Y mueve que mueve las muñecas. Uno, otro, otro vaso. Un café con leche largo de café y con la leche caliente si us plau. ¿Me cobras por favor?. Un frankfurt y dos medianas cuando puedas. Vaya, venga, caras conocidas, sonrisas corteses. Vuelvo a la faena de secar copas y vasos, todo dentro de unos pocos metros cuadrados de barra. Ahora sé (¿lo sé ciertamente?) lo que siente un pajarito encerrado en una jaula; sólo que me encierran nueve horas al día (el punto: ¿lo sé con certeza?). Levantar los platos y las copas de mesas cuyos asientos continúan calientes. Friega, lava, seca, cobra, prepara, recoge, sonríe, habla (por hablar, para ser franca), las horas pasan despacito y el fregaplatos es tan bajito que el dolor de espalda es inevitable. ¿Me dices cuánto es por favor? (¡si te lo acabo de decir, coño!), abriéndole un hueco a las tablas de tanto ir de un lado a otro. Momentos de calma muchas veces cargados de conversaciones insulsas pero de las que no se puede escapar con facilidad. La puerta se abre y entra otro (si, “otro”) y el trabajo continúa. Hay que ganarse el pan. Son tres euros con cuarenta, ¡ah! también te cobro lo de ella entonces. ¿Me cambias para comprar tabaco por favor?. A veces no es tan fácil encontrar algo fácil en este almacén ¿donde coño están las servilletas?. Ya están otra vez sucios los vasos ¡joder!. Gira muñeca, gira muñeca, gira muñeca, sólo quedan cuatro por secar…por fin, esa voz. Giro rápida –muy rápidamente- la cabeza, sólo para confirmar que allí está, acaba de llegar el alma del bar. Lo único que puede justificar que me pase quinientos cuarenta minutos de mi vida cada día, encerrada entre esta barra de mármol, vasos y fregaplato. Me vuelvo un colibrí (mi corazón se transforma en el corazón de un colibrí) pero hay que disimular. Hay que actuar. Y actúo, de algo tenían que servirme los casi dos años de estudio de teatro. (Ya sabes, seria ¡eh!, ¡eh!, ¡que se nota!. Así, compórtate como si fuera cualquier otro… Dios mío, no puedo!). ¿Un cacharrito? ¡Vale! (uy, que bello está hoy, que bien le sientan sus chistes, sus arrugas, ese porte Dios, que hago con él?) ¡Hola manitas jabonosas! (¿qué cara se pone ante eso?, contrólate, normal, normal, imagina que te lo ha dicho cualquier otro. Eso es, muy bien, ¡buena niña!). |