Mientras enredo y desenredo la piel bajo tus manos, mi cuerpo se acostumbra al cerco que construyes en mi alma. Me sometes a un cruce de sentidos, recorriendo la espina medular bajo tu lengua, susurrando tras las huellas que eyaculan el deseo, presa de un martirio excelso, con mis pechos extendidos en el aliento de los labios. Y agonizo ante tu boca de cristal enmarcando estos fantasmas, ascendiendo entre los dedos que pulsan los tejidos, sufriente, placentera, agitada, eterna. La tarde se desgaja bajo las gotas de tu rostro, en esa guarida de gestos que dibujan los semblantes, en lo seductor de tus pupilas agazapadas tras las sombras, en ti, hombrecito de infinitas letras, en la marea que ejecuta mis respuestas, en tu voz latiendo entre la sangre como un eco que desgarra lo profundo. Mi vida se proyecta como un cometa sediento que traspasa las fronteras de tu espectro, gimiendo entre los vientos o azotada en tempestades, altiva, crucificada bajo el estigma de tus manos, en un abismo de indescifrables muertes corporales. Seguiré siendo tuya, mientras el magnetismo de tu vida se disgregue y no, en estos confines de mi alma.
Ana Cecilia.
|