“Exacto”
-Oye Fiori... ¿“Exacto” como se escribe?
-Creo que así nomás como suena, hombre... “esacto”. A ver... “Esacto”... si. Así.
Fernández aparta la mirada del monitor por un segundo. Mira a su compañero.
-¿Tu estás seguro? ¿No es... “ecsacto”? “Ec... sacto”... ¿No es así? –dice mirando al piso.
-No. Creo que es “esacto”. Si no mira, llámala a Irene, de administración, y pregúntale. Ella sabe de eso.
Fernández aprieta un botón en el intercomunicador.
-Irene...
-“Ec... sacto” –dice pensativo. “Esacto”.
-Si, Fernández... –se oye una metálica voz.
-¿“Exacto” cómo se escribe...? “deberíamos conocer el importe... “exacto...” lee Fernández en su monitor.
-Mira, vaya... tú sabes que esa es una de las pocas palabras que yo siempre dudo... joder... pero creo que es “escsacto”, con ese y cé. “Escsacto”. Deja que lo escriba, que si nó ni modo. Dame un segundo.
-Vale... –responde Fernández. “Escsacto”... –dice pensativo.
-Es “esacto”... –Interviene Fiori mientras escribe la palabra en el aire.
-Fernández –se oye la voz de Irene. Creo que es “escsacto”. Pero mira, igual no estoy segura ¿eh? Porqué mejor no le preguntas a Manuela Aragón, que vino a traer
unos documentos a Infante. Ella seguro sabe.
-Vale Irene. Gracias.
-De nada –dice la mujer. Antes de apagarse el sonido del intercomunicador se alcanza a oír la voz que repite: “es... csacto...”
-Ahí regreso –dice Fernández poniéndose de pié.
-Vale –contesta Fiori. Si llega a ser “esacto” me pagas un tintillo ¿vale?
-Vale –contesta Fernández, saliendo de la oficina. Mientras camina por el largo pasillo repite “ec... sacto” “esacto...”
-Permiso –dice Fernández metiendo medio cuerpo a través del marco de la puerta. Los molesto un segundo.
-Pasa, pasa... –responde el anciano que se encuentra en el antiguo escritorio. ¿Tú la conoces a Manuela Aragón? El es Ignacio Fernández, colega y amigo.
Manuela no puede evitar una sonrisa. Ha trabajado más de veinticinco años en la institución y conoce a todo el mundo. Pero Infante siempre lo olvida. E insiste en presentarles a sus antiguos colegas una y otra vez.
-Si si, nos conocemos –responde la mujer. Fernández le devuelve una sonrisa cómplice.
-Es que tenemos una duda allí con Fiori, y queríamos consultarles una cosilla.
Manuela sonríe nuevamente. En sus treinta años de escritora, aún no ha podido explicarle a la gente que eso no la convierte en una experta en ortografía castellana.
-A ver de qué va... –pregunta la mujer.
-“Exacto...” –pronuncia lentamente Fernández ¿Cómo se escribe? “¿Esacto?” ó “ec... sacto...”
-Mira hombre –contesta la escritora. Yo una vez escribí mal esa palabra y me rechazaron un texto... De modo que no me la olvido más. Es con equis.
-Con equis... –asiente Fernández. Claro.
-Si, con equis –continúa la mujer. “Exsacto” “Ex...sacto” –repite, y enfatiza la acentuación en el aire juntando el pulgar y el índice.
-Manuela por Dios... –intercede Infante. Seguirán rechazándote, mujer... “exacto” se escribe “ecxacto” con cé antes de la equis. Mi nieto estudia Ciencias “Ec... xactas” en Pamplona. Mira tú si no voy a saber...
-Coño que ahora me haces dudar de nuevo –dice Manuela tomándose la cabeza con una mano. ¿“Ec... xacto”? ¿Seguro? –pregunta entrecerrando los ojos.
-Si. Exactamente –contesta el anciano. Mira Fernández, si quieres sacarte la duda, ve a la oficina de Anita, que ella tiene allí un diccionario de los grandes.
-Vale –contesta el empleado, saliendo de la oficina. Alcanza a escuchar a Infante que repite “Ciencias... Ec... xactas”.
La oficina de Anita es realmente pequeña. La mujer trabaja en el edificio desde hace poco tiempo y aún no han podido acomodarla del todo.
-Disculpa Anita... Es un segundo nada más. –Dice Fernández ingresando por un estrecho corredor que forman el escritorio y la pared.
-Vale hombre –contesta la joven. Entra, entra.
-Pues mira, que nos ha surgido una duda y estoy viendo como se escribe la palabra “exacto”. Infante me ha dicho que tienes aquí un diccionario de los grandes.
-Tenía –aclara Anita. García lo ha llevado a su casa el otro día que jugamos Scrabel, y aún no lo regresa. Le tengo dicho. De todos modos –continúa la joven, ni falta que te hace. Yo sé exactamente como se escribe...
-¿Y bien? –pregunta esperanzado Fernández.
-Mira... es así. “Esaxto” –dice la joven. Lo sé exactamente porque con esa palabra le gané la partida a García. Hice treinta y nueve puntos. “e... saxto”
-No, pero no es asi... –dice tajante Fernández. ¿“Esaxto”? No, no lo creo. Me figuro que debería ser más simple.
-A García le ha parecido bien... –responde la joven. Apostamos una botella de Anís Codo de Macaco y se la he ganado.
-Anita... –responde Fernández. García no diferencia una ka de una cú...
-Igual me da –dice Anita. Ese Anís estaba de rechupete... Porqué no bajas y le preguntas a la recepcionista. Ella se lo pasa escribiendo notas y cartas. Ha de saber.
-Vale... –responde el empleado saliendo de la oficina. Anita queda dibujando en el aire una ka y una cú.
Fernández baja las amplias escalinatas del edificio hasta la recepción. La anciana recepcionista se encuentra redactando una nota formal.
-Disculpe Olga... –dice el hombre con respeto. ¿Le puedo consultar una cosilla?
-Claro hijo... –contesta la anciana. Claro que tengo. Las cosquillas no son algo que se vaya con la edad... ¿sabes?
Fernández recuerda inmediatamente la sordera crónica de la mujer. Se acerca a su oído.
-Que si le puedo... consultar... ¡una cosilla...! –dice levantando el volumen de su voz.
-Ah disculpa... Si mi niño, adelante... –Responde la anciana con una radiante sonrisa.
-La palabra “exacto”. ¿Cómo la escribiría usted?
-¡Hombre, como suena...! –responde la anciana. “Exscepto.” Ex... scepto” -repite feliz.
-No, Olga –aclara Fernández. “Exscepto” no, “¡exacto...!” termina casi gritando.
-Es la misma cosa –continúa la recepcionista. También como suena... “esacto”
Fernández mira a la anciana y le agradece con una sonrisa.
-Fiori dijo lo mismo –le dice mientras se despide.
-Hombre que no creo en esas cosas... comenta la mujer... Espiritismo... bah.
Fernández sube nuevamente las antiguas escalinatas. “Fiori después de todo tenía razón...” piensa. “Se merece ese tintillo, ¡Joder!”
Antes de abandonar el amplio ingreso del histórico edificio, alcanza a escuchar la voz de Olga atendiendo el teléfono.
“Buenas tardes... Real Academia de la Lengua Española, ¿En que puedo servirle...?”
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