Nuevamente, el flash me ciega con su luz cruda. Nunca me ha gustado mucho que me saquen fotos, salgo bastante mal, no me encuentro fotogénica, parece tonto ¿no?
Tengo frío. Es normal, estoy desnuda. Y estos hombres que me giran alrededor, ¿qué esperan de mí? ¿Por qué estoy desnuda? Eso tampoco me gusta.
¡Y un flash otra vez! Directo a los ojos este. No debo pensar más en ello. Cuando era pequeña, mi madre me decía que las pesadillas huyen cuando no se les hace caso, que se molestan y se van, enfadadas. Pensar en otra cosa...
Recuerdo este verano, tan cálido, tan dulce. Había puesto mi vestido de florecitas, el que me regaló mamá para mi dieciséis cumpleaños. De algodón estampado, cortito y ligerito, perfecto para la playa.
“Ten cuidado, vas a atraer a los chicos como moscas”, decía con una sonrisa. “No vayas a perderte en rincones oscuros”.
¡Ah, padres! Siempre a preocuparse tontamente. Si se les escuchara, no se haría nunca nada.
Me duele la garganta. No es de extrañarse, me habré constipada, desnuda así. Me aprieta, como cuando me operaron de las amígdalas. Y abajo del vientre también. Me habré cogido una cistitis. ¡Cómo escuece!
Y ¡anda ya! otro flashazo. No os cortéis, a disfrutar, para eso estoy yo. ¡Vaya! A propósito, no tengo idea de lo que estoy haciendo aquí.
¿A dónde se han ido todos ahora? Me han dejado sola. Está todo oscuro. Pues no, un enorme proyector ha sustituido a los flashes, a lo mejor me calienta un poco.
Se acerca un tío con una mascarilla. ¿Que lleva en la mano, este cabrón, que parece una cuchilla? Eh, ¡quieres soltar eso! Veo como la punta del cuchillo se hunde en mi flanco como si fuera mantequilla, ¡qué raro!, no me duele, no siento nada, ni siquiera sangro.
Una voz en el micrófono: lunes veintiocho de febrero dos mil cinco, las once y treinta minutos. Médico Jefe Antonio Boussel. Autopsia de Nicole Armand, dieciséis años. Violada y estrangulada.
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