Uruk y Neki





Para cazar focas, los esquimales han desarrollado desde hace miles de años una técnica realmente efectiva. Practican en el mar congelado un agujero de forma circular y esperan pacientemente hasta que alguno de estos mamíferos polares se acerque. Luego le parten el cráneo de un garrotazo. Con un piedrazo también funciona. Aunque menos. (Hay esquimales que no han visto una piedra en toda su vida.)
Es por eso que en este interminable crepúsculo boreal Uruk y Neki se encuentran al acecho junto al helado agujero.
Esta pequeña y redonda ventana congelada es la frontera entre dos mundos. Arriba el viento implacable que a nada perdona. El hielo eterno. Las auroras boreales. Los osos. Los hombres.
Debajo, el océano insondable, tumba de mil aventureros. Los grandes cetáceos. Los peces abisales. Las focas.
Hace ya dos días que Uruk y Neki se encuentran al acecho. Nada ha asomado aún a la superficie del agua. Se miran entre sí, y piensan por un momento en sus familias que esperan el sustento que los ayude a llegar hasta el verano boreal.
No dicen nada. Saben que la espera puede hacerse casi interminable, y un solo momento de distracción, podría hacer que la presa se escape. Pero el frío es demasiado intenso. Uruk y Neki lo sienten. Aun a través de las gruesas pieles de foca que tienen puestas. Es vital que consigan el alimento. Saben que durante siglos estos agujeros en el hielo han alimentado a sus familias. Pero el tiempo se acaba.
De pronto oyen el sonido familiar, algo se acerca. Uruk y Neki quedan inmóviles. De un momento a otro observarán la silueta de la presa a través de la superficie del agua. No mueven un músculo. Casi no respiran. ¡Ahí está! La cabezota se asoma confiada al hoyo. Uruk y Neki saltan a un mismo tiempo y consiguen apresar la piel amarronada. Y a un mismo tiempo también, ambas se hunden hacia las profundidades
del helado mar, arrastrando al gigantesco esquimal. Sus familias no pasarán hambre este invierno.