CUANDO LA NOCHE SE SUPO NOCHE
Al sur de un país muy lejano, junto con la retirada del Sol, se acercaba el anochecer. Éste traía una tímida oscuridad cargada de estrellas, cuerpos luminosos y una gran Luna que sobresalía en medio del firmamento con su hermosura y resplandor.
El paisaje se empezó a teñir poco a poco de tonos oscuros y los árboles se sacaron los trajes color verde para cubrirse con la fresca manta que traía la oscuridad. Las flores cerraron los ojos dispuestas a dormir y los sabios animales que habitaban el lugar supieron que era hora de volver a sus hogares.
En aquella ocasión la noche estaba inquieta, iba de un lado a otros, pero en puntillas, para no despertar a aquellos que dormían. Algo le sucedía.
Y es que una parte de la noche, el amanecer anterior, cuando ya se marchaban a seguir rondando otros cielos, y dando a la vez un paisaje estelar como regalo a los que pisaban tierra, habían oído que cuando la Luna se marchaba, llegaba al reino celestial un Ser igual o más hermoso que ella, que iluminaba cualquier instancias que se pudiera imaginar, y que con su luz despertaba hasta al más dormido, que daba vida a los colores y música a la vida. Oyeron también que hacía resplandecer incluso al rostro más agrio y triste, que bailaba al mismo ritmo que el agua del mar y que entibiaba las manos de los que tenían frío. Su nombre era Sol. Pero que venía acompañado de quien hacía realidad todo eso; el día.
Cuando aquella parte de la oscuridad terminó de contar lo escuchado, todos los demás, incluso las estrellas habían guardado silencio sin poder creer ni decir una palabra. Desde que ellos tenían uso de razón todo había sucedido como siempre. Cada vez que La Noche llegaba a algún sitio, este ya se encontraba fresco y con una luz tenue, la que pronto partía a otros rumbos para dar espacio a los que venían, y así sucedía siempre, por eso el motivo de tan poca credibilidad a aquellas palabras.
— Eso es imposible, –dijo por fin un trocito de noche mayor- yo he vivido casi desde el principio de los días y nunca había escuchado algo así, y si alguna vez alguien lo dijo por ahí, resultaron ser sólo rumores.
Quienes habían contado la historia, no sabían si creerla o no, la sabiduría de las noches pasadas les hacía dudar.
— Pero, ¿Dónde lo escucharon? –cuestionó una curiosa estrella que se unía a la conversación-.
Las noches en cuestión se miraron unas a otras y guardaron silencio. No podían decir nada; no podían decir que habían bajado un poco más de lo permitido y habían conversado con aquellos que contemplaban en silencio a la Luna y a los que la rodeaban; si lo decían, las noches sabias se molestarían, pues no les gustaba ese tipo de relación con aquellos que no pertenecían a los suyos. Pero antes que ese silencio provocara alguna reacción, la Luna con su serenidad y distinción innata añadió, haciendo con su voz, que pocas veces se hacía presente, que toda la noche se reuniera en torno a ella,
— Es verdad. Ese Ser existe y es tan real como lo oyen.
Toda la noche hizo una exclamación de asombro. Aquellos que dormían sintieron un susurro que les rozaba.
— ¿Estás segura? – le cuestionaron aquellos que no se conformaban-.
— Segura. Segura porque yo lo he visto.
Las caras de asombro se hicieron presentes. La Luna comprendió que aquella noche sería larga y profunda...
— Es verdad, –continuó- yo lo he visto. Siempre escuché hablar de Él y del día, y créanme que es tan hermoso como ustedes noches mías. Pero Él es diferente; él es nuestro opuesto, es quien toma posesión de la parte del cielo que nosotros vamos dejando atrás cuando partimos. Por eso, desde que lo supe es que me voy de las últimas cada amanecer y soy la primera en llegar por las tardes, para ver aunque sea por un instante su brillo cálido y dorado... –terminó diciendo la Luna con un gran suspiro-.
— ¿Y a quien prefieren allá abajo? –preguntó una veterana oscura que temía por su porvenir-.
— A ambos –sonrió la Luna con una expresión tranquilizadora- el cielo es tan grande que nosotros no alcanzaríamos a abarcarlo por completo, y nadie podría vivir sin la alegría del día o la paz de las noches...
Hasta que una noche pequeña y curiosa, por la edad, preguntó lo que las estrellas desde hacía rato esperaban saber
— ¿Y nosotros podremos conocer en alguna oportunidad a ese Sol?
La Luna negó con la cabeza y la noche supo que en un mismo cielo no había espacio para ambos.
— Bueno, ahora que ya lo saben –finalizó la Luna- no nos queda más que continuar con nuestra labor, y entregar a los que nos admiran romanticismo, sueños e inspiración. –y acomodándose en una nube que paseaba semidormida por allí cerró los ojos, recordando aquellas veces en que la noche se tornaba calurosa, y dando un suspiro de complicidad guardo silencio.
La Noche quedó con la curiosidad viva. Algunos temían que les fuera arrebatado su espacio, otros pensaban en la expresión de la Luna al referirse al Sol, y otros querían conocerlo y comprobar con sus ojos las maravillas que se hablaban de él. Fue por eso que las noches nuevas, esperaron a que los murmullos se calmaran para reunirse y planear la manera de acallar su inquietud.
Cuando estaba pronto a amanecer ya casi el tema se había olvidado, la Luna alejada de ellos contemplaba algo que aun no alcanzaban a ver, y las nubes se habían ido junto con el viento mañanero. Pero aquella noches infantes aguardaron allí y no hizo más que partir la Luna con el resto de noche para que ellas bajaran y vieran como lentamente aquel inmenso ser comenzaba a aparecer tras las montañas, y lo esperaron allí; a la luz del día.
El Sol venía con un calor que ellas nunca habían sentido, y teniendo miedo de que algo malo les pudiera ocurrir intentaron arrancar pero ya era tarde, se habían quedado ancladas en la luz de un nuevo amanecer, por lo que no les quedó más que ocultarse bajo los árboles, las flores y todo cuanto les pareciera seguro. Las noches se sentían invadidas, pues tanto bulla y calor, tanto brillo y vida era nuevo para ellas. Pero muy pronto vieron cómo las flores abrían sus brazos coloridos a la luz, cómo las ventanas se abrían de par en par y las aves entonaban canciones bellas mientras desplegaban sus alas dormidas; y así, aunque con mucha nostalgia, comenzaron a tomarle el sabor al día.
Pero hubieron noches temerosas que desistieron del plan y alcanzaron a partir con la Luna y sus otras compañeras, y al llegar a ella le contaron lo que había sucedido. La expresión de la Luna les comunicó de inmediato que ya lo sabía; o al menos lo presentía, y nostálgica les acarició el rostro mientras les hablaba casi en susurro
— Ustedes escogieron bien, las demás no podrán volver con nosotros... su familia, pero no se pongan tristes –les dijo- les ofrezco la posibilidad de encontrarnos con ellas en los atardeceres, y contemplarlas aunque sea por un momento. Pero será un secreto.
Las noches se sintieron misteriosas.
— ¿Y que dirá el Sol? –preguntaron un tanto asustadas.
— El Sol no dirá nada; nada malo. Y las recibirá contento, aunque ellas siempre vivirán bajo alguien que las proteja de su calor. ¡Ha!, pero hay un detalle; Él las llamará Sombras.
Y dando un gran suspiro, la Luna susurró en silencio “Sombras... visitantes de un nuevo día”, y ese suspiro fue especial. La Luna sentía que aquel día el Sol había recibido un regalo, y las noches vieron que ella ocultaba un secreto más.
En un curioso lugar del otro extremo del mundo lentamente comenzaba a anochecer.
|