Me despierto con tristeza. Me encuentro en un hotel de Panamá, sola. Me levanto a fumar un cigarro. Son las cuatro de la mañana, tengo que apurarme, el bus sale a las seis. Apago mi cigarro y voy al baño. Me quedo un rato bajo la ducha, ¡qué rico sentir agua caliente en mi espalda! Ya son las cinco, me apuro, tomo mis maletas y cierro la puerta pensando que hoy será un día muy largo. Abuela me espera en mi apartamento. Ya son las seis y el bus no ha llegado aun...
Rememoro estos últimos días, abuelo en el hospital, cansado, llorando, nunca lo había visto así; me duele el corazón, quiero vomitar... Ya veo el bus “¿Dónde va macha?” me pregunta el chofer, “¡Paso Canoas!” subo y tomo asiento. Estoy cansada pero me quedo viendo el paisaje, pensando en lo que me dijo abuela anoche… Abuelo fue llevado a otro cuarto, un cuarto para las personas que están en coma.
Me acuerdo de aquel día, la vecina tocó a mi puerta con el teléfono en la mano diciendo que era mi abuela. Contesté y luego entregué el teléfono a Leydi, me fui.
Debajo de mi apartamento había una cabina, llamé a todos los hospitales de la capital preguntando si se encontraba allí mi abuelo, nadie supo responderme. Me enojé y tomé un taxi pero me di cuenta que no llevaba plata, volví a casa. “¡Paso Canoas!”
No hay nadie en la calle, me dirijo hacia la inmigración de Panamá, luego la de Costa Rica. Ya son las ocho, tengo el pasaporte listo, ahora solo me falta un bus para ir a San José pero no los veo, no hay buses “¿Dónde están los buses?” grito, “yae huevón, hoy es jueves santo. No hay transportes” me dice un borracho. Me desanimo, la mala suerte me persigue. Me siento sobre un barra esperando que salgan buses. Pero solo veo polvo y tiendas cerradas.
Ya son las diez y nada de buses. Somos unos quince extranjeros aquí sentados pensando en lo que podemos hacer. Uno se levanta e intenta llamar a Tracopa, la compañía de buses, pero nadie contesta, me quedo viendo la carretera… salto subitamente, viene un taxi, corro hacia él haciendo gestos. Para, pero cobra mucho y no tenemos suficiente plata para pagarlo aunque seamos seis a tomarlo. Decidimos caminar a ver si encontramos un coche que nos pueda llevar a Palmar. Son las doce y media, llamo a mi novio desde una cabina “Hola, estoy en Palmar, ¿me puedes recoger?”, diez minutos después me encuentro en su casa, me falta 300 kilómetros para llegar dónde mi abuela. Pienso que ya no puedo hacer más que esperar el primer bus que pasará mañana. Son las dos de la tarde, mi novio y su familia alistan todo para ir a la playa, insisten para que vaya con ellos. ¡Qué playa más sucia! pensaba yo, hay basuras por todos lados, casi todo el mundo anda de goma.
Voy al río cercano con un amigo, charlamos un rato, es muy bonito platicar con él, pero tengo que llamar a mi abuela.
Faltan quince para las cuatro, hago el número, BIP…BIP…B “-¡allo!” dice abuela “¿Jeni? –Si abuel… – ¡Murió! -¿Qué? –Mur…” Boto el teléfono y me pongo a gritar, lloro como nunca lo había hecho. No, no, no puede ser cierto, no falleció, es una broma, es una mentira… como mi vida.
Aurélia
Abrazos a Maitencillo y Marocco |