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Comando de Acción Preventiva



-Vos Gonzáles… ¿Dónde lo vas a pasar? –pregunta el cabo Murúa.
-En lo de mi cuñado como siempre. En media hora ya tengo que rajar para allá. Ahí tienen la piletita para los chicos, patio grande… Mi cuñado es el loco de los cuetes… ¿Sabés como nos divertimos? La última vez, casi le quemamos el quincho al pelado de la esquina. Y aparte nunca falta el mejor pan dulce…
-El mejor pan dulce… –repite Murúa.
-¡El tremendo orto de mi cuñada…! –casi grita Gonzáles. Las risotadas hacen tambalear la camioneta policial estacionada en el Parque Sarmiento.
Los dos uniformados dejan que las carcajadas inunden la cabina por completo, hasta ir perdiéndose despacio entre los matorrales cercanos.
-¿Vos que vas a hacer? –indaga a su vez Gonzáles. ¿Los ves a los chicos?
-Que se yo… –Murúa parece ahora repentinamente interesado en un botón flojo de su
chaquetilla. Me voy a quedar en la central. Adela se fué al sur, a la casa de la madre, a pasar allá.
-¿Porqué no le dijiste que los deje acá? –Insiste su compañero. Al Facu aunque sea, que ya está grande… digo.
-Que se yo… –repite Murúa. Viste como es.

-Todas las unidades en área central cuatro… central cuatro… –Irrumpe una voz flaca y teñida de rubio, por el radio del móvil policial.
-…doscientos once en progreso, en Gobernador Rivera y Los Andes. Repito doscientos once en progreso…
-La puta madre que lo parió. –desgrana lentamente Gonzáles mirando la radio del móvil.
-Tan lindo que estaba… ¿no? aporta Murúa.
-Acá a cuatro cuadras.
-Dos hasta el bulevar y dos a la derecha, si.
-Que lo parió –dice Gonzáles, y arranca.



Obvio. Fernández llegó primero. Pese a ostentar el mismo grado que Gonzáles, la antigüedad
en la fuerza tiene lo suyo. De algún modo misterioso Fernández siempre llega antes. No puede haber estado más cerca que ellos. Su camioneta reluciente ya se encuentra bloqueando la esquina.
-¡Gonzáles…! Cerráme allá la otra esquina y sacáme todos esos chicos de ahí, por favor te pido, ¿si?
-Si Sargento… –contesta Gonzáles sin demasiado entusiasmo. Murúa lo sigue, mientras observa los techos de las casas vecinas. La costumbre. Tras algunas persianas entreabiertas se dejan ver los arbolitos que titilan. “Navidad de servicio” piensa Murúa. Y sigue observando hacia arriba.
En la otra esquina hay gente del comando. Algunos terminan de comer apresuradamente un sándwich de chorizo que el llamado interrumpió.
-¿Qué pasa Ferrari? ¿Qué onda acá? –pregunta Gonzáles a un corpulento uniformado del Comando Radioeléctrico.
-Qué hacés Carlitos… –contesta un desganado Ferrari, que también se iba rumbo a la sidra y el turrón, momentos antes.
-Ahí en la casa amarilla, se les metió un tipo… Qué se yo… Está ahí adentro y parece que tiene a la familia de rehén. La mujer de al lado alcanzó a llamar…dice que escuchó ruidos raros y lo vio al tipo que se metía por el techo, por la parte de atrás…
-¿Qué hace Fernández ahí a los gritos? –pregunta Murúa. –En medio de la calle…
-¿Sabés que hace el pelotudo? –interroga airado Ferrari .
-¿Sabés que hace? Está esperando que llegue la tele. ¿Podés creer?
-Yo le dije que hay que entrar de una, ahí… y el tipo espera las cámaras para ponerse a “dialogar” con el choro… Estamos todos locos… ¡Dejáme de joder!
-Gonzáles asiente lentamente mientras hace la ecuación más lógica. Fin de Año. Operativos. Televisión. Promociones. Ascensos.
Murúa sigue observando los techos. Algo raro. No sabe bien qué.
Ferrari ahora con la mitad del cuerpo metido dentro de la camioneta, pide silencio. Está escuchando algo en la radio. Llaman de la Central.
-Se te cagó la fiesta, pelotudo… –dice en voz baja mirando en el otro extremo de la calle a Fernández, que también escucha órdenes radiales.
-Jefatura no quiere cámaras. –dice poniéndose el chaleco antibalas. Vamos a entrar ahora.
-Noche de paz… –canturrea Gonzáles mientras se coloca el suyo.
El chaleco de Murúa no prende bien, le tiene que atar la tirita que ha quedado huérfana del
velcro correspondiente. Mientras la amarra concienzudamente, observa un arbolito en el jardín de la casa vecina. Tiene todas luces blancas menos una roja justo al medio.
“Ya tenemos un herido” piensa. Y se dirige hacia la casa amarilla.
El primer culatazo desbarata la sencilla cerradura. Ocho. Diez. Doce hombres armados invaden la casa en penumbras. Una mujer gorda sale chillando de una de las habitaciones.
Gonzáles la ayuda a ganar el patio delantero. “¡En el comedor!” grita desesperada.
“¡Tiene a mi nieta!” solloza entre los rosales en sombra.
Ferrari huele tragedia. El tipo seguro está armado, y se ha hecho fuerte en un área complicada de la casa. Y tiene a los pibes. ¿La gorda dijo nieta, ó nietos…? Con el quilombo de los gritos y los culatazos… Si alguno la pifia acá… –piensa… No va a ser una feliz Navidad seguro. Y avanza hasta el marco de la puerta que da al comedor. Los padres… ¿Dónde están? ¿Están vivos?
Murúa observa el comedor en penumbras desde la puerta que da a la cocina. Ha entrado por una ventana lateral y escudriña temblando los vagos perfiles que se adivinan en el comedor enemigo. Por la ventana que ha dejado abierta entra un viento fresco del patio posterior.
El padre de Murúa lo llevaba al zoológico los domingos de verano. ¿Por qué recuerda eso en este momento? Ahora Murúa escucha claramente los sonidos en el patio. Golpes sordos contra el suelo. ¿Y si son varios? ¿Uno dentro de la casa y cómplices afuera? Si es asi, está entre dos fuegos. Jodido eso. El padre compraba maní y le daban a la cebra… ¿Porqué recuerda eso? El cabo trata de salir de la línea de fuego que quizá provenga del patio en cualquier momento. Eso lo lleva cada vez más cerca del comedor. Dentro sucede algo aterrador. Una niña pequeña
solloza detrás de un gran árbol de Navidad que curiosamente vuelve ahora a prenderse y apagarse. Junto a ella está el desconocido. Tiene una especie de capucha o pañuelo blanco en la cara y su rostro no se ve. Pero tiene fuertemente abrazada a la criatura. Murúa escucha los gritos de Ferrari desde la otra puerta.
-¡Murúa…! No tirés… ¿eh? ¡La tiene a la nena…!
Murúa siente su propia voz gritar: ¡Dejála a la chiquita, la puta que te parió y entregáte, no te va a pasar nada! El árbol se enciende. Se apaga. Se enciende. Ahora Murúa ve la cara del intruso. Ve sus ojos claramente. Son los ojos del terror. No está bien eso. Un tipo así te dispara sin dudar. El árbol se apaga. Se enciende. El Intruso lleva su mano hacia un bulto que tiene a su lado. El árbol se apaga. El tipo… ¿La tiene agarrada a la nena? ¿O es la nena la que se aferra a él? El árbol se enciende. Los ojos del desconocido y los de Murúa quedan prendados del objeto brillante que ahora rueda sonoro por el piso del comedor. El árbol se apaga. Estalla el gas lacrimógeno. Estalla el llanto de la niña, cada vez más fuerte.
-¡Soltála hijo de puta! gritan casi unísono Ferrari y Gonzáles.
La niña corre asustada, hacia la puerta del comedor. No se sabe de dónde sale Fernández. Agarra a la niña y la lleva fuera junto a sus padres y las cámaras de TV.
Ahora, entre los gritos de sus compañeros, el gas, la figura del desconocido que intenta incorporarse (¡es un tipo grande…!) Murúa siente la sombra gigantesca que quiere ingresar por la puerta del patio. Alcanza a darse vuelta y dispara antes que el otro lo haga.
Entonces el infierno. Ferrari y Gonzáles disparan sus Itakas una y otra vez sobre el desconocido que se levantaba amenazante (¡Era un tipo grande!) Murúa sigue disparando a los del patio. El árbol se enciende. Y queda encendido. Y muestra al corpulento anciano abatido sobre la gigantesca bolsa. Y los juguetes destrozados.
Y al reno que resbala sobre su propia sangre en la cocina y cae. Y arrastra con su poderosa cornamenta los repasadores y el delantal de mamá. Murúa deja caer su arma sobre las baldosas azules. Ahora reconoce el olor del zoológico. Y los bufidos y patadas que provienen de afuera. Murúa sale al patio. Empieza a llorar despacio. ¿Qué es eso extraño que ve sobre los techos vecinos, entre el ardor de la pólvora y sus propias lágrimas?
¿Está nevando?

Texto agregado el 10-03-2005, y leído por 381 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-03-2005 Muy buen relato, aunque con lo de corpulento adiviné que se trataba de papá noel, te quedó genial. KaLyA
10-03-2005 oye... pobre papa noel... k malo k eres... pero un entretenido texto sin lugar a dudas KaReLi
 
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