En tu propia deformidad
encontraste un tiempo que perdona
a los amantes amigos
que se corroen limpiamente
las falanges agarradas
y las muñecas entrelazadas.

En tu propia mirada de yerro
encontraste un hijo de sus entrañas
que te insita a pedir misericordia
de tanta afirmación que has hecho
y que ella no perdona.

En la propia observación
encontraste la evasiva de la culpa
con que ella te ama con su niño entre los brazos,
con su niño salido de su propia boca,
regalado a ti con un opus de su alma rota.

En tu propia egolatría no admitida
encontraste lámparas encendidas
de fuego inmenso
que queman pestañas
de los que se empeñan
en leer más de lo que está impreso.

En la propia divagación
encontraste una galería de cíclopes
que como amantes ya descritos
se entrelazan las vidas
con cintas de relámpagos apagados.