Una misteriosa brisa recorría cada rincón de la ciudad. En las oscuras calles de Palermo solo se veían las copas de los árboles tambalear suavemente bajo la tenue luz de los faroles. Todo era extraño.

Eran mas de las once de la noche y en vieja pensión de la calle Honduras, ningún signo de vida rondaba entre sus paredes.
Él estaba allí, en la única pieza del fondo alquilada. Solo una deteriorada mesa, una silla, una vieja cama y una radio que casi no funcionaba, lo acompañaban. Hacía ya una semana que no salía de allí. No era de extrañar, desde que su mujer murió, los demás inquilinos lo veían atravesar el patio central solo para salir a comprar algún pedazo de pan, quizás algo de queso y algo de frutas, con eso le bastaba para no tener que hacerlo a diario.
Era un viejo de aproximadamente unos 75 años de edad, ya no quedaba nada de vida en él, parecía moverse por mecanismo automático, no le importaba nada mas que su soledad, su inmensa soledad, aunque llegaron a pensar que no era del todo absoluta.

Estaba desvelado, no lograba conciliar el sueño. Se levantó de la cama al compás de los chillidos que ésta daba por sus años. Puso a calentar la pava para tomar unos mates, luego se sentó a la mesa y con su mayor insistencia trató de sintonizar alguna radio con tal de distraerse, sin obtener el mínimo resultado. Desistió y perdió su mirada en un punto inexistente en esas cuatro paredes mal gastadas. El silbido de la pava le provocó un exalto que lo devolvió a la realidad. Se paró, la retiró del fuego y se la llevó a la mesa.
Algo no estaba bien, algo no estaba bien desde hacía un tiempo. Su soledad había dejado de ser gratificante, pasó a ser mas bien el peor de sus temores, que se acentuaba al caer la noche cuando empezaba a correr por su cuerpo ese temor incontrolable que tanto detestaba.
Ya estaba allí, lo estaba vigilando pero no salía aún, él lograba percibir su presencia, pero no se inmutaba ante ella, pero esa noche las cosas se olían aún pero que las anteriores.
Ya había comenzado a sentir el roce en sus piernas, luego subía por la espalda y terminaba en la nuca provocando el peor de los escalofríos en su cuerpo.
La brisa ya no era brisa, había mutado en un fuerte viento acompañado de ese horrible sonido que provoca al remolinar entre las paredes del patio. El miedo se le escapaba por cada arruga de su cara, sus manos temblaban sin lograr mantener equilibradamente el mate, que ya estaba casi volcado en la mesa. Por su cuerpo corrió frío y por sus venas temor.
Una fuerte ráfaga abrió la única puerta que comunicaba con el exterior, permitiendo que el viento entrara enfriando la inmunda pieza a la vez que empalidecía aún mas al pobre viejo.
Se levantó bruscamente para cerrar la puerta, dejando caer la silla a sus espaldas y tropezando con ella a la vez.

Quedó tirado en el suelo un largo rato, ya no sentía ganas de continuar, no aguantaba más... Hasta cuando toleraría esas pesadillas que a diario sufría en carne propia...
Una extraña sensación recorrió su cuerpo una vez mas pero esta sería la definitiva, su corazón no fue capaz de soportar tortura tan extraña y allí quedó, tirado en el suelo, completamente solo, delirando con los últimos suspiros que le quedaban de vida y tratando de imaginar como sería la paz que por fin encontraría.