Cachi
-Ya estoy con vos Marcelino… -dice Cachi.
Le hago señas de que espero. Todo bien. Cachi es mi mecánico de confianza. Es el único tipo que yo dejo que le meta mano al auto. Le tengo una confianza casi ciega.
Yo y mi hermano. Que le trae el auto a Cachi desde antes. Si no hay que cambiar algo, no lo cambia. Si estuvo laburando toda la tarde y el problema era un tornillo, no te cobra. Es como los mecánicos de antes. Cualquiera pensaría que el tipo pierde plata.
Mientras lo aguardo, camino distraídamente por el amplio taller. Varios vehículos desarmados aguardan impúdicamente con sus partes al aire, que Cachi se ocupe de ellos. Motores, partes de motores, piezas sueltas. Allá al fondo, contra la pared, hay como un autito de carrera rarísimo. Es uno de esos areneros con ruedas pequeñas.
Cachi compite en no sé qué categoría con ese autito. Una vez me contó. Corre los sábados. Me acuerdo que le dije ya voy a ir a verte correr, uno de estos fines de semana. Resulta obvio que no voy a ir nunca. Mirá si voy a ir un sábado hasta no sé dónde a ver como juega carreritas mi mecánico. Y que llegue séptimo encima. No sé para qué mierda digo esas cosas yo. Igual el tipo nunca me invita ni nada. Menos mal.
-¡Ya estoy Marce, eh…! –me grita nuevamente mientras le enseña no sé qué cosa a uno de sus ayudantes.
Le hago señas de que lo espero. Todo bien. No está mal, de todos modos, curiosear un rato en este universo de grasa, metal, y chicas desnudas. Hablando de eso. Junto a un desvencijado banco de trabajo, observo un almanaque de hace tres años. Pertenece a una empresa que rectifica estrambaladores. Aunque no se bien qué significa eso, seguramente no tiene nada que ver con la morena que muestra sus pechos desnudos, sonriendo tipo “Ey… miren que bién que me salió la tarta”
Observo el rostro de la chica. No parece la típica modelo de almanaque. Parece más bien prima de uno. Me pregunto si esta mujercita tendrá primos que a su vez tienen autos y van a talleres como éste. Me imagino la cara de los primos cuando ven que la hija de la tía Irma tiene las tetas del tamaño de la cabeza. Casi puedo oír los airados reproches en la mesa navideña. “Calláte vos, reventada, que estás ahí en los almanaques mostrándole las tetas a todo el mundo, y encima hacés un escándalo porque el Beto te tocó el culo en la Pelopincho…”
Me detengo un segundo en sus ojos. Por un breve instante veo segundo año de agronomía, veo a sus padres en una casita del interior, veo necesidades, veo un amigo fotógrafo, veo una sesión muy improvisada, veo que al cliente no le gusta como ella agarra el estrambalador. Dice que justo le tapa con el pulgar la válvula de estipendio, que es la parte más importante de la pieza. Veo que le pagaron muy poco dinero. Veo que tuvo que esquivar trabajosamente los embates del hijo del cliente.
Veo que es un mundo de mierda.
-Lindas tetas, ¿no? –me dice uno de los mecánicos.
-Si –le digo. La verdad que si.
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