Aquí dejo esta reflexión. La escribí con los ojos llenos de lágrimas hace ahora casi un año.
Con ella pretendí vomitar, escribiéndola para los compañeros de un taller literario, todo el pavor que aquel macabro día inyectó en mis venas.
La dejo aquí pensando en Eulba, con quien comparto las misma pasión por Mozart.
Los que entréis a leer, no encontraréis en este texto ninguna gran historia literaria si no, tan solo, la fotografía intimista y virgen -no he corregido ni una sola coma desde el momento que la escribí- de uno de los peores días de mi vida:
RÉQUIEM
Inicio estas letras mientras escucho el aria de Mozart que tantas veces me ha acompañado, en momentos grises, a lo largo de mi vida. Como otras veces, he acudido a ella de forma instintiva, buscando su refugio en esos espacios de tiempo en los que el corazón late despacio, sin hacer casi ruido, en los que cada compungida pulsación rememora recuerdos de un ser querido.
“Lacrimosa” es, sin duda, una de las piezas más bellas y cargadas de simbolismo que este divino genio de la música quiso entregar a la humanidad dentro de su póstumo “Réquiem”.
Ahora, mientras la escucho en la soledad de mi casa, después de haber estado acompañado por los míos durante todo el día, vuelvo a descubrir en ella los matices ocultos que el autor encerró en su interior. Aquellas sensaciones secretas y escondidas que arrancó de su propia alma para regalarlas como pequeñas flores sagradas a todo aquel que, en el futuro, supiera encontrarlas.
Sus lágrimas, se unen a las mías en la cadencia suave y pausada de las voces femeninas y masculinas que van desgranando la letra con esas ondulaciones vocales que solo los ángeles sabrían pronunciar, esa letra fúnebre y triste que pide clemencia a un Juez Supremo para aquellos que han abandonado ya este mundo de locos en el que todos nos empecinamos en seguir viviendo cada día.
Se unen a las mías, con la delicada insinuación del ritmo marcado por sus instrumentos de cuerda y de viento, con esos suaves vaivenes que te sumergen dentro de la música como olas de un quieto mar, y que una vez te han atrapado, arremolinan tu mente en sus entrañas inflamando las notas “in crescendo” con la incorporación paulatina de toda la orquesta.
Lágrimas de ángeles cantadas por ángeles, desgarradores llantos de voces mágicas, compuestos un día por las manos divinas de Mozart para dar descanso eterno a almas mortales.
Mañana, mis lágrimas, las lágrimas de este Réquiem serán dedicadas a mi padre en su funeral, a ese hombre tozudo y ejemplar que se empeñó en vivir su vida tal como él quería vivirla, al margen de estereotipos e imposiciones, a ese padre sabio y entregado al que tanto le debo por hacerme como soy, a mi padre, que plantó cara a su enfermedad con el mismo espíritu de lucha con el que siempre supo guiar mis pasos.
Mañana, parte de mi alma se elevará para salir volando junto con las notas de “Lacrimosa”, para encontrarse con él en algún lugar imposible de encontrar, para fundirse con su sonrisa y con la de Mozart, allí donde solo los valientes, los grandes en su simplicidad, donde todos los hombres geniales llegan un día para, por fin, descansar.
Descansa en paz mi luchador incorregible, descansa sabiendo que parte de ti ha quedado impregnada ya en cada hombre y mujer que te ha conocido, descansa cargando con esa parte de mí, que sin querer te has llevado prestada, con esa parte que un día, pienso subir a buscar.
“Huic ergo parce, Deus.
Pie Jesu Domine,
Dona eis requiem. Amen.”
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