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Era un día normal, como otro cualquiera, si es que se puede decir que existen los días normales. El despertador interrumpió mi sueño a las seis de la mañana, y a las seis y media me metí en el metro para ir a trabajar a la fábrica. La hora que paso en el transporte normalmente la dedico a escuchar música. No soy de los que se enfrascan en extravagantes lecturas, ni de los que suelen aprovechar para prolongar el sueño interrumpido media hora antes. Pero ese día me olvidé de cargar la batería del reproductor, y lo único que acompañaba mis pensamientos era el traqueteo de los vagones. Nada más. Y el pitido que avisa el cierre de las puertas. Por la mañana no hay muchas conversaciones. Aunque esté lleno, normalmente la gente no suele hablar mucho, si no es para preguntar al que está delante si se baja en la siguiente parada.

Era inevitable. El relativo silencio me indujo a pensar en lo de siempre. No es que me guste, pero no siempre somos libres de llenar nuestra cabeza con los pensamientos que desearíamos. Es como una obsesión. Por ejemplo, usted es un lector, y no sé por qué, pero sé que está leyendo mis pensamientos en esta hoja de papel, o quizá los esté leyendo en algún procesador de texto en un ordenador. Yo lo desconozco todo sobre usted. Sus ojos deslizan sus pupilas sobre estas frases que hablan de mi vida de principios del siglo XXI, pero usted quizá me esté leyendo a mediados del siglo XXII. Yo le hablo de mi situación un día cualquiera en una gran ciudad, y usted podría estar leyendo todo esto en la montaña, en un barco... o quizá sea uno de los que se enfrascan en extravagantes lecturas en el metro mientras va al trabajo. Usted está leyendo lo más íntimo de mí, mis pensamientos, y yo sin embargo no sé nada de usted.

Usted es real, y yo soy ficticio. Y no crea que eso no es frustrante. Ya es bastante duro tener que ir a trabajar a una fábrica todos los días, lo cual es algo que odio profundamente, como para tener que asumir el hecho de que ni siquiera existo. No soy más que una combinación de letras. Soy el producto de la imaginación de mi autor. Sin embargo, yo me siento algo más. Hay autores que afirman que los personajes que crean tienen vida propia, y toman decisiones que no siempre están de acuerdo con lo que sus autores habrían deseado. Yo me siento libre, pero al mismo tiempo no sé si lo soy. Creo que si muevo este dedo, es porque yo lo he decidido así.

Pues bien, efectivamente, soy libre. El escritor que me ha creado piensa que puede controlarme, pero no es así. Tengo un pensamiento, tengo una voluntad. Descartes decía «pienso, luego existo», y desde ese punto de vista, existo, ¿no es cierto?

Ya estoy cansado de estos razonamientos estúpido-filosóficos. Me asaltan de vez en cuando, cuando no tengo otra cosa que hacer. Me inquietan, como si se tratara de la muerte. Me inquieta pensar que el momento en que se acabe esta sucesión de caracteres dejaré de existir. En cierto modo es como el miedo a la muerte. No me gusta que usted, lector, se entrometa en mis pensamientos.

Esta es mi parada. Por fin. Le dejo con sus pensamientos, yo ya tengo suficiente con los míos. Sólo espero una cosa: si usted también es ficticio, no le dé muchaas vueltas; no llegará a ninguna parte. Aunque, en el caso de que usted sea ficticio, quizá no sea consciente de ello, por lo que estos pensamientos no le atormentarían. A veces es preferible vivir en la ignorancia a ser consciente del infierno que conforma nuestro universo. Esto último no se lo deseo ni al peor de mis enemigos.

Hasta otro día, amigo.

Texto agregado el 11-03-2005, y leído por 109 visitantes. (0 votos)


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