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En la mesa de un bar
(Publicado en "Los rostros y las tramas", de Editorial Dunken)
“... la vida es más que un rompecabezas; pero con la corrección que se desprende de este reparo, corrección que no pretendo ni puedo realizar en detalle, se ha logrado a pesar de todo una aproximación tan cercana a la verdad, que podrá tranquilizarnos un poco y hacernos más tolerables la vida y la muerte.”
Franz Kafka (1883-1924) – (Carta al padre)
Estaba apoyado sobre la mesa de fórmica de un bar (cuyo dibujo era una vulgar imitación de roble, que mucho distaba de reflejar el espíritu y aroma de aquella noble madera) embelesado por el reflejo de las luces de los tubos fluorescentes, que se reflejaban en un plato de losa con vestigios de un guisado de lentejas; sin molestar a nadie... o al menos eso pensaba... diciéndome: qué curioso; que estos sitios tan impersonales; de una arquitectura fría, producto quizás de un arquitecto sin alma; de paredes lisas en tonos de ausencia de sensaciones; de pisos sistemáticos de caprichosa geometría; se convirtieran en ciertos momentos del día, en el refugio de poetas, prostitutas, peones de albañil, oficinistas, estudiantes y vaya a saber qué otra curiosidad, de esta rica fauna humana, que se reunían, más allá de por la simple necesidad de llenar sus estómagos, con un plato de comida o un café caliente, para intercambiar una amplia gama de emociones; de una complejidad asombrosa por momentos y por otros, de una monotonía que resecaba el alma.
Y yo estaba allí. Como un simple observador objetivo. Un insignificante ser que no encajaba en aquella acuarela de tan variadas tonalidades.
Claro, debo admitir, que había momentos en que disfrutaba de mi casi imperceptible presencia. De este modo podía infiltrarme en las más diversas conversaciones, que consistían a veces en intrincados planteamientos filosóficos acerca del amor y otras, de una simpleza tal, que no podían ser otra cosa que producto de una mente mediocre.
Pero hubo una conversación en especial que llamó mi atención.
A dos mesas de donde me encontraba, había sentada una joven de unos veinte y tantos años, de cabellos lacios y cortos color rojizo, que caían sobre su rostro como una pañoleta, resaltando su piel blanca.
Al principio me desconcertó un poco, hasta llegué a pensar que me estaba hablando a mí. Miré a mi alrededor, como suele hacerse en estas situaciones en busca del receptor de la charla y fue, cuando volví a fijar la vista en ella, que me dí cuenta que en realidad, la joven estaba hablando a solas.
Traté de agudizar mi oído, puesto que su voz era muy tenue y se perdía en el sonido de las voces de las otras mesas, que conformaban un zumbido grave a modo de mantra, y que por momentos sentía como si fuese capaz de abrir mi mente a percepciones y poderes supra-normales, tomando conciencia de mí, como parte de un todo y perdiendo la perspectiva de individualidad, ajena al entorno, que habíamos logrado con mi locutora.
“...te juro que traté. No sé porqué no me animé a quedarme con vos. Sé que esta decisión me va a pesar el resto de mi vida...”.
Por un momento pensé que se trataba de otra historia de amores truncos, de amantes cobardes, del temor a que en un momento de nuestras vidas, ya no nos convenza la mentira de que no necesitamos a alguien. Pero de todas formas, seguí escuchando.
“...no puedo sacar de mi mente el sonido de tu primer llanto, de tus ojos explorando mi rostro cuando te pusieron en mis brazos...Y tampoco entender porqué, aunque sabía que nuestro encuentro sería breve, busqué tu nombre durante tu dulce compañía dentro mío y nos imaginé riendo y llorando juntos...”.
Ya no me quedaban dudas. Era un hecho que aquella joven de dos mesas de distancia, debería enfrentar con valor su cobardía.
Fue entonces que la miré decidido como para decirle algo, cuando de pronto me sobresaltó el sonido de la tasa de café golpeando contra la mesa. Y si bien amigos míos, me hubiese gustado quedarme aunque sea en silencio para acompañarla en su duelo, tanto ustedes como yo sabemos, que no es seguro para nosotras las moscas, quedarnos mucho tiempo sobre una mesa de un bar.
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Texto agregado el 11-03-2005, y leído por 491
visitantes. (5 votos)
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Lectores Opinan |
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27-05-2005 |
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Cuento muy bien logrado, que a pesar de la extendida descripción (a lo Balzac) no cae, nunca, en redundancia, ni mucho menos en lugares comunes. El final es un poco una evasión. Pero me hizo sonreir. He notado algo de parecido en nuestros estilos (el suyo y el mío, y espero no ofender su maestría con eso) y he notado que convergemos en la lectura de ciertos autores. H. Hesse, Kafka, Neruda. Quizás sea esa la razón. Estrellas, compañero. Calamitatum |
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27-05-2005 |
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Cuento muy bien logrado, que a pesar de la extendida descripción (a lo Balzac) no cae, nunca, en redundancia, ni mucho menos en lugares comunes. El final es un poco una evasión. Pero me hizo sonreir. He notado algo de parecido en nuestros estilos (el suyo y el mío, y espero no ofender su maestría con eso) y he notado que convergemos en la lectura de ciertos autores. H. Hesse, Kafka, Neruda. Quizás sea esa la razón. Estrellas, compañero. Calamitatum |
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25-04-2005 |
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Es un texto que puede dividirse en dos partes. Las reflexiones de la narradora, que intenta ser el preámbulo de la historia de la mujer. El lenguaje es el correcto para ser lo que intenta, una reflexión de la gente que se reúne en un café. Lamentablemente la historia para la que nos ha preparado en el primer y extenso párrafo es bastante corta. No es una historia trillada, al contrario, en la página hay poco que escriban temas de este calibre y categoría, muchos menos lo hacen lo hacen con la pretensión de este autor. Pero me queda la desazón de esa historia corta. Quizás ese haya sido la intención del autor, hacernos pensar un poquito en la gente de un bar y luego dejarnos pensando en la historia de la mujer que parece hablarle. Definitivamente lo que más impacto causa es el final, el descubrir la verdadera identidad de quien nos narra estos hechos, pero eso no da término a la historia en sí misma. Es un buen recurso el usar a un ser no humano como narrador, ya que eso podría darle una presencia en la narración que lo hace un tercero a la historia, ya que nadie le prestaría atención, al mismo tiempo que no lo haría omnipresente.
Otro defecto, además de ser una historia muy corta para un tema que podría dar para mucho más, es que a veces se usan frases muy forzadas, como "que mucho distaba de reflejar el espíritu y aroma de aquella noble madera", que por lo demás no nos dice nada acerca de la historia que parece la central, la de la mujer, sino sólo que a la mosca le parece noche la madera del roble. En un cuento siempre e considerado que cada detalle debe tener una razón de ser y colocar uno con tanta altisonancia para que al final no nos sirva de nada es agitarse por gusto. Otra oración muy larga es aquella que habla del bullicio del bar, demasiadas palabras y detalles para decir que hay mucho ruido; la disposición metafísica de la mosca no es un tema relevante para el relato. Una observación final: no se puede buscar al "receptor de la charla", puesto que en una, ya hay un receptor y un emisor, pero sí se puede buscar al receptor del mensaje. Quizás no parezca de relevancia, pero estos son detalles que hay que considerar, pues podrían denotar un defecto a pulir cuando se escribe.
Me hicieron la observación de que quizás lo que quieres es dar una imagen de una mosca "culta", que no sería descabellado en el texto, pero no me convence del todo esa apreciación, no por lo que yo desprendo del texto. flucito |
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09-04-2005 |
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Me gusta el lenguaje y las imágenes me transporté al lugar el giro del final es muy bueno. Ya leerás comentario más profundo en el taller exae |
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29-03-2005 |
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Me gustó de un comienzo por cómo te explayas en la descripción del bar y de quienes lo frecuentan, me atrevo a decir, con un poco de displicencia, aludiendo a esas mentes mediocres, etc; lo del monólogo de la muchacha enhebra bien el sentido del texto, y el desenlace que descubre a la mosca me sorprendió y me gustó mucho. Bien tratado el tema, steppenwolf, saludos transcordilleranos. Alberto. Quilapan |
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