvación, con la poca cordura que en nosotros quedaba, nos separamos del sueño que estábamos viviendo.

Salió sin decir palabra, sin voltear el rostro hacía el sitio donde estaba llorando desconsolada mi derrota, se alejaba de mí, limpiándose los labios de aquel momento de debilidad en que me había besado, en que había dejado que lo sedujera. Su paso era firme y mi esperanza de que regresará nula, de pronto sentí en mi hombro una mano suave, voltee y vi su rostro, sus ojos estaban fijos en mí, y en su boca se dibujaba una maliciosa sonrisa.

Se quedó a mi lado, sin ningún reproche de sí mismo por su decisión, la cruz se quedo vacía; las imágenes santas con el mismo rostro, dejando entrever la ignorancia de todos al intentar recreas sus facciones, son la evidencia de mi pecado.






Texto agregado el 13-03-2005, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-06-2007 Es un cuento que atrapa y pone en tapete un tema que a muchos no gusta. Me gusta como escribes, la profundidad de los temas y el estilo que le pones. Asumo que eres una profesional. Van mis cinco estrellas para ti. theresa
17-03-2005 adixion.. olav@back2mine.net adixion
 
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